Por: Junior Aguirre Gorgona*
Hace dos años en un artículo publicado en The New York Times titulado “De Mi Propia Vida”, título inspirado en la pequeña autobiografía de David Hume, el Galeno Oliver Sacks, un completo desconocido para mí hasta ese momento, relataba como su vida estaba apunto de terminar a causa de un cáncer que había vuelto luego de 9 años de haber desaparecido. Y así fue, 5 meses después la prodigiosa pluma de quién en vida fuera Neurólogo y escritor de grandes libros sobre las más curiosas enfermedades mentales de sus pacientes, se vio apagada.
De casualidad vine a dar con el doctor Sacks; un artículo narraba como el aclamado escritor, famoso por su libro “Despertares” llevado a la pantalla grande e interpretado por Robin Williams, estaba apunto de morir. “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” fue su primer gran éxito editorial, y también fue el primer libro que tuve en mis manos y el que me introdujo a un mundo desconocido, lleno de términos y conceptos científicos pero con una cálida narrativa que siempre le caracterizaba.
Nacido en el seno de una familia judía ortodoxa, vivió oculto durante la Segunda Guerra Mundial en un refugio en las afueras de Londres, con el constante asedio de los bombardeos de la fuerza aérea nazi, la Luftwaffe. Terminada la guerra, y ante su constante búsqueda de la verdad, decidió abandonar su religión (pero nunca negó ser judío) y se dedicó a la investigación científica, a su vocación médica y a saciar su apetito voraz por la lectura y las plantas. Esa búsqueda constante, y su espíritu aventurero, lo llevó al Hospital Beth Abraham, donde encontró a decenas de pacientes literalmente dormidos, algunos con más de 40 años, víctimas de la encefalitis letárgica; Sacks los trató con L-DOPA durante un tiempo, y sus pacientes milagrosamente lograron despertar.
Pero el punto de inflexión en su vida, y en la de los que lo rodeaban, fue la confesión de su homosexualidad y las lapidarias palabras de su madre «eres una abominación, ojalá no hubieses nacido», lo persiguieron hasta el final de sus días. Su parte más humana, íntima y frágil; sus romances en Londres donde ser gay era causal de detención, sus experiencias con las drogas y su adicción a las anfetaminas; las desnudó en su último libro titulado “En Movimiento, una Vida”, su autobiografía póstuma.
Estoy seguro de que Sacks de no ser doctor, muy posiblemente hubiese sido profesor (aunque lo llegó a ejercer), y aunque su curso fuese premeditadamente aburrido, cautivaría a sus estudiantes con grandes explicaciones y su chispa carismática, con su habilidad de convertir lo meramente científico, plano y frío en una increíble oportunidad de aprender las tortuosas enfermedades que afectan a mucha gente y que quizá desconocemos; así como lo hace en cada uno de sus libros, desplegando su habilidad de hacer que, las cosas que en cualquier otro momento parecerían irrelevantes y vacuas, cobren sentido. Esto es que, gracias a su prosa y narrativa, convierte un tema tan complicado como el síndrome de Tourette, el Autismo, la ceguera al color y la amusia; en relatos comprensibles. Su humanismo latente en cada línea, hace de las descripciones de enfermedades de sus pacientes, un relato lleno de búsqueda de felicidad, por paradójico que parezca; ya que Sacks no se centra en el dolor, por el contrario ahonda en el alma de sus pacientes, mostrando como, a pesar de lo complejo de su situación, logran reajustar sus vidas y vivirlas, inclusive más intensamente que antes.
Para Sacks es inevitable encontrarse en sus pacientes y sus padecimientos, y para sus lectores es imposible no reflejarse en sus libros y profundas narraciones.
*Profesor de Estudios Sociales y Educación Cívica