El agotador nado contra corriente

» Por Daniel Weisleder - Analista Internacional

Hay un mundo real, y uno ideal; un mundo que es, y uno que debería ser. Es muy noble aspirar a convertir el primero en el segundo, pero cuando comenzamos a confundir lo que debería ser con lo que es, y a tomar decisiones en el mundo real pensando que vivimos ya en el ideal, usualmente nos va mal. Claro que no debería existir el crimen, pero no por eso voy a salir a caminar, billetera en mano, solo y desarmado, a las 11:00pm por el centro de Pavas.

En el mundo ideal, los palestinos son gobernados por líderes racionales, cuyos intereses podemos entender y compartir: libertad para su pueblo; un Estado propio en donde puedan crear su proyecto nacional de manera independiente de sus vecinos judíos, sin joderse mutuamente. Y esa sería la aspiración de la inmensa mayoría de la población. En ese mundo no sería necesaria guerra alguna, porque la negociación sería más que todo por territorios: vos me das esto, yo te doy lo otro, y cada uno agarra para su lado a construir su país.

Lo interesante es que esas negociaciones ya se han llevado a cabo y los términos ya han sido aceptados, y sin embargo sigue habiendo guerra. Esto no se explica en un mundo ideal… porque no vivimos en ese mundo ideal – no todavía. Los palestinos no son liderados por gente racional cuyo objetivo es un hogar nacional palestino, sino por dos facciones: una mala, y otra mucho peor.

La primera es la más corrupta cleptocracia dictatorial, y la otra son radicales yihadistas que ven en la existencia de un Estado judío en el Medio Oriente algo completamente inaceptable, y en ambos lados el mundo ideal al que aspiran la mayoría de los palestinos no es el de la coexistencia, sino el de la guerra, la venganza, la lucha constante por borrar lo que consideran ha sido el peor error de la historia y la mayor catástrofe imaginable: el Estado judío. Llevan 80 años intentándolo, cada vez con peores resultados, pero no van a parar porque saben que no tienen nada que perder: saben que apenas la pelea que inician se les ponga fea (como siempre ocurre) y las consecuencias de su radicalismo e insensatez llamen a la puerta, el mundo correrá a salvarlos, para darles a dichos radicales la oportunidad de intentarlo de nuevo unos años después. Saben que pueden iniciar mil guerras, que nunca van a perder porque a Israel no se le permitirá jamás ganar de ninguna manera concluyente, y el empate perpetúa la batalla.

Yo he sido siempre un acérrimo proponente de la separación en dos Estados; es la única manera de garantizar la existencia de Israel como democracia y Hogar Nacional Judío, pero entiendo la realidad en la que estoy viviendo – sobre todo después del 7 de octubre: cuando yo ofrezco darte casi todo lo que me pedís (a pesar de haberte derrotado en la guerra que vos mismo iniciaste) y vos me seguís respondiendo con bombas e intifadas, es claro que no tienes interés alguno en llegar a un acuerdo. Que un universitario de 19 años ignore esta realidad podrá ser entendible (aunque deprimente) pero que gente inteligente que conoce un poquito del conflicto se rehúse a aceptarla es completamente inexplicable.

Eso no significa que vea un mejor remedio a esta situación que la creación de un Estado independiente para los palestinos, pero entiendo que no es algo realista a corto o mediano plazo, y menos aún si seguimos insistiendo en hacer lo que tantas veces ha fallado, es decir, presionar a Israel para que de lo que ya ofreció en repetidas ocasiones, sin ningún éxito.

¿Cómo se justifica semejante insistencia? ¿Acaso es Israel la causa raíz del problema? Entiendo que su gobierno actual y los asentamientos que tontamente ha construido por décadas son un obstáculo, pero ¿de verdad son éstos quienes llevaron a los múltiples intentos por destruir dicho país, o a la perpetua negativa palestina de aceptar su existencia como Estado judío? ¿No será más bien la cultura de odio, resentimiento, violencia y venganza que se ha engendrado en la sociedad palestina? Y no, no es la totalidad de dicha población la que comparte dichas emociones y anhelos, pero definitivamente es mucho más que una pequeña minoría, como algunos insisten en corear. No nos metamos siquiera en el problemón que es el islamismo radical, algo que en círculos de izquierda se ignora o minimiza como una mera peca en la hermosa y pacífica cara del mundo musulmán, pero que juega un papel fundamental en la ideología de Hamas, de Hezbolá y de sus patrones cataríes e iraníes. ¿En realidad son los israelíes quienes se han opuesto durante décadas a que los palestinos tengan su país? ¿No será al revés?

Evidentemente hoy en Israel se dan cuenta de lo arraigado que está este odio hacia su mera existencia dentro de la sociedad palestina, pero hace 25 años éramos mayoría quienes creíamos en la viabilidad de un Estado palestino (ni qué decir hace 40 o 60). Los intentos de múltiples líderes israelíes por formalizar una paz a cambio de darle a los palestinos su país han sido varios, ampliamente documentados, y todos fallidos. Entonces no entiendo yo cómo una persona racional, informada e inteligente puede llegar a la conclusión de que la variable crítica en este experimento es Israel, su sociedad o su gobierno (por más que el actual sea desastroso), y que sólo a través de presionarles obtendremos la tan elusiva paz, cuando toda la evidencia apunta hacia el otro lado.

Claro, señalar a los palestinos como los principales causantes de su propia miseria es muy impopular en círculos mal llamados “liberales”. Aceptar que esta no es más que una de tantísimas guerras que hubo y sigue habiendo en el mundo, ciertamente desgarradora pero no más que cualquier otra, es anatema – ni qué decir cuando mencionamos que, por duro que sea, hay guerras que deben librarse, porque hasta de genocida te tachan. Es mucho más fácil callar, o unirse a los bienintencionados llamados “Chamberlainescos” por la paz “a toda costa”, obviando la realidad con la que debe lidiar Israel, sometiéndole a estándares imposibles y exigiéndole que tome riesgos que ninguna otra sociedad aceptaría.

Y es que el mundo, tan generoso, ha aceptado (muy a regañadientes) el derecho de Israel a sobrevivir, pero nada más: una vez que el peligro urgente se ha controlado y el tarro se ha pateado para el futuro próximo, es hora de detener de forma inmediata cualquier intento de arrancar de raíz el problema. Israel tiene derecho a mitigar el riesgo, a aplacar el fuego, pero nunca a apagarlo. Nunca. Por eso en Israel, y sólo en Israel, ves refugios antiaéreos en cada escuela y en cada edificio; por eso Israel ha tenido que hacer posible la imposible tarea de derribar misiles en el aire, porque se le permite paliar la perpetua amenaza, pero nunca, nunca, acabar con ella.

Sí, se le tolera apearse el cohete que se lanza sobre sus ciudades, pero jamás destruir el que está a punto de ser disparado, protegido por las casas y escuelas del enemigo. Que aprendan los judíos a esquivar balas, porque quebrar el brazo de quien las dispara es un crimen de la más lesa Humanidad. Ah, pero a los enemigos de Israel todo esto se les permite: esconderse dentro de la población civil, usarla como escudo, aterrorizar a propios y extraños, romper todas las treguas, incumplir todos los acuerdos, violar mujeres, quemar familias, secuestrar niños – todo se les aguanta y se le justifica porque “¡Ay, po’reciticos, están oprimidos!” A Israel, en cambio, se le tolera sólo lo mínimo – y muchas veces ni eso.

Entiendo que estar del lado de un Israel fuerte y poderoso es muy incómodo para quienes gustan de verse a sí mismos como paladines de los débiles y oprimidos – más hoy en día, cuando señalar fallas en cualquier causa que parezca defender a los desposeídos puede acarrearte consecuencias reales a nivel social y laboral.

Es muy difícil explicarles a los bienhechores del mundo que, a veces, el fuerte lleva razón, y está justificado en utilizar su fuerza, pero es importante seguir intentándolo. Luego del 7 de octubre la inmensa mayoría de los judíos del mundo que seguían pensando que vivían en ese mundo ideal en donde la paz estaba al alcance de la mano si tan sólo hacíamos algunos sacrificios más, han despertado a la realidad: la sociedad israelí no es perfecta, pero la palestina padece de cáncer avanzado – el cáncer del fanatismo, la intransigencia, la obsesión con la venganza y la lucha yihadista – y en tanto dicho cáncer no sea extirpado no hay concesión alguna que Israel pueda hacer que lleve a una paz real o duradera. Ciertamente eliminar a los líderes de Hamás y su capacidad de sembrar terror no será suficiente para acabar con el cáncer que se ha expandido en la sociedad palestina, pero hacerlo es un paso indispensable.

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