Soy consciente de que este es un comentario destinado a quedar mal con todo mundo, tal es el grado de polarización que afecta nuestra opinión pública, sin embargo toca decirlo. Y lo primero que quiero resaltar es que si bien toda la oposición es crítica del presidente y su equipo, no toda la crítica es oposición.
Yo no voté por Rodrigo Chaves y en general discrepo de sus formas, sin embargo, no me atrevo a descalificarlo. Y no solo porque aún es temprano para que las políticas impulsadas por su administración, den resultados tangibles; sino también porque en su primer año de gestión ha tenido que lidiar con los efectos económicos y sociales de la pandemia, incluyendo obviamente el deterioro acumulado debido a la posposición de las inversiones públicas.
Gobernar un país es comparable a una carrera de relevos. Por esta razón, si bien es cierto que la presente administración se está beneficiando, en los ámbitos macroeconómico, fiscal y de gasto público, de reformas aprobadas en el cuatrienio anterior, también es cierto que no se debe ignorar más de un año de gestión.
De las numerosas metidas de pata derivadas de un mal manejo de la información, del grado de desconocimiento del ordenamiento jurídico y de la administración pública demostrado muchas veces, de la falta de habilidades políticas de algunos miembros del equipo, de la descoordinación dentro del gabinete y de la inestabilidad de sus miembros, etc. ¿qué podemos decir? Pues nada más allá de desaprobarlo y reconocer inmediatamente después que desde la campaña teníamos todos los elementos para saber que así sería. En consecuencia, tanto las personas que votaron por el candidato Rodrigo Chaves como aquellas que se abstuvieron, han recibido en poco más de un año, exactamente aquello que pidieron con sus acciones, pues abstenerse es también una acción y tiene consecuencias.
Sabíamos que la curva de aprendizaje que padecen todas las administraciones sería pronunciadísima en el caso del presidente Chaves y su gabinete; así que nadie puede alegar sorpresa.
Al mismo tiempo, el trato del presidente de la República hacia aquellos cuyos seguidores denominan “ticos con corona” y que se ubican en la Corte y en el Poder Judicial, en las universidades estatales, en algunos medios de prensa cuya relación con administraciones anteriores es difícil de disimular, en algunos sectores y niveles del funcionariado y también entre los grandes empresarios puede que sea demasiado agresivo y grosero para lo que conviene en democracia. Ya había dicho que no lo comparto, pero no podemos ignorar que el deterioro de las formas y la erosión de la respetabilidad y del simbolismo de la Presidencia de la República comenzó hace varias administraciones y se agravó en las últimas dos del Partido Acción Ciudadana, primero en contaminar la política contemporánea con un populismo que no nació con Rodrigo Chaves.
Tanto ese partido, expulsado de cualquier cargo de gobierno en las últimas elecciones legislativas y presidenciales, como los antiguos protagonistas del bipartidismo y el Frente Amplio tienen un ejercicio de autocrítica pendiente, pues su responsabilidad en la fragua de lo que el país está viviendo, aunque responda a motivos diferentes, es innegable. Mientras ese ejercicio de autocrítica se continúe posponiendo, el electorado seguirá negándoles el mandato que buscan, simple y sencillamente, por falta de confianza. Casi exactamente como sucede con la prensa, llamémosla tradicional, que ha encontrado en la agresividad del presidente Chaves, la excusa para evadir su propio ejercicio de autocrítica.
Por otro lado, formaciones como el Partido Liberal Progresista y Nueva República, con grandes diferencias entre sí, han demostrado la voluntad evidente de rescatar los mejores aspectos de la cultura política costarricense.
Todo lo anterior debe valorarse a la luz de la siguiente y más que conocida consideración. El mandatario goza de una popularidad bastante alta, que ya comienza a dar muestras, pequeñas aún, de agotamiento. Este apoyo es producto de que el presidente ha sabido interpretar el malestar acumulado contra los protagonistas del bipartidismo y contra el PAC que lo agravó de manera innegable. Salvo para los críticos más fanáticos, este es un talento que tiene mérito, y el presidente y su entorno, sin abandonar su denuncia del statu quo y su voluntad reformista, deberían aprovechar ese poder de convocatoria para impulsar transformaciones estratégicas que el país viene posponiendo desde hace varias administraciones. Algo que en nuestro país, tanto por razones estructurales como culturales, es imposible de acometer sin el concurso de todas las fuerzas políticas, sociales y económicas. Por esta razón, el estilo agresivo y grosero que por diferentes razones le ha dado buenos resultados al presidente, debería revisarse y sustituirse por un llamado real y efectivo a promover un Pacto de Estado.
Aún hay tiempo de hacerlo, y la necesidad es histórica.
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