Por Christoph Driessen (dpa)
Berlín, 31 may (dpa) – Los activistas climáticos del grupo alemán Letzte Generation (Última Generación) llevan meses realizando acciones de protesta, que provocaron la semana pasada una fuerte respuesta de las fuerzas de seguridad y desataron los temores al inicio de una escalada en el enfrentamiento.
Es fácil afirmar que los registros ordenados por la Fiscalía de Baviera han elevado enormemente el perfil internacional del grupo ante la fuerte repercusión que tuvieron en los medios de todo el mundo.
Aunque las acciones de los ecologistas han estado rodeadas de polémica, como lanzar puré contra un cuadro de Monet, hacer pintadas contra la sede del Partido Socialdemócrata (SPD) o pegarse al asfalto para impedir la circulación de los coches, también el contraataque de las autoridades judiciales llegó con una fuerza inesperada.
Las imágenes de investigadores enmascarados asaltando casas y oficinas parecían salidas de una redada contra la mafia o los ultraderechistas “Reichsbürger” (Ciudadanos del Reich), que planeaban un golpe de Estado en Alemania.
La estrategia de Última Generación consiste en cruzar las líneas rojas para llamar la atención. Este enfoque tiene una larga tradición en la historia de la desobediencia civil.
Por ejemplo, las sufragistas que lucharon por el derecho al voto de las mujeres hace 100 años también eligieron actuar en los museos, con consecuencias más graves: hicieron profundos cortes con una cuchilla al famoso cuadro “Venus ante el espejo” de Diego Velázquez, en la National Gallery de Londres.
Al igual que en su día las sufragistas, a los activistas les interesa romper las reglas de forma espectacular para poner de relieve la urgencia de su causa.
Están convencidos de que, dentro de 50 años, cuando el cambio climático desate todo su efecto devastador, no serán ellos los que sean vistos como “terroristas climáticos”, sino aquellos que no actuaron cuando aún era posible. De hecho, el nombre del grupo procede de una cita del expresidente estadounidense Barack Obama, quien dijo que la actual es “la última generación que aún puede detener el cambio climático”.
Que Última Generación comete delitos deliberadamente es un hecho. También se puede argumentar que, en cierto modo, ejerce la violencia coaccionando a la gente mediante sus bloqueos y, por así decirlo, tomándola como rehén. Por ejemplo basta con pensar en las familias atascadas en la autopista de la ciudad de Berlín durante seis horas camino de unas vacaciones con niños gritando.
Sin embargo, es discutible la tesis de que esto sea suficiente para calificar a Última Generación de organización criminal. Uno de los pocos que está completamente convencido de ello es el líder regional de la bávara Unión Social Cristiana (CSU), Alexander Dobrindt, que habló del temor a que “esté surgiendo una RAF climática”.
Aludía así a la organización terrorista Facción del Ejército Rojo (RAF), de extrema izquierda, que asesinó a más de 30 personas entre los años setenta y noventa.
En opinión del jurista Matthias Jahn, existe una conexión entre las palabras de Dobrindt y las redadas de la semana pasada: “La espiral de la escalada está aumentando, porque al término ‘RAF climática’ le han seguido los hechos”, comenta a dpa este catedrático de Derecho Penal y juez del Tribunal Regional Superior de Fráncfort.
“Esto pone en marcha una dinámica que amenaza con producir mártires porque el Estado reacciona con una severidad desproporcionada”, añade, y también sospecha de una conexión con la campaña electoral del estado federado de Baviera, donde habrá elecciones en octubre.
Matthias Quent, investigador sobre extremismo, ve el peligro de que la severidad tenga “efectos disuasorios contraproducentes”. Los activistas climáticos podrían sentirse abandonados en lugar de apoyados por el Estado, y “esto puede llevar a que los individuos se radicalicen”, explica.
Sin embargo, Quent también reconoce que no hay indicios de ello por ahora en el movimiento climático.
Estudiosos como el filósofo social berlinés Robin Celikates ven el verdadero peligro de radicalización en otro lugar: “Aunque la protesta viole las leyes individuales y pueda resultar molesta, criminalizar la protesta es mucho más amenazador y, por tanto, el mayor peligro para el Estado constitucional democrático reside también en esta radicalización desproporcionada de las reacciones a la Última Generación”.
Jahn hace un llamamiento a ambas partes, tanto a los activistas como las autoridades judiciales, para que emprendan el “camino de vuelta a la proporcionalidad”.
Última Generación hizo un planteamiento para reforzar el diálogo: el movimiento cooperó recientemente con varios museos en los que hizo una lectura de textos sobre la crisis climática en el Día Internacional de los Museos. La activista Irma Trommer explicó su objetivo: “La esperanza es que la gente nos conozca, nos vea y diga: ‘Oye, esto no tiene nada que ver con el terrorismo'”.