La paz costarricense

» Por Marco Vinicio Monge Mora - Estudiante de secundaria en Colegio Salesiano Don Bosco

El siete de noviembre de 1949, con la promulgación de la Constitución Política (en especial por su artículo 12), se oficializaba lo que José Figueres Ferrer ya había proclamado un primero de diciembre del año anterior con un mazo y una muralla del cuartel Bella Vista; era real, ante los ojos de la humanidad y de la jurispericia: Costa Rica orgullosamente proscribía su ejército como institución permanente.

En un mundo donde actualmente el presupuesto de la ONU dedicado a misiones para el mantenimiento de la paz no representa ni un 1% del gasto militar global de un año, nuestra nación optó por construir su camino con granos de café y no casquillos de bala y con apretones de mano en lugar de puños. Y esto significó invertir un 8% del PIB en educación, aumentar en más de veinte años la esperanza de vida y tener uno de los mejores sistemas de salud del orbe.

Durante la segunda mitad del Siglo XX surgieron grandes medidas: una presidencia (la del señor Mario Echandi) que cambió armas por tractores en busca de progreso agrícola o la fundación de la Universidad para la Paz en el gobierno de don Rodrigo Carazo Odio. Aunado a ello, están las decisiones (con posturas dicotómicas y controversiales respecto a los gobiernos de Reagan y Gorbachov) de cara al ambiente geopolítico más tenso de toda la Guerra Fría: la declaración de neutralidad perpetua del presidente Monge Álvarez y el incansable empeño por el Plan para la Paz en Centroamérica por parte del canciller Madrigal Nieto y del Dr. Arias Sánchez.

En ocasiones, los grandes esfuerzos por la armonía parecen viejas glorias, empero en las últimas dos décadas un amplio número de acciones nos demuestran lo contrario, verbigracia: el Ministerio de Comercio Exterior emitió la Directriz No 010-COMEX, 2006 que prohibía a las compañías de armamento instalarse en zonas francas y años más tarde la Asamblea Legislativa aprobó la Ley No 9288 que declara la paz como derecho humano y deniega plenamente la instalación, en territorio nacional, de cualquier industria para la fabricación de armas de guerra.

En el plano internacional, es de dignísima mención la labor de la misión diplomática de Eduardo Ulibarri y Saúl Weisleder por el Tratado sobre el Comercio de Armas. Incluso en la administración vigente, bajo el liderazgo de la embajadora Elaine White más de una centenar de países aceptaron el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.

He de admitirlo, sobre demasía de hechos no tengo siquiera una percepción (y de los que sí la tengo, es tan estólida como ínfima), algunos por mi juventud, otros por mi estulticia. Pero -como todos- sí que puedo constatar el oneroso infortunio de la violencia y el gran acierto que representa evitarla. Ya que lo comprobamos día a día; sea a través de los ominosos agravios de los cuales los medios de comunicación nos notifican o bien con las sonrisas más hermosas que solo la auténtica concordia genera.

Pero hay que dejarnos de circunloquios: las apariencias son lo más efímero (como diría Boecio) y aun con nuestra buena imagen y las egregias decisiones por el civilismo que la respaldan, hasta sin la institución castrense, no todo ha sido avenencia para Costa Rica y nos quedan muchísimas luchas por librar: contra la corrupción, el déficit fiscal y la deuda, el desempleo, la exclusión, el narcotráfico, la inseguridad ciudadana y una tasa de homicidios que ha aumentado desde los 80s -y ya es calificable como epidemia para los estándares de la OMS-, el cambio climático y contra todos los retos que el diario acaecer propicia.

Estas luchas han de enfrentarse con amor patrio y no chovinismo, pues mientras el primero conduce al desarrollo, el segundo provoca discriminación y odio. Se saldrá adelante con los mejores valores del costarricense: el trabajo, la honestidad y la honradez, no con la procrastinación y el envidioso vilipendio (que tanto estudió Constantino Láscaris y de los que irremediablemente hemos sido víctimas o victimarios).

Debe sobresalir la Costa Rica culta, pero no bajo la percepción de cultura que solo consta en ir al teatro, conversar en un tono fatuo y envanecerse de lo sabido (que es como estar ciego en plena luz, según decía Benjamín Franklin), sino la de Rodrigo Facio en la cual “una persona culta es quien está dispuesta a servir a la sociedad”. Pues solo con el aporte de toda la población es posible consumar la paz, conservarla y volver aun más bello nuestro país.

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