Póngase el cinturón, el calendario en “modo cuenta regresiva” y la mente en alerta: en apenas nueve meses, los costarricenses iremos (o deberíamos ir) a las urnas para escoger al próximo presidente de la República y a ese selecto club de 57 diputadas y diputados que, con suerte, sabrán por qué están ahí.
Sí, otra vez elecciones. Otra vez promesas, debates, encuestas que parecen novelas de suspenso y esa lluvia de mensajes con sonrisas fotogénicas, slogans pegajosos y abrazos sospechosamente efusivos a adultos mayores y perritos callejeros. La maquinaria electoral ya se enciende y la vitrina política empieza a llenarse con productos de todo tipo: nuevos, reciclados, vencidos, y algunos en empaque bonito, pero sin contenido.
Como si estuviéramos frente a un supermercado en viernes negro, la oferta de partidos será abundante. Habrá más banderas que en el desfile del 15 de septiembre y más candidatos que en un casting de telenovela. Algunos con trayectoria, otros con ocurrencias, y varios con el don de hablar mucho sin decir nada. La democracia costarricense, sin duda, es variada… y a veces un poquito desordenada, como feria de pueblo con altoparlante malo.
Pero entre la risa y la bulla, hay algo muy serio: estas elecciones importan. Mucho. Nuestro voto define el rumbo del país para los próximos cuatro años. No es solo una papeleta, es una pequeña pero poderosa decisión sobre educación, salud, economía, medio ambiente, seguridad y hasta qué tipo de memes tendremos que soportar.
El problema —y no es nuevo— es el abstencionismo. En las últimas elecciones, el ausentismo fue tan alto que uno pensaría que las urnas estaban ubicadas en Marte. Al final, el presidente fue elegido con un porcentaje tan bajito respecto al padrón nacional, que si fuera calificación escolar no pasaba ni con recuperación. Y eso tiene consecuencias: poca legitimidad, más polarización y una ciudadanía quejándose en redes, pero ausente en las urnas.
No nos engañemos. No votar no es “una forma de protesta”. Es dejarles la decisión a otros. Es como decir: “yo no elijo qué serie vemos, pero igual me voy a quejar de que siempre ponen lo mismo”. Si queremos cambios reales, hay que involucrarse. Hay que informarse. Y sí, hay que votar.
Así que, ciudadano o ciudadana de este país que tanto amamos (aunque a veces nos saque canas): prepárese. Y hágalo como si fuera al súper con hambre, pero con juicio. No agarre lo primero que brilla. Camine con calma, compare propuestas, revise ingredientes. No se deje seducir por el empaque ni por los dos por uno. Revise el plan de gobierno como quien lee la letra pequeña de una promoción: ahí, donde usualmente se esconde la trampa.
Hay candidatos “sin azúcar añadida” que resultan tener ideas bastante amargas. Otros se venden como “todo terreno” y no pasan ni el primer bache. Algunos prometen reactivar la economía como si tuvieran una varita mágica, pero a la hora buena no saben ni activar el micrófono en una reunión virtual.
Por eso, para estas elecciones, no olvide llevar su carrito democrático. Compare, evalúe, cuestione. Y elija con la cabeza, no con el impulso. Porque en política, igual que en el supermercado, lo barato puede salir carísimo. Y lo que parecía buena idea en el pasillo 3, termina siendo un desastre cuando llega a casa y no hay quién lo devuelva.
Costa Rica no necesita salvadores. Necesita ciudadanía activa, crítica, valiente. Y sobre todo, necesita que usted se levante, revise bien la oferta y, llegado el día, vote. Porque la democracia no es perfecta, pero es como el arroz con leche: si no lo prepara uno, se lo hace otro… y puede salir muy amargo.