Por Luis París Chaverri – Exembajador
Se puede afirmar que el deseo de quedar bien con1y todos, de no contrariar a nadie, es un vicio de la mayoría de los dirigentes políticos, quienes en su afán por ganar simpatías y votos para sus proyectos electorales, desarrollan la destreza de decirle y ofrecerle a cada quien, a cada auditorio, aquello que quiere escuchar.
Pero como “la jarana siempre sale a la cara”, este tramposo comportamiento, propio del politiquero, delata -más temprano que tarde- las contradicciones entre los compromisos adquiridos con unos y otros y pone en evidencia la incoherencia de sus planteamientos ideológicos y programáticos. En otras palabras: destapa y exhibe el engaño y la mentira de su actuar.
El discurso complaciente con sectores y gremios que tienen intereses dispares y opuestos y, por lo tanto, agendas encontradas, tiene serias consecuencias cuando el líder político que así actúa asume posiciones de poder, cuando desde esas posiciones le corresponde, ahora sí, tomar algunas decisiones que pueden contradecir sus criterios anteriores y que de seguro complacerán a algunos pero que irremediablemente contrariarán a otros.
Desde antes de asumir la presidencia de la República, don Luis Guillermo Solís, en sus reuniones con cámaras patronales, sindicatos y otros actores sociales, permitió entrever su tendencia a utilizar un discurso ambiguo y acomodaticio, con el que logró granjearse, momentánea y temporalmente, las simpatías y aplausos de todos.
El apoyo de don Luis Guillermo a la huelga convocada por los gremios de educadores al final de la anterior administración, siendo ya presidente electo y a pesar del perjuicio que ocasionaba a los estudiantes, es una muestra de su deseo de quedar bien con todo el mundo, de no enfadar a los dirigentes gremiales con los que protagonizaba una luna de miel que pretendía durara todo su mandato, pero que al final de cuentas resultó efímera, que se terminó cuando ya sentado en la silla presidencial no tuvo más remedio que pedirles poner fin al movimiento y volver de inmediato a las aulas.
Hoy, a poco más de la mitad de su administración, las simpatías y los apoyos del inicio, conquistados con su ambigüedad, se han evaporado y las opiniones negativas sobre su gestión proceden de todos los gremios y sectores, desencantados y defraudados, no tanto por sus decisiones, cuanto por su irresolución y palanganeo, producto de ese discurso complaciente e irresponsable.
Ese palanganeo presidencial, tiene expresión en temas como por ejemplo -y solo para citar algunos ya que la lista es larga- el de la generación eléctrica, la sectorización del transporte público, el proyecto que debilita al INA, el ingreso a la Alianza del Pacífico o a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), temas de gran importancia y trascendencia para el país, pero sobre los cuales la posición del presidente ha sido titubeante, con expresiones contradictorias que producen desconcierto e incertidumbre.
Esa actitud no es nueva en don Luis Guillermo: ya en su paso por la secretaría general del Partido Liberación Nacional (PLN), apenas asumido el cargo contemporizó con sus cuadros dirigentes, a pesar de haber sido crítico, antes de que lo eligieran, de la idiosincrasia y de las actuaciones de esa estructura partidaria, de la cual por cierto terminó renegando.
Lamentablemente el señor presidente Solís parece desconocer o no recordar que “El que intenta complacer a todos, no logra agradar a ninguno”, máxima expresada hace ya muchos años por J.J. Rousseau.