Estupefactos asistimos a una época crítica. Ya en los Estados Unidos algunos filósofos encasillan como fascista al gobierno de Donald Trump y se han marchado a Canadá (Lissardy, Gerardo, “Jason Stanley, el profesor de Yale experto en fascismo que se va de EE.UU. por el clima político bajo el gobierno de Trump: “Ya somos un régimen fascista”. BBC, 6/4/25). Así, las señales políticas son muy aciagas, aunque el diagnóstico puede ser ampliado. Porque el sistema democrático se halla bajo el asedio de dos bandas, un ataque bifronte. Los perpetradores son el eje China-Rusia, que tiene el apoyo de Washington, pues el inaudito ataque de Trump y sus testaferros contra el presidente Zelensky ha evidenciado un viraje nunca visto en Estados Unidos. El “gran ingeniero” detrás de ambas bandas pareciera ser la dictadura de Vladimir Putin. En seguida, describimos esta violenta agresión, explicamos sus profundas consecuencias, y bosquejamos posibilidades democráticas.
La banda derecha
Los totalitaristas rusos patrocinaron a Donald Trump, quien, presuroso, ha pagado el favor. En consonancia, a nivel global opera el movimiento alt-right, que expresa el neofascismo de forma cínica. Se sirve de un discurso racista y antiinmigración, calando profundamente en sectores con niveles educativos bajos y carencias socioeconómicas, los cuales, merced a la crasa ignorancia, depositan sus frustraciones y pobrezas en los migrantes y los grupos étnicos.
La alt-right, en su praxis e ideología, evidencia un gran desprecio por los valores democráticos. Para el caso estadounidense, tenemos el linchamiento mediático y la persecución a los jueces que han fallado contra Trump y sus “cruzadas”, las severas restricciones a las libertades de prensa y de información, así como el irrespeto a la institucionalidad universitaria (Townley, Dafydd, “El ataque de Trump a tres pilares de la democracia de EE.UU”. BBC-The Conversation, 30/3/2025). Valga decir que, a diferencia de otros contextos, el ataque a las universidades no se justifica, ya que no se hace dadas corruptelas o delitos, sino en virtud de enunciar narrativas discordantes frente a las del gobierno. Y desde luego, todo lo anterior siempre bajo el aderezo de baterías de troles, quizás ciudadanos comunes y corrientes muchos de ellos, que defienden lo indefendible en redes sociales.
Porque este nuevo derechismo no tiene reparos en usar la táctica del fascismo y del nazismo, entre otras cosas los principios de la propaganda de Goebbels. En correspondencia, bajo la meta de justificar a Rusia, repite la vulgar calumnia de que Ucrania ha efectuado un etnocidio contra las minorías rusas del Donbás. Por otra parte, para minar a toda oposición, plantea un juego maniqueo en el cual existe una élite perversa y corrupta, que maneja el poder a su antojo y controla a los otros partidos (entre quienes no hay matices) y además a las autoridades judiciales y electorales, frente a ese dantesco panorama ellos emergen como los “redentores”, guardas de un bien absoluto capaz de justificar cualquier cosa, violencia incluida.
Además, dentro del ala derecha se ubican sectores fundamentalistas cristianos. Aquí de nuevo intervienen el fanatismo y la ignorancia. A cambio de ver sus agendas satisfechas, dicho sector no tiene reparo en apoyar líderes autoritarios. Son incapaces de entender que la lucha pro-vida no debe enarbolarse a contrapelo de valores que la anteceden, háblese de resguardar las instituciones democráticas y del respeto a los derechos de los afrodescendientes, los asiáticos y los migrantes, sectores que no guardan vínculo con la ideología de género. Ciertamente tuvieron la opción de Mike Pence, un político pro-vida que es muchísimo mejor que Trump, aun así, lo desdeñaron. Ya la humanidad supo en el siglo XX del espantoso precio de entregarle las riendas a dictadores derechistas, a cambio de defender metas conservadoras. La antidemocracia representa una caja de Pandora de resultados inciertos, pero siempre nefastos.
La banda izquierda
También apelan a una banda izquierda. En América Latina y otros países del “sur global” han echado mano del resentimiento de muchos sectores con respecto a las deficiencias en los modelos de desarrollo, a problemas atávicos, y, sobre todo, a la perenne corrupción de las élites políticas. Así subió Hugo Chávez al poder, siendo emulado por Evo Morales, Daniel Ortega, AMLO, entre otros. Todos estos líderes no han tardado en presentarle honores y condescendencias a la dictadura de Putin y han recibido la bendición de los yuanes chinos. Rusia ha blindado a los dictadores y líderes antidemocráticos con aviones de combate y tanques; de tal manera que los autócratas latinoamericanos pueden confiar en que, aunque irrespeten a más no poder los derechos humanos y destruyan las instituciones, ahí tendrán sólidos aliados que les posibilitarán quedarse en el poder. Los dictadores regionales pagan el favor, pues brindan una lealtad total a Moscú, así Telesur, el canal del dictador Maduro, llenó de elogios a las tropas rusas que combatían en Kursk (Reporte 360°, 18/3/25); en un programa que, curiosamente repudió a Trump debido a su política migratoria, usando los peores epítetos, pero aplaudió después la postura del presidente estadounidense frente a Rusia en la guerra, todo sin admitir jamás la contradicción. Más aun, allende la región, Rusia apoya a la cruenta dictadura birmana, al régimen terrorista de Irán y fue amigo del depuesto carnicero Bashar Al-Asad, quien encabezaba una dictadura de izquierda.
Esta banda, muy lastimosamente, si bien ha subido al poder engañando a masas desheredadas y hartas de latrocinios, también suma el concurso de sectores académicos y supuestamente ilustrados (diferenciándose en esto de la banda derecha), quienes, lo recuerdo muy bien, cacareaban en décadas pasadas contra el llamado “neoliberalismo”, pero asimismo contra la democracia liberal e incluso contra la visión moderna del mundo, clamando por una “alternativa”. Han alentado un resentimiento histórico incapaz de proveer soluciones a los desafíos sociales, aunque muy útil a los populismos de izquierda. Triunfaron en varios países y los pobres de Nicaragua, Venezuela y otras naciones han probado en carne propia el sabor de esa “alternativa” que nos querían vender; basta con dejar de andar de San Pedro a Sabanilla e ir a San José para ver a esas familias venezolanas famélicas y sin esperanza pidiendo dinero.
La meta común pareciera ser destruir el bagaje de occidente, desde las herencias de los griegos, pasando por el aporte cristiano y llegando hasta la modernidad. El ataque a la racionalidad, sin importar sus distintas acepciones, resulta patente cuando los ciudadanos prefieren las noticias falsas, las falacias, los seudo argumentos y la fuerza bruta, o bien, cuando siguen teorías manidas y obsoletas, incapaces de al menos sopesar las múltiples pruebas en contra (siendo así seudo ciencia); porque en América Latina todavía se esgrime la ya superada teoría de la dependencia, y analistas de peseta siguen enarbolándola y defendiendo el unirse al club autoritario de Rusia, China y Cuba como la única salida (…).