Como un “nido de espías” calificó alguna vez Fidel Castro el edificio gris de hormigón que ha sido testigo de algunos de los momentos más álgidos de la enemistad entre ambos países. El bloque de siete plantas ubicado en medio del emblemático Malecón habanero simbolizó en las últimas décadas al “enemigo imperialista”, pese a no gozar formalmente del estatus de legación estadounidense.
El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, le devolverá este viernes finalmente también hacia afuera el estatus de representación oficial de Washington en Cuba izando la bandera de las barras y las estrellas en su patio exterior, después de que ambos países retomaran formalmente sus relaciones diplomáticas el 20 de julio.
El acto solemne en el edificio que alberga actualmente a unos 50 funcionarios estadounidenses y unos 300 empleados cubanos debe simbolizar también el cambio de los tiempos para la que fuera una de las trincheras más visibles de la Guerra Fría.
Inaugurado en 1953 como obra de arquitectos estadounidenses, el edificio cerró sus puertas como embajada el 3 de enero de 1961. Tras la victoria de Fidel Castro dos años antes, la tensión entre ambos países había llegado entonces a un punto de no retorno con las leyes de nacionalización que ponían propiedades en la isla de empresas norteamercanas como United Fruit, Coca-Cola, o Palmolive en manos del Estado cubano.
En medio de acusaciones de complots contra su gobierno, Fidel Castro llegó a acusar a la embajada de Estados Unidos de ser un “nido de espías” y pidió la salida de los diplomáticos.
“Utilizaban ellos la embajada para introducir aquí agentes conspiradores y terroristas, porque han estado dirigiendo el terrorismo amparados en la inmunidad diplomática”, apostilló Castro en un discurso en enero de 1961, poco antes de la ruptura.
“Hay un límite a lo que el mismo Estados Unidos puede soportar. Ahora se ha alcanzado ese límite”, replicó el presidente Dwight D. Eisenhower. Los últimos diplomáticos estadounidenses dejaron la isla tras el alineamiento de Cuba con la Unión Soviética.
La sede diplomática quedó entonces bajo la custodia de la representación suiza y en los primeros años el embajador helvético, Emil Anton Stadelhofer, consiguió que el edificio no fuera ocupado para convertirse en la sede del Ministerio de la Pesca de Cuba.
La construcción fue diseñada por los arquitectos Wallace Harrison y Max Abramovitz, autores también del cuartel general de la CIA en Langley, en el estado de Virginia. El estilo modernista de la sede simbolizaba “la promesa de prosperidad y oportunidades apoyada en la tecnología y la industrialización”, describía el edificio la revista especializada “Archdaily”.
Los primeros acercamientos después de la ruptura se dieron en 1977. La administración del demócrata Jimmy Carter llegó entonces a un acuerdo con la isla para la apertura en ambos países de sendas “Secciones de Intereses”, pese a la carencia de vínculos diplomáticos. La representación de Estados Unidos quedó bajo el amparo de Suiza.
Por su parte, la ex Checoslovaquia se hizo cargo de la legación cubana en Estados Unidos hasta 1991. Tras la desaparición del bloque soviético, Berna también asumiría la representación de Cuba en Washington.
Sobre todo el edificio en La Habana reflejó en décadas pasadas las tensiones en las convulsas relaciones bilaterales.
En 2006, durante el mandato del republicano George W. Bush, los diplomáticos estadounidenses instalaron un letrero electrónico en la parte superior de la fachada del edificio desde el que se transmitían mensajes en favor de los derechos humanos.
“Y un día, para sorpresa del régimen, comenzamos con ‘Pueblo de Cuba, ¿cómo es que nosotros podemos ir a sus hoteles y ustedes no?'”, recordaba James Cason, jefe de la Sección de Intereses en aquel momento.
El gobierno cubano respondió instalando rápidamente 138 mástiles con su enseña nacional. El “Monte de las banderas”, como se conoce todavía a la plataforma delante de la embajada, dificultaba la lectura de los mensajes. En tanto, el letrero luminoso ya no está desde hace tiempo y las autoridades cubanas despliegan rara vez el mar de banderas delante del edificio.
Pero la tensión condujo en otros momentos también a situaciones grotescas. En 2001, Cuba anunció por ejemplo a la prensa extranjera la “expulsión de la perra” de Vicky Huddleston, en aquel momento la máxima representante diplomática norteamericana en la isla.
Tras el revuelo causado, el gobierno cubano aclaró que se referían a la negativa de Huddleston a dejar participar a su perra afgana, llamada Habana, en certámenes con canes locales. El club de criadores readmitió más adelante a la mascota, pero a la dueña se la separó definitivamente de la asociación.
El histórico acercamiento puesto en marcha el pasado 17 de diciembre ha empezado a relajar el ambiente, pero los funcionarios estadounidenses todavía pueden ver desde las ventanas de sus oficinas las consignas “Patria o Muerte” y “Venceremos” en la llamada “Tribuna Antiimperialista”.
La plataforma fue construida en el año 2000 para los mítines que pedían el retorno del “balserito” Elián González. El caso del niño, rescatado en aguas del estrecho de la Florida después de que naufragara la precaria embarcación en la que viajaba con su madre, dio pie entonces a una dura batalla legal y política entre sus familiares en Miami y su padre en Cuba.
La reapertura de las embajadas implica también el fin del mandato suizo de “potencia protectora”. En reconocimiento al papel de intermediario en momentos de gran tensión, el ministro suizo de Exteriores, Didier Burkhalter, es uno de los invitados al acto de reapertura.