Evangélicos: Unidad y diversidad para un proyecto nacional costarricense

» Por Dr. Guillermo Flores García - Profesor de Teología

Los evangélicos costarricenses, como hijos de este maravilloso país, integramos en nuestra visión de vida los valores patrios de paz, libertad, educación, democracia, trabajo, justicia, progreso, familia, fe y felicidad. Esta mentalidad y modo de ser los hemos aprendido de nuestras madres y padres, en nuestras escuelas y colegios, en las iglesias y en la cultura nacional general. Este perfil del costarricense ideal nos une con católicos, con personas de otras convicciones de fe y con otros/as compatriotas quienes no comparten nuestra persuasión religiosa pero tienen aspiraciones humanas similares.

Una de las características del movimiento evangélico costarricense (y del cristianismo en general) es su unidad en diversidad. Basados en cuatro convicciones clásicas como la centralidad de las Sagradas Escrituras, lo fundamental de la fe en Cristo, la necesidad de la conversión, y el activismo o servicio social; a  partir de esto, hay espacio para diversas expresiones de ser evangélico. Ciertamente, el surgimiento del fenómeno del pentecostalismo en 1906 le añadió al movimiento evangélico el aspecto carismático y entusiasta de la fe. Fenómeno similar ocurrió dentro de la iglesia católica con el surgimiento del Movimiento Carismático décadas después. Otra mutación reciente es el sector conocido como el evangelio de prosperidad.

Esta diversidad dentro del “fenómeno religioso” no nos debe extrañar. Incluso en el Antiguo Testamento encontramos unos sectores sacerdotales orientados más hacia el énfasis en la ley de Moisés, otras voces como el caso de los profetas privilegiando la dimensión de la justicia y la igualdad humana y otras corrientes como la tradición de la sabiduría bíblica que prioriza la vida en conformidad con ciertos principios sapienciales. En el Nuevo Testamento encontramos el movimiento de Cristo centrado alrededor del paradigma de Reino, otras iglesias carismáticas como las dirigidas por el apóstol Pablo y otras de orientación más apocalíptica.

Fenómeno similar surge en la historia de los orígenes del cristianismo entre los siglos segundo y cuarto de la era cristiana. En este periodo tenemos a la escuela de Alejandría con Clemente y Orígenes como sus líderes para quienes Cristo era un pedagogo, un maestro de sabiduría; era el Logos, una emanación divina—el principio creador por medio del cual Dios hizo la creación. Para la escuela de Antioquía o Asia Menor, dirigida por San Ireneo, Cristo era un padre y un pastor revelado en la historia, lo que producía otro tipo de iglesias. Para la escuela Latina impulsada por Tertuliano la Biblia era, principalmente, un documento legal y Dios era pensado como un juez o legislador. Sin embargo, todas estas versiones de fe cristiana coexistieron, algunas veces en tensión; pero, con el tiempo, fueron destiladas e integradas en lo que conocemos hoy por el cristianismo en general y mundial (catolicismo, evangélicos y ortodoxos).

Vamos a aprender, entonces, a apreciar la unidad en la diversidad. Vamos a dejar de etiquetarnos porque la otra o el otro no piensa ni cree como yo. Ciertamente hay sectores evangélicos en los que yo como evangélico no me veo representado. Creo, también, que hay movimientos religiosos que representan mejor los ideales de justicia, misericordia y servicio que predicó nuestro Señor Jesucristo. Creo que nuestro discurso de fe debe integrar más la noción del Reino de Dios que es en realidad el mega-proyecto de Dios para la humanidad y la creación. Que entendamos que el mal no es solo moral. Que existe el mal natural, el mal físico, el mal como injusticia social, el mal como sufrimiento y soledad y el mal cósmico (muerte, pecado, demonios). Necesitamos un evangelio más integral.

De la historia, entonces, tenemos que aprender a vivir y trabajar unidos por un proyecto ideal de ser costarricense. Una Costa Rica siempre democrática, defensora de los derechos, que empodera a los más vulnerables de la sociedad, que genera riqueza material y donde todos nos respetamos aunque pensemos diferente. En este proyecto ideal la religión no nos debe separar. Al contrario, católicos y evangélicos con otros actores/as de la vida nacional debemos unir nuestras fortalezas para esta Costa Rica justa, de prosperidad, siempre alegre y feliz.

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