Antes que nada, debemos estar claros en cuál es el concepto correcto de la palabra pecado, ya que su significado varía según la doctrina que enseñe cada confesión y según la interpretación de cada individuo. Debido a esto, el concepto universal de pecado es ambiguo, y su alcance por consiguiente es relativo. Entonces, conocemos como pecado: “el pensamiento, palabra o acción que, en una determinada religión, se considera que va contra la voluntad de Dios o los preceptos de esa religión”.
La Iglesia Católica ha condenado por siglos la homosexualidad, el adulterio, la fornicación, la poligamia y básicamente cualquier práctica que esté fuera de la institución del matrimonio y vaya contra “la moral cristiana” y la intención de reproducción humana: como el aborto. Es por esto que se ha satanizado la figura del aborto, a tal punto que, el tan sólo mencionar su nombre, es casi una herejía dentro de los muros “incorruptos” de tan milenaria institución.
Lo curioso es que Dios no hace referencia ni una sola vez al aborto -interpretado como la decisión de la madre de interrumpir el embarazado- sino más bien hace referencia a la agresión que sufrían las mujeres judías, en un contexto cultural más misógino y machista que el actual. El siguiente texto ha sido la fuente para múltiples interpretaciones meramente dogmáticas: “la Ley establecía que si una mujer embarazada perdía el bebé a causa de una agresión, el culpable merecía la pena de muerte. Así, el asesino pagaba la vida de la criatura con la suya propia (Éxodo 21:22, 23). Los jueces primero tenían que evaluar las intenciones y circunstancias de cada caso (Números 35:22-24, 31)”.
La teología católica, es decir la interpretación de la biblia desarrollada en el seno de las iglesias cristianas que se denominan católicas, estudia la relación entre Dios y el hombre con base en las sagradas escrituras, la tradición y el magisterio. El problema es que los textos han sido tan gravemente alterados, acortados y hasta suprimidos que, hacer una sana hermenéutica de ellos es casi una tarea imposible. Sin embargo, a lo largo de que la palabra pasara de los apóstoles a sus discípulos y estos a su vez a sus sucesores, por siglos y siglos, se dieron divisiones entre la naciente religión cristiana y sus comunidades, quienes tenían en frente a un obispo para guiarlas. Pero la cúpula de la iglesia católica se las ingenió y creó la figura de los concilios (reunión de obispos para ponerse de acuerdo) y la del Papa, a quien se le otorgó la infabilidad en todo lo que éste dijese. Fue normal en este tiempo ver a dos o más obispos condenándose entre sí y reclamando a su vez ser el verdadero Papa de la naciente iglesia y obtener para si El Trono de San Pedro.
Pasaron los siglos y la iglesia continuó, a través de los papas y sus encíclicas, utilizando el miedo y la ignorancia para aferrarse al poder y tener el control de lo que se parecía más a un reinado que a una comunidad cristiana. Se la pasaron por siglos condenando prácticas que ellos mismos cometían dentro de los muros del naciente Vaticano, tal es el caso de los Borgia y el Papa Alejandro VI, quien hizo de todo menos seguir el evangelio de Jesús.
Desde antes del siglo pasado ya la iglesia había condenado el aborto, pero no fue si no hasta el año 2004 cuando el hoy Papa Emérito Benedicto XVI, y entonces Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, enviará una carta a los obispos de Estados Unidos en donde explicaba porque era “pecado” votar por un candidato que promoviera el aborto.
La misiva que envió el ahora Papa Emérito Benedicto XVI a los obispos de Estados Unidos, tenía que ver con la disposición de negar la Eucaristía a los políticos a favor del aborto. En ella afirmaba que “un católico sería culpable de cooperación formal en el mal, y tan indigno para presentarse a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a favor de un candidato precisamente por la postura permisiva del candidato respecto del aborto y/o la eutanasia”.
Sin embargo, y a pesar de que la iglesia “defiende la vida”, tal parece que para ella no todos los asuntos tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Papa sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión.
¿Curioso, no?
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