Dudas metódicas sobre el tipo de cambio y cifras de la economía nacional

» Por Walter Coto Molina

En los últimos meses han abundado las opiniones y conversatorios sobre la apreciación del colón.  Unos  aplauden que el dólar haya estado incluso por debajo de  los 500 colones, y otros  lamentan esa situación. Desde el Banco Central  argumentan que todo obedece a un  mercado que tiene muchos dólares, y que esa circunstancia incide en la baja del precio. ¡Traigan datos porque ahí está la verdad!  Otros dicen que la abundancia de dólares no está bien justificado porque hay zonas grises de “otros ingresos”  y que no todo es  producto completo de operaciones lícitas,  y que hay agentes perversos haciendo su agosto al amparo  de las actuaciones del Banco Central que marcan tendencia.  Muchos incluso dicen entre otros argumentos, que el tipo de cambio hacia la baja va relacionado con   Hacienda, pues  la apreciación del tipo de cambio con una deuda importante en dólares se reduce cuando se convierte a colones. Cada apreciación del colón reduce la deuda en varios puntos del PIB, aunque los ingresos por impuestos sean menores,  y el crecimiento se ralentice. En fin números van y números vienen.

Sin embargo, me apresuro a pedir excusas porque mis reflexiones no van en esta oportunidad  por la vía aritmética y técnica de los números.

Honestamente todos sabemos  que los mercados operan “marcados”  en un entramado  disfrazado a menudo  de neutralidad científica y de catecismos dogmáticos.  Como  me gusta ser disruptivo y es  parte de mi naturaleza,  tengo  entonces derecho como ciudadano a tener dudas metódicas. Creo que más temprano que tarde los tipos de cambio que   atragantan para bien o para mal  a tanta gente, van  a desaparecer en un futuro.  No sé cuándo,   pero  las nuevas realidades,  la tecnología,  las formas nuevas de pago,  y del uso del valor del  dinero y de los precios, el avance las monedas digitales, la utilización del  blockchain , y un nuevo orden financiero global,  les darán santa sepultura.

LA IDOLOTRÍA DE LAS CIFRAS INTERESADAS Y LA NECESIDAD DE DISRUPCIÓN CIUDADANA.

Todos los días estamos inundados de cifras,  de números y de interpretaciones. Hay un  sin fin de cuadros, de variables, de juego de palabras ligadas a la economía, que tienen como pretensión  explicar y, o, respaldar  propuestas  y situaciones propias del país, y de sus habitantes. Muchas cifras se relacionan con palabras como crisis, deuda, política monetaria, primas de riesgo, mercados, Banco Central, política monetaria, recesión, tasas de interés, déficit financiero, exportaciones, importaciones, tasa de política monetaria,  entre muchas otras, y por supuesto tipo de cambio como una de ellas. Las principales son cifras de la macroeconomía que sirven generalmente para  que los gobiernos  y ciertas instituciones se auto regocijen, y para que los organismos internacionales se sientan satisfechos. Las políticas fiscales por ejemplo, están casi siempre  orientadas a mejorar la liquidez de los gobiernos, y a mantener los equilibrios macroeconómicos, llenos de desequilibrios sociales, pero rara vez están  en función de mejorar realmente  los  ingresos de los habitantes. Hay un flujo y reflujo de cifras, la mayoría de ellas salen de los mismos  gobiernos, circulan hacia los organismos externos que las toman  como reales,  luego aquellos las  interpretan desde un escritorio de “expertos”  y las refluyen de nuevo hacia el país con algunas notas de preocupación o de satisfacción, y hasta de piropos,  y las derraman en la comunidad financiera internacional.   La mayoría del pueblo apenas las ve,  o las escucha,  generalmente ni las entiende, y así sigue el fetichismo de los números vibrando  todos los días del año, gobierno tras gobierno,  en un mar de confusiones, de alegrías y tristezas, mientras la desigualdad crece y  la pobreza se mantiene.  El estribillo de que  traigan datos cada vez que  se quiere contrastar la realidad de las cifras,  es propia de la naturaleza de un sistema económico, donde lo importante son los números y no la gente. Se discuten más los números,  que los problemas reales de la gente. Numeritos hablan, la  gente realmente no cuenta, lo que cuenta son  las cifras oficiales.  El asunto es que a menudo las cifras son muy diferentes cuando se contrastan  con la vida diaria  de los habitantes de carne y hueso.

En ese entorno   el ciudadano promedio se pregunta; si las cifras que nos dan los gobiernos de todos los signos, de antes y de ahora,    son tan buenas como se dicen, ¿por qué vivo en la miseria, en la exclusión, en las filas en los ebais y hospitales, sin un techo,  con mala educación, sin empleo decente y con asesinatos en mi barrio? Dónde va entonces  ese crecimiento de la economía y esas cifras bondadosas  que anuncian los gobiernos, unos como héroes del manejo hacendario, otros como campeones mundiales del crecimiento?

Justamente  por eso, es que  las cifras reiteradamente publicitadas hay que verlas siempre con signos de interrogación y con ojos críticos. Ningún carnicero dice que su carne es mala. Ningún gobierno publicita cifras que no le sean rentables a su imagen. La razón es muy sencilla, las decisiones económicas fundamentales  no son rigurosamente técnicas y neutras, sino políticas, y como tal encubren beneficios o perjuicios para personas o sectores de acuerdo a los enlaces y compromisos que tienen quienes llegan al poder. Los mercados no toman en cuenta los efectos distributivos aunque proporcionen soluciones de eficiencia. La renta y la riqueza siempre la dirigen algunos, los que tienen el poder o los que sirven al poder.  Muy a menudo se presentan las cifras como ciencia, cuando en realidad ellas esconden pura ideología y puros intereses.  Por eso una ciudadanía consciente tiene que aprender a no dejarse engañar ni a quedar deslumbrada  por los economistas, ni por los gobiernos de turno. Es muy saludable analizar y comparar siempre las cifras  con la realidad real, es decir con las personas  que están generalmente escondidas o desconocidas en los números oficiales. Ahí está la verdad. La ciudadanía tiene que aprender a leer no solo  las cifras, sino lo que muy a menudo oculta las cifras.  La reforma fiscal del gobierno pasado que la mayoría de los economistas costarricenses sitúan como una reforma fiscal responsable,  fue sin lugar a dudas buena para el gobierno, pero no para la gente. Noten que después de esa reforma solo han asomado más calamidades  sociales en el país.  No sirvió para que la población fuese menos pobre y menos desigual. En mi opinión esa reforma fiscal pasada se hizo en función del Ministerio de Hacienda y no en función de la producción nacional ni de la gente. Está clarísimo que no siempre lo que es bueno para los gobiernos es bueno para la población. Una ciudadanía consciente tiene que tener eso siempre presente., porque  hace rato que los ciudadanos estamos en función del Estado y de los gobiernos, y no los gobiernos, ni el estado en función de la gente. Para decirlo más claro, estamos en función de las cifras y de los números. Los ciudadanos  somos tan solo números, así nos ven los que tienen o administran el poder. Por eso una  primera reforma que deberíamos hacer, es la de republizar el poder y llenarlo de rostro humano, es decir devolverle la naturaleza pública al poder, para que los gobiernos trabajen realmente para la gente y con la gente y no para los números y la imagen que ellos dejan. ¡Cómo faltan entonces estadistas y legisladores que tengan claro esta necesidad conceptual,  y una visión humanista de la economía!

LOS TIGRES Y EL JAGUAR

Parafraseando a los tigres del Asia que se han desarrollado  con crecimientos superiores al 7% a partir de los años 70,  aparece ahora  el Jaguar de las Américas, así denominado por el Bank of América que obviamente tiene intereses en Costa Rica por ser promotor de colocaciones de deuda costarricense con clientes del exterior,  especialmente  de eurobonos a tasas efectivas superiores al 7%.

Pero la duda es;  ¿Se puede denominar realmente a un país como un caso exitoso, y presentarlo con la fortaleza de un Jaguar cuando a partir de nuestro modelo económico tenemos que se ha ensanchado como nunca antes  la desigualdad, y  la inseguridad, el deterioro severo de  la educación y las colas interminables de atención en los centros hospitalarios, o donde  lo social está en franco retroceso por una mala entendida política de austeridad, y en el que la democracia muestra signos graves de  falta de  confiabilidad en sus instituciones?

¿Se puede hablar de un país exitoso cuando tenemos pendientes grandes reformas estructurales, cuando hay un contrato social cuasi roto que no se puede financiar, cuando nos mantenemos con cierta estabilidad porque vivimos de prestado  hipotecando el futuro de nuestras generaciones, con gobiernos y asambleas legislativas que pasan todo el tiempo aprobando créditos y profundizando la deuda país?

En  mi opinión  una sociedad donde prevalezcan esas realidades, no puede ser un caso de éxito, al contrario,  es un caso de fracaso.  En el pasado he dicho reiteradamente,  que si al final de un periodo de gobierno cualquiera que sea,  si  la población es más pobre y desigual y hay menos bienestar,  ese gobierno debe recibir la etiqueta de fracaso,  porque  falló en el objetivo fundamental de orden ético y político, que es la creación de bienestar para toda la población. Entonces no seríamos un Jaguar, sino  más bien un comején que  estuvo devorando y fracturando  el tejido social y el bienestar. ¿De qué sirve los números exitosos de la macroeconomía, si cuando uno observa los pueblos y las barriadas, y el campo de nuestro país,  es decir, la realidad cruda y dura,  ve tanta pobreza, tanta inseguridad, tanta desigualdad,  tanta inequidad, tanto desempleo, tanta reducción en  becas de estudio?

 ¿A dónde se están dirigiendo entonces  los beneficios de la economía jaguar?

El espíritu crítico de una ciudadanía consciente tiene  también que alcanzar para  contrastar y dudar  lo que las cifras dicen, con lo que no dicen. El modelo económico que tiene y que vende el país no responde a una economía humanista, sino más bien a una economía elitista. Es tan solo parte del sistema mundial económico donde el ensanchamiento de la renta se hace manipulando precios en mercados esenciales como  la electricidad, las divisas, el oro, la plata, el petróleo, las materias primas, los tipos de interés. Es muy ingenuo creer que con las grandes concentraciones de ingresos en el planeta y en nuestro país, los mercados  funcionen en virtud de las reglas de la competencia, y que en ellos se tomen las decisiones en condiciones de libertad por parte de quienes intervienen en ellos. Por eso cuando alguien nos dice que el tipo de cambio es el reflejo del  mercado tenemos derecho a dudar. Ahora si podemos entender cómo se fija el tipo de cambio, por ejemplo,  en Costa Rica. Basta examinar quienes participan realmente en el Monex,  y cuál es su poder de compra y venta de divisas, y cómo se registran los ingresos de dólares.   En nuestro sistema de gobierno  presidencialista  el Ministerio de Hacienda no está alejado del Banco Central ni el Banco Central alejado de Hacienda. Pensar eso es pecar de ingenuidad. Lo razonable es que los jerarcas estén conversando continuamente y logrando acuerdos de política en las áreas de su competencia,  y  conforme a las decisiones provenientes  de casa presidencial. Así ha sido siempre y lo que ha variado probablemente es la intensidad de esos vasos comunicantes.

¿DEBE HABER EN ECONOMIA ALGUIEN QUE SIEMPRE PIERDE  Y ALGUIEN QUE SIEMPRE GANA COMO  USUALMENTE SE DICE ?

Yo no creo en esa frase lapidaria. Tengo derecho a tener dudas de ese determinismo.  Me resisto a creer que la economía sea un ciencia social tan deficiente que siempre conduzca a que haya alguien que sale bien librado,  y otro que sale mal librado,  cuando se toman decisiones de política económica. La apreciación del colón, por ejemplo,  beneficia a los importadores pero perjudica a los exportadores y al sector turismo entre otros sectores. Quienes defienden ese estado cambiario alegan  que cuando estaba el tipo de cambio a casi 700 colones por dólar los que hoy se sienten perjudicados con el tipo de cambio a la baja, no decían nada porque eran los grandes gananciosos y a la inversa. En ese entonces llegó un momento,  en que el Banco Central se preocupó y usó sus herramientas para parar esa tendencia al  alza. Hoy no hay preocupación en sentido contrario, porque la política  del momento, es justamente la de dejar y estimular el tipo de cambio  navegue hacia la baja, porque eso es bueno en términos de la política pública que se ha definido.    Por eso no hay que ser tan iluso. Un sector social  sale  ganancioso o perjudicado no porque necesariamente tiene que ser así, sino porque así lo quiere el poder, en este caso, un gobierno, o  un  Banco Central, o porque una política colateral alcanza esa incidencia.  Es una decisión de política pública,  sea monetaria o cambiaria, o hacendaria. Aquí no hay fuera manos, como a veces se trata de vender el mercado cambiario. Son las manos visibles las que apuntalan y marcan  tendencias para complacer, o para pagar favores, o enriquecer desde el Poder a un grupo, o a sectores sociales y productivos, o para un determinado fin gubernamental.  La economía hoy en día no es un juego neutro, es una herramienta que en las sociedades lleva impresa las definiciones políticas de los grupos de poder. Ahora bien, si eso es así, si el péndulo se puede correr hacia  arriba  o hacia abajo fomentando desequilibrios con ventaja y perjuicios para uno u otro lado;  ¿por qué no usar ese poder para acercarse a lograr equilibrios que sean buenos para la sociedad generando bienestar para todos, como un principio ético fundamental? ¿Por qué siempre tiene que haber un ganador y un perdedor, o por qué usar esa frase trillada para justificar posiciones y definiciones políticas? En el tema del tipo de cambio, tengo la convicción que el Banco Central tiene herramientas suficientes para administrar un tipo de cambio que sea mayormente equilibrado y justo para los diversos sectores que intervienen en la economía nacional. No se trata de mantener un tipo de cambio para beneficiar a  gobiernos y sectores que en el pasado fueron perjudicados, ni a la inversa. Entonces lo que conviene al país es más bien usar las herramientas disponibles para implementar equilibrios entre los distintos componentes productivos y sociales que  generen bienestar para todos. Esa debería ser la visión de gobiernos que sean conducidos por estadistas.  Los ciudadanos conscientes no deberían tragarse tan fácilmente esa frase acostumbrada  y apocalíptica  de quienes justifican decisiones apelando a un  dogma dice que siempre tienen  que haber perdedores y ganadores.

¿ES AUTÓNOMO  EL BANCO CENTRAL EN SUS DECISIONES?

La autonomía e independencia funcional  que reivindican la mayoría de los Bancos Centrales empezando por el nuestro tiene muchos bemoles. Esa autonomía es  un espejismo, porque  está claro  que el Presidente del Banco Central  y sus Directivos son propuestos por el Gobierno de turno, y que el Ministro de Hacienda tiene una silla en la Junta Directiva, lo que hace  inseparable que las definiciones de política monetaria, de metas de inflación, de tipo de cambio, se entrelacen como lo dije antes, con las responsabilidades de Hacienda, por ejemplo, en materia de deuda pública.   La  operación técnica es evidente que la realiza el Banco Central, pero las grandes definiciones de política económica en las áreas de su  competencia,   es normal que sean conversadas y delineadas desde el Ejecutivo para dar coherencia a la gestión gubernamental.    Dicho de otra manera, ningún Presidente de la República,  por ejemplo,  podría tener como parte de su gestión medidas que surjan del Banco Central  que vayan en contra de su agenda de  política económica. De nuevo entonces el sesgo. Las políticas públicas fundamentales en un sistema presidencialista donde la monarquía republicana es fuerte,  son en primer lugar,  definiciones de orden político. Es ahí donde se incuba la desigualdad, o se direccionan los frutos del crecimiento, porque la técnica y la ciencia no son fines en sí mismas, son meras herramientas que sirven a propósitos, y si el propósito político es crear ventajas  o desventajas para alguien,  entonces esa será la orientación, y las herramientas e intervenciones del Banco Central  seguirán esa línea política que habrá que justificar de la manera que sea, usando el poder de los números a veces a contrapelo del poder de la realidad.

En resumen, la política económica,  y en general sus componentes como la política monetaria y cambiaria, y el tipo de cambio,  es en primer lugar una decisión política. No hay que perder de vista esa gran verdad. De esos espacios nace también  qué tipo de sociedad y de país es el que se quiere construir.

Todo eso hace necesario que la ciudadanía deba tener un instrumento de validación de las cifras especialmente oficiales, un observatorio, porque hoy no se sabe realmente, qué es verdad y que es propaganda,  y hay muchas dudas sobre lo que se informa o desinforma usando los números. Sigue siendo cierto que  hay a menudo un desencuentro entre las fotografías que  envía el Poder,  y las fotografías que muestra la calle.

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