Columna Cantarrana

De los zurdos y su curiosa relación con el pasado

Todo empezó como una histeria por la promulgación de leyes para hacer justicia, digamos, en diferido. Así, aquello que los vencidos fueron incapaces de ganar en la guerra, lo intentaban obtener mediante autos judiciales y revanchismo parlamentario. 

Sucedió en España. 

Y sucedió, cómo no, en Argentina. 

Una especie de VAR.

Una suerte de gloria en reversa. 

Le llamaron, pomposamente, memoria histórica. Pero está muy claro que se trataba de una sacada de clavo. 

Ni más ni menos. 

Nuestra cultura, entre otras cosas, constituye un lastre de los oráculos futuristas de la antigüedad y la tradición profética del judaísmo y sus variaciones. O sea, nos movemos entre augurios inciertos y elusivos fantasmas.  

Es una cultura mesianista. Y por eso, de repente, no existe un proyecto más auténtico y duradero que el marxismo: se enraiza, como sostiene Eliade, en el mito asianomediterráneo del papel redentor del justo, el elegido, el inocente, cuyo sufrimiento posibilita la transformación del mundo. 

La revolución y el comunismo como fin de la historia y como Edad de Oro.

Y la clase obrera y los revolucionarios, sin más, como mesías.    

Pero, más allá de la superstición y el pensamiento mágico del marxismo, quisiera detenerme en su fascinación por el pasado. Esa fascinación que, como ya sugerimos, procede de la tradición judeocristiana: cuentan que Arnoldo Ferreto, ante alguna inquietud o duda de un subalterno, lanzaba un enfático “Vaya y busque a ver qué dicen las obras completas de Marx y Engels”. Y lo decía, según cuentan, con la misma estulticia del exborracho devenido predicador del parque. 

En El maestro y Margarita de Bulgákov hay un pasaje en el que un manuscrito lanzado al fuego aparece nuevamente porque el diablo y su gato así lo deciden. El diablo, valga decirlo, es Stalin y el personaje, antes de mandar el manuscrito al fuego, dice que, de todos modos,  los manuscritos no arden. 

Ese pasaje me resulta particularmente revelador porque, precisamente, el diario personal de Bulgakov, el cual, por cierto, había sido lanzado a las llamas, apareció tiempo después, al caer la URSS,  bajo forma de copia apócrifa. 

Nosotros no llegamos, por supuesto, a tales niveles. 

Nosotros no somos ni la URSS ni las tramas de Bulgákov. 

Y por eso las batallas de los zurdos de la actualidad, con todo,  son menos honrosas. Periodistas y asesores parlamentarios del Frente Amplio se la pasan elaborando una arqueología digital de tuits y posteos. 

Que si tal carajo en el pasado dijo algo susceptible de entenderse como racista u homofóbico y misógino. O que si tal otro le dio like a la publicación de perencejo. 

En el fondo opera esa noción tipo Antiguo Testamento según la cual los  yerros  de ayer y los yerros de nuestros padres nos persiguen y nos siguen castigando hoy y siempre. 

En el fondo, naturalmente, opera la imposibilidad de ser olvidado tan propia de las autocracias de izquierda: los tiranos, aún los de baja calidad, perseguirán a sus enemigos hasta el pasado. 

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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