Columna Cantarrana

Madrear a Luis Guillermo

» Por Fabián Coto Chaves - Escritor

El 17 de octubre de 1945 la chusma entró a Buenos Aires y pegó alaridos y tocó el bombo y metió las patas en la fuente y se paseó de modo desenfadado por los barrios porteños donde Borges y Bioy hablaban de metafísica y donde las Anchorena reinventaban la caridad cristiana. La chusma furiosa, sin más, exigía la liberación de Perón y, como se sabe, el resto es historia. 

Al día siguiente, curiosamente, los amigos de Borges, Bioy y las Anchorena opinaban en los mismos términos que los comunistas de la época: esas no son las formas. 

Sucede que, desde siempre, ha existido un consenso entre las gentes bien pensantes: a la chusma hay que disciplinarla. 

Ya sean los oligarcas porteños, ya sean los comunistas que usaban traje y corbata, ya sean los eruditos de Página 15, ya sean los académicos que se asolean, únicamente, en la playa o en las marchas por el FEES. 

Todos coinciden en la necesidad de gestionar los odios políticos de manera, digamos, virtuosa. 

Las escrituras y los lenguajes de la rabia, sin embargo, escapan a tales consideraciones. 

Y está bien. 

Creo que fue Marx. 

No lo sé. 

Lo cierto es que alguien decía algo así como que las sensibilidades populares no requieren de una justificación racional. 

Y yo estoy de acuerdo. 

Justo por eso solo puedo creer en una ética de lo cotidiano, una ética fundada en los vínculos concretos. Odiar en abstracto y buscar la ternura en lo concreto. O dicho de otro modo: odiar, por decir algo, el capitalismo y no tener el menor reparo en decirle  “Buenos días” al prestamista del barrio. 

La política de las identidades, sin embargo, ha dado al traste con toda posibilidad de convivencia fraterna basada en paradigmas éticos de lo concreto, de lo cotidiano. En su afán por normativizar todo, hoy los humanos estornudamos y resulta que un acto tan trivial constituye un posicionamiento político. 

Menstruar es político. 

Bostezar es político. 

Eyacular es político. 

Toser es político. 

Defecar es político. 

Respirar es político. 

Pedorrearse es político. 

Y la cotidianidad, así, termina convertida en una tiranía estalinista insoportable. 

Y los protagonistas de la cotidianidad, es decir, los hombres comunes, terminamos convertidos en potenciales versiones de un Stalin diminuto que incurre a toda hora en crímenes de lesa humanidad. 

Pero de baja intensidad. 

No hay que olvidar que el gran éxito de nuestro momento histórico, el gran éxito del neoliberalismo, es hacernos creer que los políticos son los culpables de que las cosas marchen mal. 

Pero lo cierto es que el sentido de realidad, de actualidad, no debería depender tanto de nuestra percepción de los avatares políticos ni mucho menos de esa superstición autenticada que llamamos “los datos”. La salida de un ministro, el discurso de un presidente o las protestas de los movimientos sociales, más allá de las valoraciones personales, no determinan nuestro diario discurrir de manera tan crucial como sí lo hace la relación cotidiana con nuestros semejantes. 

Ni Albino ni un ministro son tan importantes. 

Recordemos que Roma hubiera caído aún siendo dirigida por Séneca. 

El fracaso de una sociedad no está determinado, necesariamente, por las competencias de sus políticos. Una sociedad fracasa cuando el tejido social no genera sentido de comunidad, cuando no es posible sentir amparo en nuestros semejantes. 

Y por eso considero igualmente atroz que un sujeto madree a Luis Guillermo en la calle como que una neopipi agropecuaria que se hizo diputada vaya a un foro y se deje decir que el presidente es un asesino y un violador. 

La cosa, sin más, no debería ir por ahí. 

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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