Hay heridas que no cicatrizan y continúan abiertas a pesar de los años; Babi Yar es una de ellas; una herida que sangra constantemente desde la fosa común en la que fueron enterrados los 33.771 judíos exterminados entre el 29 y 30 de septiembre de 1941 en las afueras de Ucrania. Los cuerpos apilados como sardinas y apretujados en el “Barranco de la Abuela” claman por justicia.
Pero para entender la mayor masacre perpetrada en tiempo récord durante el Holocausto, hay que dilucidar dos elementos que fungieron como catalizadores: en primer lugar, el Nacionalsocialismo tenía ya 9 años de configurar la imagen de la judería europea, la propaganda fue el arma más letal, fue la que allanó el camino a Babi Yar y la misma que edificó Auschwitz. Dotó de autoridad moral a los ciudadanos de los países de Europa y envalentonó a aquellos que no se atrevían a cometer crímenes.
En Ucrania por ejemplo, había un malestar generalizado contra el Stanilismo debido a la hambruna que mató a 3 millones de ucranianos en los años 30, la propaganda soviética había culpado a los judíos; además, los Nazis habían fusionado el bolchevismo con el judaísmo aunándolo en un mismo elemento: todo judío era comunista y todo comunista era judío; la escalada de violencia y odio que esto generó solo sería entendido años después.
Por otro lado, el 22 de junio de 1941 Hitler violó los acuerdos del Tratado de Paz y No Agresión que habían firmado en secreto los ministros de Relaciones Exteriores de la Alemania Nazi y la Unión Soviética, llamado “Ribbentrop-Molotov”, a partir de ahí es que la hecatombe se gesta; la operación Barbarroja estaba en boga y el ejército racial de los Nazis, los Einzangruppent, desperdigados en 4 divisiones tenían órdenes expresas de asesinar a todo elemento Judío que apareciese en el camino.
Pero los crímenes aumentaron desmesuradamente el 12 de agosto de 1941, como señala el historiador Timothy Snyder en su libro “Tierra Negra”, Himmler le ordenó a su subordinado Friedrich Jeckeln que “se debían matar también mujeres y niños judíos”. La razón: evitar la reproducción y una posible venganza de los niños cuando fuesen adultos. El método de exterminio masivo debía ser diseñado por el mismo Jeckeln.
Un día antes de la masacre, el 28 de septiembre de 1941, los judíos de Kiev fueron notificados para reportarse a la mañana siguiente en la plaza de la cuidad, había, según decían los Nazis, que re-asentar a todos los judíos de Ucrania. La orden era implacable:
“Todos los judíos residentes en Kiev y sus alrededores deben presentarse mañana lunes a las ocho de la mañana en la esquina de las calles Melnikovsky y Dokhturov. Deben portar sus documentos, dinero, objetos de valor y también ropa de abrigo. Cualquier judío que no cumpla estas instrucciones y que sea encontrado en algún otro lugar será fusilado. Cualquier civil que entre en las propiedades evacuadas por los judíos y robe sus pertenencias será fusilado”
Nadie se imaginaba la masacre que se avecinaba. Y aunque de lejos ya se escuchaban las ametralladoras, los Nazis habían colocado un puesto de control antes de llegar al barranco: “Schnell, Schnell” (rápido, rápido) gritaban mientras conducían a la gente a su último destino. Ni siquiera los números abrumadores del Holocausto llegan a igualar la eficiencia con que se realizó el fusilamiento en Babi Yar, “de los 817.000 judíos de Rumania: 380.000 muertos. De los 825.000 de Hungría: 565.000 muertes. De los 3.020.000 judíos de la URSS: 995.000 muertos. De los 3.325.000 judíos de Polonia: 3.000.000 muertos”, cita el periodista Ari Shavit en su libro Mi Tierra Prometida. Shavit continua diciendo: “Pero la cifra que más impacta es el número de judíos asesinados en la masacre de Babi Yar, en las 48 horas de la masacre, más judíos fueron muertos a tiros que en los primeros 120 años de la batalla por Sion”.
La madrugada del 29 de septiembre, los judíos que quedaban en Kiev llevaron sus pertenencias y algunos pocos alimentos para el viaje que según ellos les esperaba, muchos llegaron temprano con la esperanza de tomar los mejores lugares en los vagones; el día siguiente era Yom Kippur, el día de La Expiación y había una sensación de seguridad en el porvenir. A partir de ese momento, según Snyder “los judíos caminaron en una fila organizada por la policía alemana y los perros, hasta un barranco en Babi Yar, donde el ejército había preparado trincheras para realizar ejecuciones”.
Los judíos eran despojados de sus ropas y obligados a recostarse uno encima de otro para ser ejecutados y así mejorar el rendimiento, Jeckeln llamaba a esto “la técnica de la sardina” y permitía asesinar a 10.000 hombres por día. En las horas posteriores las armas no pararon de detonarse y las balas de exterminar. El “Holocausto de las balas” como le llamó el historiador Vasili Grossman, había iniciado, Ucrania sería el laboratorio de La epítome de la Shoá, de ahí el genocidio se extendería hasta culminar en Auschwitz-Birkenau. Los pocos judíos que no habían asistido a la convocatoria del ejército alemán, en su mayoría eran ancianos, o niños que estaban enfermos; de ellos se encargaron otrora sus antiguos amigos y vecinos que, sin piedad, los delataron o ellos mismos asesinaron para quedarse con sus pertenencias.
Al día siguiente, las ejecuciones siguieron sin mermar, las balas no dejaron de atravesar los cuerpos de miles de civiles judíos; los Nazis habían bebido toda la noche anterior hasta quedar ebrios con el fin de evitar cualquier atisbo de misericordia o piedad, jalaban implacablemente los gatillos, mientras los cuerpos rodaban por el barranco y se apretujaban uno encima del otro; y así los meses siguientes hasta el 6 de noviembre de 1943 día que el Ejército Rojo liberó Kiev, para esa fecha unos 200.000 murieron en Babi Yar y sus alrededores.
Semanas antes de la liberación, el ejército alemán estaba en retirada, era necesario borrar sus crímenes. Fue así que eligieron a 100 prisiones del campo de concentración de Syretsk y los condujeron al barranco de Babi Yar, su labor: desenterrar el crimen e incinerarlo. La mayoría de los cuerpos yacían sepultados de hace dos años. Durante dos meses apilaron los cuerpos desenterrados y los quemaron en tandas de dos mil, no sin antes revisar los putrefactos cuerpos con el afán de encontrar dientes de oro o alguna otra pertenencia de valor que no hubiesen incautado. Las llamas de los cuerpos ardiendo fueron tan altas que se dejaban ver desde el Centro de Kiev, los huesos que no se quemaban eran destruidos con losas en el cementerio judío que colindaba con el barranco.
Babi Yar es la muestra de cómo la maldad, la banalidad y la eficiencia de la industria moderna se pueden fusionar para encarnar el Genocidio; los cuerpos aún reposan en silencio, entre árboles y matorrales se apretujan gritando justicia, una que parece no llegará. Babi Yar ha sucedido, por lo cual, puede volver a suceder, pero el cuestionamiento más grande que debemos hacernos es ¿permitiremos que suceda?
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