A 105 años de la Gran Reforma de la Universidad de Córdoba

Oportunidades para impulsar la regionalización universitaria

» Por Dr. Fernando Villalobos Chacón - Escritor y decano de la Sede del Pacífico UTN

Dr. Fernando Villalobos Chacón

En el año 1918, el llamado Manifiesto Liminar emergió como Declaración de la Gran Reforma Universitaria de Córdoba.  No obstante, a pesar de las muchas aspiraciones que hubo en ese momento histórico, en muchos claustros académicos, más de un siglo después; poco ha cambiado. Todavía subsisten viejos paradigmas en las formas de enseñar, así como un distanciamiento de algunas universidades con las realidades sociales, que existen en los diversos países latinoamericanos.

La pandemia terminó por demostrar que muchas universidades no estaban, ni lo están aún; preparadas para el cambio inteligente y programado hacia entornos virtuales de enseñanza; al menos de forma bimodal; ni tampoco se está preparado para implementar modalidades de teletrabajo en ciertos puestos de trabajo; en un mundo altamente tecnológico, interconectado y donde además esto permitiría mejorar la calidad de vida de los colaboradores, disminuir el tráfico vehicular y el colaborar con el ambiente.

De forma lamentable, en muchos casos, las élites en el poder se han olvidado de la esencia de la universidad y de sus principales actores: los estudiantes. En algunas universidades el equipo de gobierno se ha convertido en una especie de “partido político” enfrentado al gobierno de turno, y en ese proceso, se desgasta el derrotero y la imagen institucional, relegándose lo esencial que es el papel innovador y creador de profesionales en las diferentes áreas y carreras universitarias (III Conferencia Regional de Educación Superior, Córdoba 2018).

El centralismo en la gestión universitaria ha sido históricamente lo usual en Latinoamérica. Costa Rica no ha escapado a ello. Al menos tres de las cinco universidades públicas que acceden al Convenio de Financiamiento del Fondo Especial de la Educación Superior (FEES) continúan concentrando la mayoría de sus presupuestos en la metrópoli universitaria, y destinan muy poco presupuesto a las sedes regionales. Es justo reconocer que ha empezado un esfuerzo para impulsar la regionalización, pero aún es débil, disperso e insuficiente.

La regionalización debe ser entendida desde esquemas que permitan contextualizar las características, necesidades y potencialidades de las zonas donde la universidad esté presente. Cónsono con esta orientación, en las regiones periféricas se debe potenciar la vinculación universidad-empresa-gobierno (triple hélice) y se debe favorecer un estrecho nexo con el mercado y los encadenamientos entre las diversas estructuras productivas locales. Pese a que esto debe ser un horizonte natural en la realidad actual, persisten reticencias ideológicas en muchos claustros universitarios que satanizan la vinculación de la universidad con el mercado; siendo esto un absurdo; ya que las universidades forman los cuadros profesionales precisamente para ese mercado que en muchos casos es vilipendiado; pero que con sus impuestos hacen posible la financiación de la misma educación superior.

Es preciso recordar que la universidad latinoamericana nació como una institución de élite y pervivió hasta fines del siglo XX, dominantemente como una universidad urbana, de hombres, predominantemente blancos y de altos recursos. (Claudio Rama, 2016). Concordante con esta idea, las universidades latinoamericanas desde la misma colonización europea y por influencia napoleónica, han adoptado el centralismo en su gestión, tendencia que ha sido difícil irrumpir. La universidad intramuros propia de la herencia hispánica ha seguido permeando en muchos casos, donde los campus universitarios, invocando una equivocada autonomía universitaria; mal entendida por supuesto, se han convertido en una especie de nuevos feudos medievales. Es una lástima, ya que la universidad en el mundo moderno debe ser abierta y libre en todos los sentidos.

Las universidades modernas deben ser flexibles, reaccionar con mayor prontitud a los cambios que la sociedad experimenta, tener una gobernanza académica menos verticalista, reducir la burocracia que no genera valor agregado a la gestión, tener una estructura administrativa menos onerosa, invertir más en las regiones periféricas, entre otros.

En Costa Rica es innegable que la Universidad Pública hace una extraordinaria labor de docencia, investigación y acción social, no obstante, esto es poco conocido por la mayoría de la población, en vista del divorcio de comunicación con el resto de la sociedad, lo cual le ha permitido a muchos de sus detractores avanzar en sus criticas hacia su pertinencia, lo cual atenta contra su subsistencia.

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