Hasta hace pocos años, la estrategia de desarrollo económico y social, en la mayoría de los países, se enmarcaba en tres coordenadas: un sistema de dirección y de administración centralista, un régimen piramidal de democracia representativa y un enfoque sectorial de los problemas.
El motor del desarrollo era el gobierno central y el escenario, la nación segmentada en sectores, lo que sirvió para solucionar problemas en una época caracterizada por la incomunicación y desvertebración física del territorio nacional, la precaria capacitación técnica de los funcionarios, la desinformación y el aislamiento producido por distancias que parecían infranqueables.
Este formato reportó buenos resultados en nuestros países y resultó ser la única forma de garantizar la unidad nacional y de alcanzar metas de crecimiento económico y de progreso social. El avance institucional y la transformación de las naciones emergentes de fines del siglo pasado a los países vitales de hoy, son, en buena parte, el resultado de administraciones centrales más técnicas que las provinciales de la época.
No obstante el desarrollo en los municipios era influenciado verticalmente por diversos sectores y temáticas del desarrollo, cada una gobernada por cabezas diferentes en los distintos ministerios. Desde el punto de vista de la planeación y de la actividad económica, social y política, el municipio era una “pluralidad” desintegrada; la unidad, cuando la había, estaba a nivel del gobierno nacional y era respaldada por instancias o instrumentos centrales de coordinación como el Plan de Desarrollo, el Consejo de Ministros el Presupuesto Nacional y la Presidencia de la República.
La dispersión geográfica, la incomunicación y la desinformación debieron ser manejadas por sistemas de democracia representativa que garantizaban la unidad política nacional. Había poco lugar a la organización y a la participación política de comunidades que no podían ser oídas por un gobierno central geográficamente distante.
El ejercicio de la democracia y de las ideas políticas eran personificados por “jefes” que pasaban la mayor parte del tiempo en la capital. La sociedad municipal estaba referida a esos jefes y el centro de la actividad política se situaba en el nivel nacional.
El intervencionismo se volvió asfixiante, ineficiente y pesado. Contaminado por el clientelismo del sistema político y por la corrupción, el centralismo burocratizado se olvidó del ciudadano (cuando no lo atropelló), fracasó en su intento de dar solución a problemas crecientes de pobreza, se rezagó frente a una sociedad cambiante, dejó de hacer presencia en buena parte del territorio nacional y fue incapaz de inducir tasas de crecimiento económico suficientes para aumentar el bienestar de una población en crecimiento.
Hay que destacar que la revolución tecnológica jugó un papel importante durante la época porque desaparecieron las distancias y se rompieron las barreras de la incomunicación permitiendo un salto cualitativo, que cambio las coordenadas de organización social.
Por último no permitiremos como ciudadanos y comunidades organizadas que un grupito de legisladores nos quiten la potestad de tomar decisiones para guiar nuestros destinos en temas correspondientes al desarrollo político, económico y cultural de las regiones.