Desde pequeños, en la escuela nos enseñan que el voto en Costa Rica es universal, secreto y directo. Eso lo hemos escuchado toda la vida y lo repetimos como una verdad absoluta de nuestra democracia. Sin embargo, cuando uno crece y empieza a analizar las cosas, se da cuenta de que eso no aplica del todo en la práctica, sobre todo en el tema de los diputados.
¿Por qué? Porque el voto para elegir diputados no es directo. Es un voto por un partido, no por personas con nombre y apellido. Al final uno termina votando por una bandera y aceptando un combo de diputados que ni siquiera escogió, todo por un sistema de cociente, subcociente y residual. Un combo definido por la cúpula del partido, o por los que pagaron más, o por los amigos de alguien. Y seamos sinceros: la mayoría de los costarricenses no saben quiénes son los diputados que representan a su provincia. Eso pasa elección tras elección, y nadie lo corrige. Lo podemos observar con diputados nefastos que se colgaron de la popularidad de su candidato para llegar al poder y que ni siquiera comulgan con la ideología de sus partidos; solo usaron esas banderas como taxis para llegar y luego renunciaron.
Para mí eso tiene que cambiar. Los diputados deberían ser elegidos de manera individual, con nombre y apellido, para que la gente sepa exactamente a quién está eligiendo como su representante en la Asamblea Legislativa. Si un diputado cumple, bien; y si no, ya se sabe a quién reclamarle y también a quién no volver a darle el voto.
Además, creo que las elecciones de diputados deberían estar separadas de las presidenciales. Lo ideal sería que se hicieran a mitad de periodo, junto con las elecciones municipales. ¿Por qué? Porque de esa forma los costarricenses podríamos evaluar el trabajo del o la presidente y decidir si premiarlo con más diputados afines, o por el contrario, darle más control a la oposición. Eso fortalecería la democracia y pondría más equilibrio en el poder.
La diputación, al ser algo más provincial, se conecta mejor con el nivel local, con lo que viven los sectores más pequeños. Por eso sería lógico elegirlos junto con los alcaldes. Eso obligaría a que los candidatos a diputados sean personas cercanas a la gente, visibles en sus comunidades, y no simples nombres en una lista impuesta.
Al final, de lo que se trata es de que el voto vuelva a ser realmente directo, como nos enseñaron desde niños, y que cada ciudadano pueda decidir quién lo representa en el Congreso sin tener que aceptar un paquete armado.