¿Igualdad ante la ley o privilegio estatal?

Constantemente escuchamos políticos decir que la desigualdad es un terrible peligro, y la “igualdad” una pomada canaria. Como en todo, el diablo está en los detalles.

El Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, en su libro: El gran escape, nos explica que el progreso no se da por igual en todas las personas y por eso crea desigualdad. Que conforme se escapa de la pobreza, unas personas obtienen mejores resultados que otras, lo cual no quiere decir que esto de paso a un mundo injusto.

Por ejemplo, cuando Mark Zuckerberg creó Facebook y se hizo multimillonario, se dio una enorme desigualdad de riqueza. Él salió adelante y millones de personas no, pero nadie podría decir que el escape del magnate fue injusto, o que empeoró el mundo, pues al contrario, mejoró la vida a muchas personas al hacerlo.

Existen dos tipos de desigualdad:

(1)- Desigualdad justa. Nace de situaciones de intercambio voluntario, con resultados que no son producto de privilegios, sino de innovación, libre comercio y creación de capital. Por ejemplo, toda empresa, pequeña o grande, que a través de un servicio o producto, obtenga dinero que sus consumidores le entregan voluntariamente. Desde una pulpería hasta una trasnacional.

Significa que la desigualdad no es mala por sí misma, y hasta es motor de progreso bajo circunstancias de libertad económica (igualdad ante la ley), pues genera valor y bienestar en las sociedades.

(2)- Desigualdad injusta. Nace de procesos con resultados amañados, donde el éxito depende de privilegios, normalmente otorgados por los gobiernos o de prácticas comerciales espurias. El reciente caso del “cementazo” y las pensiones de lujo, son buenos ejemplos de desigualdad nacida de privilegio estatal.

Siguiendo el ejemplo de Facebook, la desigualdad injusta aquí se daría si el gobierno le otorgara a Zuckerberg un mercado cautivo de consumidores, e impusiera barreras legales a próximos emprendedores o inversionistas tecnológicos, dificultándoles competir por ese mercado. Un buen ejemplo son los taxis, a quiénes el gobierno les otorgó un mercado cautivo, hasta que la innovación capitalista les liberó brindándoles la oportunidad de elegir (Uber, Cabify, Blablacar).

Esto sería un mercantilismo estatal: excesivas regulaciones para abrir y mantener un negocio, altos impuestos para unos y exenciones para otros, devaluaciones artificiales de la moneda, proteccionismos arancelarios, monopolios o duopolios públicos y privados creados por ley, entre otras intervenciones gubernamentales en la economía.

El modelo económico de Costa Rica es una especie de mercantilismo estatal que genera desigualdad injusta, como el ejemplo de Guanacaste que explico aquí.

Curiosamente, nuestros actores políticos no hablan de la desigualdad injusta y el mercantilismo que la crea. Utilizan más bien el mantra de la desigualdad generalizada como pretexto para incrementar la voracidad fiscal, y los poderes redistributivos del Estado que administra la pobreza y genera votos cautivos.

¿Es una sociedad igualitaria el fin último? No.

La igualdad en todos los aspectos de la vida es antinatural e indeseable. La igualdad de derechos es posible, pero la igualdad de resultados en las interacciones sociales es desastroso y reduccionista. Cada persona es diferente y persigue proyectos de vida heterogéneos, mediante procesos distintos, por tanto, observar resultados materiales desiguales no es injusto, a menos que nazcan de privilegios estatales.

Algunas personas buscan reducir la espontánea desigualdad de una sociedad bajo una excusa ideológica, aspirando que “todos seamos iguales” económicamente. Pero no hay racionalidad en pensar que es mejor una sociedad igualitaria, donde todos son pobres (Cuba), que una donde las riquezas sean desiguales, pero donde se goce de un buen estándar de vida (Suiza).

El sesgo contra una prosperidad desigual es el resultado de confundir desarrollo con igualdad. Lo que importa erradicar es la pobreza; la desigualdad, en su versión justa, no es condenable, sino deseable porque genera valor y bienestar en las sociedades.

¿Qué igualdad debemos aspirar a tener en nuestra sociedad?

(1)- Igualdad ante la ley para que nadie goce de privilegios estatales.

(2)- Igualdad de dignidad para que cada persona pueda perseguir su propia felicidad, mientras no dañe la vida, propiedad y libertad de alguien más.

La pobreza y desigualdad injusta solo se vencen con libertad económica y social; motor del progreso humano.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, fotocopia de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr.

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