Columna Cantarrana

Ni Hamas ni Fatah ni Haganá ni Leji

» Por Fabián Coto Chaves - Escritor

Los estudiantes de intercambio durante el cole. 

La forma más accesible de cosmopolitismo para los hijos de capas medias. 

Recuerdo que en el año 95 llegó una gringa. 

Era judía. 

Estábamos en octavo y no creo que sea necesario insistir mucho en que a los 14 años uno puede llegar a ser verdaderamente canalla. O para ser más preciso: a los 14 años yo era un canalla.

La primera bromita fue una esvástica mal dibujada en la tapa del cuaderno. Luego, un “Heil Hitler” en la pizarra. Después, otra esvástica en el cuaderno y un torpe “Führer” escrito con liquid paper. 

Así fueron sucediéndose una serie de pequeñas ruindades que desembocaron en lo previsible: la intervención de don Juan, el director del cole que, además de ser un hombre cultísimo, impartía las lecciones de matemática.

Cabe decir que no hacía falta haber leído novelas de Agatha Christie ni invocar torturas ancestrales: mi caligrafía errática me delató. Don Juan, sin embargo, no me reprendió directamente ni me dio mi merecido en un sentido ortodoxo. Una tarde llegó a la clase de mate y dejó de lado los sistemas de ecuaciones y durante 80 minutos habló sobre el holocausto. 

Para mí fue suficiente: su intervención fue más efectiva que un boleta o una expulsión. 

No hace falta leer a Sábato para darse cuenta de que la mesura y la magnanimidad son, en efecto, aspectos del privilegio. Es decir, don Juan pudo gestionar esa situación de manera tan virtuosa, precisamente, porque no le afectaba, porque no lo tocaba de una manera rigurosa desde el punto de vista de la subjetividad carnal. El holocausto, para él, fue un pasaje ignominioso de la historia universal y nada más. 

Hoy asistimos a otro episodio trágico del conflicto palestino-israelí y es inevitable que surjan voces, más o menos razonables, que condenan las atrocidades cometidas por tirios y troyanos. Prevalece una cierta urgencia por vincularse afectivamente con determinado bando y, entonces, las grietas estructurales se activan como ámbitos de construcción de sentido. 

Yo, Israel, frente al otro, terrorista. 

O, lo que es igual, yo, Palestina, frente al sionismo asesino. 

Civilización vs Barbarie. 

La parte materna de mi esposa es de origen palestino. Su abuelo, incluso, tenía una foto de Gamal Abdel Nasser en la oficina y se levantaba todas las madrugadas para sintonizar en onda corta BBC Radio y así no olvidar el árabe, su lengua materna. 

La familia de mi esposa salió expulsada.
La familia de mi esposa perdió todo lo que tenía. 

Como miles, se vio en la necesidad de salir en algún momento de la primera mitad del siglo XX, debido a la acción ruin de invasores que, por si fuera poco, contaban con el apoyo de potencias occidentales. 

Pero más allá de mi vinculación afectiva de segundo o tercer o cuarto grado con este asunto, me resisto a creer que se reduce a una antinomia de likes y simpatías y una disputa de “buenos” y “malos”. 

Los actos execrables que ha cometido Hamas, no solo este fin de semana, sino desde su origen, no son justificables. No importan los crímenes de lesa humanidad en los que haya incurrido el ejército Israelí. No importan las atrocidades de algunos colonos. Alguien que está dispuesto a morir por una causa, en definitiva, está dispuesto a matar por ella. Y eso, desde mi perspectiva, basta para despreciarle.  

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