Por Lic. Junior Jesús Aguirre Gorgona*
Raphael Lempkin, judeo polaco y exiliado en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial a razón de las persecuciones antisemitas de la Alemania nazi, fue el que acuñó uno de los neologismos más polémicos y discutidos del siglo XX, que a nuestras fechas sigue causando controversia; quizá por su alcance y confusión con otros Crímenes Contra la Humanidad, lo cierto es que Lempkin, impulsado por la masacre del pueblo armenio y posteriormente la tragedia del Holocausto la cual le tocó vivir en carne propia, se dio cuenta que estaba en presencia de una nueva forma de gestar un crimen, como le llamó Wiston Churchill “un crimen sin nombre”.
Ante esta necesidad Lempkin, jurista de profesión y ante la polémica de los procesos de Nuremberg, desarrolló este nuevo término, adoptado por la ONU mediante la Convención para la Sanción y Prevención del Crimen de Genocidio: “crimen de Derecho de Gentes contrario al espíritu y a los fines de las Naciones Unidas y que el mundo civilizado condena” y definiéndolo como “Cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”. Estos actos comprenden la “matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.” (Resolución 96 de Las Naciones Unidas).
Más recientemente sociólogos como Daniel Feierstein llevaron el término más allá, refiriéndose a “Prácticas Sociales Genocidas” como a una serie de acontecimientos que se desarrollan en este crimen. Anteriormente en un artículo de mi autoría publicado en los medios de prensa, citaba que: “(…) como tal no solo tiene pretensiones destructivas y de aniquilamiento, sino organizativas y de reestructuración, es decir, su fin principal es la re-organización del aparato estatal. el mismo propone que los Estados-Nación Modernos, desde las experiencias europeas del siglo XV al XIX hasta las experiencias americanas en el siglo XIX y africanas en el XX surgieron en su gran mayoría de algo que él (Feierstein) ha denominado Práctica Social Genocida, es decir, el aniquilamiento sistemático de un grupo con el objetivo de reestructurar el comportamiento social.”
Ante esta realidad, con leyes que amparan a las víctimas de los genocidios y sancionan a los perpetradores, con evidencias palpables, testimonios de sobrevivientes, campos de concentración y exterminio, confesiones de criminales, con Eichmann el SS encargado de la logística ferroviaria que llevaría a los judíos de todos los rincones de Europa hacia las cámaras de gas, y lo miles de cadáveres apiñados como heno de granja; aún en medio de todo este dantesco panorama voces de seudo intelectuales se han atrevido a esgrimir teorías que asocian a Auschwitz con una fábrica de hule para la guerra, en el mismo Campo de Exterminio en el que murieron 1 millón 700 mil personas de manera sistemática, logística y eficiente (se calcula que en Auschwitz I y posteriormente Auschwitz II o Birkenau eran gaseadas e incineradas 30 mil personas diariamente) y que hoy es el emblema y insignia de la Shoá. Faurisson, Serge Thion, Paul Rassinier, Noam Chomsky y demás “teóricos” niegan que este hecho ocurrió. Algunas de sus “tesis” con las que basan sus ideales o “reglas del método revisionista” las cuales estriban en la falsedad, la mentira lisa y llana, y la remisión a una documentación de mera fantasía, son las siguientes:
- No hubo genocidio.
- La Solución Final nunca fue otra cosa que la expulsión de Judíos al este.
- El numero de víctimas judías bajo el nazismo fue mucho más baja de lo que se ha dicho.
- La responsabilidad de la Segunda Guerra Mundial es compartida con la judería internacional.
- El genocidio es un invento de los Aliados y los Sionistas para construir un Estado Judío.
- La mayoría de Judíos asesinados eran elementos guerrilleros y subversivos.
- Cualquier testimonio directo aportado por un judío es una mentira o fabulación.
Mas el revisionismo, o el negacionismo, no es cosa reciente, este forma parte de todos los procesos genocidas llevados a cabo en nuestros tiempos modernos. cuando Alemania fue derrotada y posteriormente invadida por los Aliados, Hitler antes de suicidarse, ordenó desalojar los campos de exterminio, detonar las cámaras de gas y los hornos crematorios, desterrar las fosas comunes y quemar los restos; había que borrar toda la evidencia que apuntalara a los nazis como culpables del mayor crimen cometido por la raza humana moderna, en otras palabras, había que ocultar que el holocausto que hoy conocemos como la Shoá había ocurrido.
Es una pérdida de tiempo establecer un dialogo con personas que se atreven siquiera a considerar estas “ideas” como asuntos de discusión. Aunque un diálogo entre dos hombres supone un terreno común, es decir, un terreno en busca de la verdad, podría, citando a Pierre Vidal Naquet en su libro Asesinos de la Memoria: “¿Podría imaginarse a un astrofísico dialogando con un “investigador” que afirmase que la luna está hecha de queso roquefort?”. Este es el nivel en que se sitúan estos supuestos estudiosos y así de risibles son los teóricos del negacionismo; pero lo más preocupante no es que supuestos intelectuales formulen estas teorías, sino que hay miles de personas que prestan oídos a estas matráfulas revisionistas. Estas propuestas han sido las encargadas de, en pleno siglo XXI, resucitar fantasmas que creíamos muertos en Europa, y que hoy funcionan como combustible para acrecentar el odio de las masas. No es el fantasma del comunismo que decía Marx, es el antisemitismo, o su forma más políticamente correcta, el antisionismo que se pasea por las calles de Europa, reviviendo viejas propuestas, antiguos temores. Este es el campo fértil que necesitan los partidos neonazis y de la extrema derecha de Europa del Este, movimientos pro boicot contra Israel, Estados Árabes y organizaciones terroristas, para llevar a cabo sus pretensiones: destruir a Israel y al pueblo judío.
Pero negar el holocausto no es solo negar el hecho en sí, es borrar la existencia de Hitler, la existencia de un partido que se convirtió en un Estado, es negar una ideología que creía en la prominencia racial, es negar que los gitanos, cristianos, polacos y comunistas también fueron asesinados en las Fabricas de la Muerte, es negar las masacres de Stalin perpetuadas en sus satélites soviéticos. Los que niegan la Shoá se olvidan que el dolor y el daño no es solo para los judíos, los negacionistas allanan el camino para que otro genocida, otra ideología y otro Partido/Estado acabe con lo poco que aún queda de nuestra humanidad.
*Profesor Estudios Sociales y Educación Cívica
Correo: jaguirre89g@gmail.com
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