En tiempos anteriores, los medios de transporte y de comunicación no eran tan eficaces y efectivos como lo son en nuestros días; por ende, el acta de independencia obtenida del régimen colonial español en la Ciudad de Guatemala el 15 de setiembre de 1821, llegó a Cartago con relativo retraso, asombro y desconfianza.
Sea cual sea el tiempo y la forma en que ocurrió, lo importante fue que esta trascendental declaratoria supuso a los pobladores de la incipiente República de Costa Rica, el ingente reto de modificar y enmendar su antigua vida colonial. En particular, la noticia sobre la independencia constituyó un parteaguas, que brindó la gran oportunidad de desconectarse por completo del viejo orden y a la vez, una verdadera quimera por articular uno con matices y lógicas propias.
Por consiguiente, este proceso que asaltó en la primera mitad del siglo XIX, no fue fácil como algunos pragmáticos de la historia lo suelen entronizar en el imaginario colectivo. Pues la frágil Costa Rica se vio obligada a reinventarse en el marco de un puñado de vacilaciones y de dificultades producidas por la discordia y antagonismo político desgarrado que libró el localismo y el nacionalismo, el integracionismo y el separatismo; en principal, entre idealistas liberales y conservadores.
En general, la constante histórica de Costa Rica en la época decimonónica, se enmarcó en un cúmulo de vicisitudes, que pese no fueron tan traumáticas como el de otras naciones del istmo, las cuales sucumbieron en el caos y la anarquía, el golpismo y contragolpismo; no le eximieron de transitar por el camino minado del escepticismo. No obstante, la vida pos-independentista costó sangre y sacrificio de nuestros ancestros, quienes tuvieron que cerrar filas en varias ocasiones para no ser presa de sus enemigos. De igual manera, para rechazar las pretensiones de potencias hegemónicas que amenazaron con exfoliar y lacerar las fibras más sensibles de la dignidad y la soberanía nacional.
Aunque quizás este tipo de situaciones puedan parecer trágicas y desafortunadas, cierto es, que todo este compendio de marasmos inspiraron el forjamiento de la nacionalidad costarricense alrededor de la idea del Estado soberano, libre, independiente y razonado en los principios de la legalidad jurídica. Asimismo, ayudaron a dar sentido y carácter a los elementos identitarios que van a distinguir, cohesionar y adherir voluntariamente, a aquellas personas que van a sentirse costarricenses.
Con el transcurrir del tiempo y entrado el siglo XX, se finiquita entrega sin precedentes, a la consolidación de una economía agro exportadora, la cual es usada para profundizar la inserción al capitalismo mundial, fortalecer el nacionalismo, la hegemonía indiscutible de algunos sectores socioeconómicos. De igual modo, se logra apreciar experiencias plagadas de fuertes contradicciones políticas, económicas y sociales; de las cuales, el país no pudo escapar del fantasma de la violencia, la intolerancia, la hostilidad y hasta de los gobiernos de facto.
Entre todo lo acontecido, el diálogo constituyó, el medio para solucionar muchos de esos problemas y otros que en momentos difíciles y álgidos de la vida nacional se presentaron. Empero, con alta capacidad de diálogo, diferentes sectores históricos antagónicos tuvieron la capacidad y la humildad para negociar y sobreponerse. Más que acabar con diferentes conflictos y las interminables “crisis”, el diálogo prudente generó acuerdos duraderos e integrales venidos de todos colectivos nacionales.
Visto así, el diálogo profundo se configuró en uno de los rasgos más convincentes y valiosos de la esencia y vitalidad del Estado costarricense. En tanto, son numerosos los pasajes en la historia patria que dan fe del pacto, la concordia, el acuerdo, entre otras formas parecidas para dar termino a la incomprensión, la desidia, la soberbia, el egoísmo político y económico, entre un sinfín de problemas que solía arrastrar la sociedad costarricense.
Dentro de esa lógica, la consolidación de gobiernos civiles electos democráticamente, bien ayudó a terminar fortalecer la institucionalidad, más luego configurar el Estado de Bienestar, que dio equidad y evitó el ensanchamiento de las brechas sociales. Basta ir a cualquier lugar, para darse cuenta del paisaje humanizado donde la mayor parte de la población tuvo acceso a importantes servicios públicos y al amplio sistema educativo; el cual con todo y sus debilidades propició la movilidad socio-económica de grupos históricamente desasistidos.
En virtud de lo anterior, preocupa en las vísperas del bicentenario de la independencia, el trance que vive el país. En principal, las orientaciones hegemónicas que se emanan, trastocan de forma sustantiva la institucionalidad democrática del Estado de Bienestar y lo supeditan al equilibrio financiero. En igual dirección, se es testigo de la desregulación de las normas públicas del mercado de trabajo, las cuales tienden a flexibilizar el empleo, facilitar el despido, promover el empleo temporal, los empleos autónomos y la eliminación de los controles en las condiciones de trabajo.
En general, resulta difícil comprender el desarrollo que se ha emprendido, puesto que cada día lejos de ser prometedor aumenta la cantidad de compatriotas que viven en la más vil abyección de la miseria, el desempleo y la exclusión; condiciones que amenazan en profundizarse en caso de persistir falta de activación económica, aumento significativo y sostenido de la producción nacional.
Es claro, que el malestar ha ido en aumento; pero también nos enfrentamos a disyuntivas pendientes de resolver, por lo que se requiere de la reflexión concienzuda y comprometida de todas las fuerzas sociales, políticas y económicas sin excepción. Bajo esta perspectiva, estamos llamados a propiciar espacios asertivos de diálogo abierto, sincero y desintoxicado de toda radicalización y liderazgo irresponsables que por el contrario, ponga en peligro la estabilidad del país.
Hoy, más que nunca, debe elaborarse una estrategia de diálogo nacional garante, serio y responsable, que enrumbe al país hacia un norte claramente definido. No obstante, para el éxito del proceso, hay que dejar al margen el pragmatismo irresponsable, la vanidad política, las decisiones clientelistas, las demostraciones de fuerza de ciertos grupos. Solo con ese tipo de participación se estaría dando solución a los graves problemas que afectan a la sociedad costarricense, asimismo podremos decir que somos gestores de sano cambio y leales con la patria.
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