Una vecina me preguntó esta semana: «¿Dónde se pueden leer ahora las noticias?».
Carajo, la misma pregunta que todos nos hacemos desde que nuestros principales medios de comunicación se dedicaron de lleno a atacar al presidente y no a informar a la gente.
Nunca en este país, desde el nacimiento del periodismo impreso a principios de la década de 1830, el inefable tándem «prensa-política» se había unido como hoy para un acto tan ruin contra nuestra democracia.
Ni siquiera en los tiempos de nuestra frágil y tímida independencia cuando, a través de una prensa aún en pañales, las aves de mal agüero del poder creaban desde fuera y desde dentro climas hostiles y convulsos.
Si bien desde el nacimiento de la imprenta nuestro periodismo pasó por todos los sitios donde asustan, nunca antes como ahora perdió su sistema de pesos y contrapesos.
Evolucionó desde entonces a través de una prensa que daba alas y garras a políticos emergentes; de otra para el intelectual; de la popular, informativa y humorística; de la mercantil o «hace-fortunas», de la amarilla, de la nota roja y la rosada.
Hubo incluso épocas feroces de medios que nacían al calor de las campañas electorales bajo el auspicio de los candidatos en liza, y de medios que caían en desgracia hasta desaparecer ante el triunfo del adversario.
Laberintos todos por donde, con el tiempo, transitarían los grandes de la época como Rafael Iglesias, Ascensión Esquivel, Cleto González Víquez, Ricardo Jiménez…todos a remolque de la bendita prensa.
Y mucho más acá, cuando el propio don Pepe Figueres echaba mano de periódicos como La República y luego Excélsior como altavoces de su credo verdiblanco y escudos políticos para atemperar la hegemonía de La Nación.
Sí, de La Nación, ese diario de cuna aristocrática que nace en medio del cotarro político de los cuarenta, apenas año y medio antes de la Revolución del 48, como el parte aguas de un periodismo consumido ya por las pasiones del poder.
Más que consumido, con las horas contadas debido al rudo y extenuante pugilato entre el Diario de Costa Rica, de Otilio Ulate, y La Tribuna, aliada a Rafael Ángel Calderón Guardia, que no hacían otra cosa que reafirmar la naturaleza neurótica de la prensa escrita y la política infinita, siempre tan enyuntadas.
Entre tanto, el lector en medio de todos los fuegos presa del hambre y el revanchismo electoreros de periódicos sin más noticias que sus fanatismos.
¡Hasta que tanto fue el cántaro al agua…!
Se quebró en la era de los Tinoco cuando, bajo la presión infame de su dictadura, cerraron varios periódicos, en cuenta La Prensa Libre, en medio de un ambiente tan virulento como opresivo.
Y se acabó de hacer añicos cuando, poco después, el periódico La Información, afín a la satrapía gobernante, caía pasto de las llamas víctima del propio ciudadano indignado.
¿Se habría hartado éste de ser un subproducto cultural histórico del maridaje entre la prensa y la política?
¿Es que acaso no tenía posibilidad de un periodismo informativo bien orientado y educado con espíritu ético, objetivo, veraz y a la vez crítico?
Insisto en que, pese a toda esta prehistórica simbiosis de amor y odio entre la política y la prensa, por épocas los costarricenses tuvieron su respiro para disfrutar de un periodismo ameno, libre, combativo y constructivo.
Me tocó vivirlo a lo largo de buena parte de mi carrera en La Nación, que inicié como practicante en 1963, cuando las pasiones del 48 todavía bullían mas no interferían en el trabajo de la nueva hornada de periodistas.
Claro está que la sombra sutil de los dueños de La Nación patrullaba siempre, ojo avizor, sobre su parcelita de poder cuidando que la marcha, la influencia y el «cinco» del periódico se mantuvieran saludables.
Recuerdo la vez que don Jaime Solera B., uno de los dueños fundadores de La Nación, me dijo: «Soy tan consciente del rol social y cultural del periódico que, si perdiera plata, no me importaría; pero diay… gana y mucha».
Era La Nación boyante y en la cúspide del éxito, con su «vaca madre» haciendo clavos de oro aupada por sus empresas satélites también a toda bujía dominando el mercado periodístico, publicitario, revistero y de imprenta.
Era esa catedral de la palabra todavía con periodistas honorables de vocación y corazón que con sus investigaciones, columnas y contenido cultural marcaron una época inolvidable en nuestra prensa.
Sin que en ese momento a ninguno de nosotros nos pasara por la mente, ni en broma, verla un día derrumbada, junto a otros medios informativos, abrevando del divino tazón estatal a los pies de sus amos de todo pedigrí.
La periodista Giannina Segnini y su equipo recibieron la primera estocada de La Nación tras publicar a principios de siglo los casos ICE-Alcatel y Caja-Fischel que involucraban a dos expresidentes de la república.
Y más tarde, la segunda y definitiva cuchillada que la obligó a renunciar a La Nación tras negarse éste a publicar el resultado de una encuesta política a apenas dos semanas de las elecciones de 2014.
¿Será un estigma del destino que nuestra libertad de prensa acabe inexorablemente allí donde comienza la mano peluda del poder político?
A la televisión en Costa Rica le costó nacer en los años cincuenta por cabezonada de don Pepe Figueres ceñido en crear una de corte estatal al mejor estilo de la BBC.
Fue la llegada del presidente Mario Echandi quien, finalmente, hizo posible la fundación de Canal 7 en 1960, un medio que, si bien en su momento tocó también el cielo, fue siempre muy susceptible a la influencia de la clase política gobernante.
Lo sufrió Pilar Cisneros cuando, empeñada como directora del noticiero en hacer un periodismo para el público y no para las élites de poder, renunció en enero de 1994 indignada ante las presiones para favorecer al candidato liberacionista José María Figueres.
Pocos años después de su regreso al canal en 1998, Pilar y su equipo sintieron de nuevo el ácido de los dueños del canal incómodos ahora ante sus propias revelaciones sobre el mismo escándalo ICE-Alcatel y Caja-Fischel que acabó con el encarcelamiento temporal de los dos expresidentes.
No obstante, contra viento y marea Pilar siguió adelante ayudando a los grupos de ciudadanos más necesitados hasta renunciar de nuevo en 2013 a la dirección del noticiero ante la pretensión de Canal 7 de camuflar ciertos campos pagados como si fueran noticias al público, una práctica que ella jamás iba a tolerar.
Por su lado, CRHoy nace en 2012 como un experimento digital con el ímpetu de un miura dispuesto a acorralar a los demás medios tradicionales quitándoles pasto y mercado, hazaña que en buena medida logró, pero al lamentable precio de que muy pronto se le vieran también las fisuras y las costuras.
Y así hasta el día en que, para asombro de todo el país, nos dimos cuenta de que la misma corrupción ajena que en su momento denunciaban esos y otros influyentes medios radiales y digitales, parecía subyacer también en ellos.
¡Horror! El bicho hundía allí también sus garras bajo distintos pelajes, desde escandalosos perdones o silencios oficiales por evasión fiscal, hasta presupuestos tan sospechosos como obcenos en publicidad y periodismo, pasando por las famosas inversiones en bonos IVM de la CCSS, trencitos, parques, zonas francas con nombre y apellido y cuestionables financiamientos a partidos políticos.
Algo tan apocalíptico en la historia de Costa Rica que se trajo al suelo la majestad del periodismo ético, libre, informativo, formativo, de principios y verdadero, ese que servía de bastión a nuestra democracia y de esperanza a nuestro pueblo.
La prensa tradicional, sumisa a la élite legislativa, judicial, constitucional y económica del país, solo sirve hoy para sabotear la obra del Poder Ejecutivo decidido a dinamitar precisamente el Estado corrupto que postra a la Costa Rica olvidada de pueblos sin futuro ansiosos de cambio.
Su odio terrorista a todo lo que hacen el presidente Rodrigo Chaves, la hoy diputada Pilar Cisneros y su equipo de trabajo nos confirma el delirio actual de un antiperiodismo inédito cuyo único objetivo es montar escándalo tras escándalo para confundir al ciudadano y evitar que éste pueda distinguir entre la verdad y la falsedad.
¿Dónde podemos leer ahora las noticias?
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