Esta es una buena fecha para reflexionar sobre diversas cosas del país y de nuestros coterráneos. Empiezo por decir que debemos sentirnos muy orgullosos de lo que tenemos, de lo que se ha logrado construir a lo largo de dos siglos de vida independiente: un país sin ejército, donde la paz es una realidad, donde la ley regula nuestra vida en sociedad, donde la independencia de poderes nos da una buena garantía de frenos y contrapesos, en fin, una sólida institucionalidad.
No podemos cuestionar el respeto a nuestras libertades públicas: libertad de expresión, de tránsito, presunción de inocencia, libertad de pensamiento, de cátedra, el derecho a la huelga para los trabajadores y al paro para los patronos, derechos que por obvios con frecuencia no les damos el nivel que merecen. Nos sucede como con ese bello cuadro que tenemos en la sala de nuestra casa, casi nunca lo determinamos, pero si un día se retira por cualquier razón (limpieza, restauración, etc) de inmediato notamos su ausencia.
No obstante, esos buenos atributos con que contamos hay una serie de áreas que reclaman de cambios, renovación y transformaciones. Quiero referirme brevemente a algunas de ellas:
Representación política.
Sobre todo, en los últimos años hemos empezado a vivir un fenómeno que no solo ocurre en Costa Rica, pero no por ello deja de ser preocupante, me refiero a la pérdida de autoridad de nuestra clase política. Cada vez los partidos, la Asamblea, el Ejecutivo y los políticos tienen una menor capacidad de representación de la gente y su prestigio es más cuestionado, su liderazgo débil y por ende su capacidad de dirección con menos poder real carece de la fuerza para la toma de decisiones más trascendentes.
Es el momento de pensar en transformaciones de fondo y para mí una de las más importantes será avanzar a un Sistema Parlamentario, el cual tiene múltiples ventajas: permite la votación nombre por nombre y no en las odiosas listas provinciales por las que se vota en la actualidad, legitima las alianzas y los acuerdos partidistas en pos de lograr la formación de una mayoría capaz de gobernar, los acuerdos son públicos y transparentes lo que permite que el pueblo sepa a qué atenerse y finalmente un buen Primer Ministro estará más de cuatro años y uno malo no debemos de aguantarlo por un cuatrienio.
Ascenso social
Al final de cuentas toda sociedad debe aspirar a que sus habitantes puedan mejorar durante su vida, lo que se logra por medio del ascenso social. En nuestro país, está opción se ha convertido en una montaña que solo muy pocos logran escalar. La inmovilidad social o peor aún el retroceso está más cerca de la mayoría de las familias en nuestra sociedad, la otrora fuerte clase media se debilita, al convertirse en la parte más sacrificada de las políticas impulsadas en los últimos años.
Por eso es urgente la inversión en educación, que es la llave que abre la puerta de las oportunidades y que lleva varios años de estar pésimamente conducida, a eso se suman los programas de vivienda para que cada familia tenga su propia casa, el apoyo al emprendedurismo, la pequeña y mediana empresa, al movimiento cooperativo, todos instrumentos que permiten el ascenso social.
Calidad de vida
El estado moderno debe garantizar una calidad de vida digna a las familias, eso implica: un ambiente sano, programas de salud de primer mundo, apoyo al deporte y la recreación, espacios para niños y jóvenes por un lado y para adultos mayores por el otro, seguridad ciudadana, combate a la violencia doméstica, al acoso sexual laboral y callejero, promover la igualdad de derechos de hombres y mujeres, la no discriminación por razones de género, preferencias sexuales, edad, origen, pensamiento o credo religioso, entre otros.
Si pudiéramos ponernos como meta trabajar fuertemente en estos tres pilares lograríamos que nuestra celebración de la independencia nos garantice un mejor porvenir a todos y todas, hagamos patria y honremos nuestra historia construyendo el futuro. Es la oportunidad de menos política y más sentido común.
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