Ofrezco disculpas porque esta reflexión va en contra de lo que piensan muchos colegas y amigos que analizan los partidos políticos. Contrario a quienes defienden e insisten que la democracia necesita de partidos políticos ojalá sólidos, yo pongo en duda esa afirmación y más bien pienso que las democracias ya no los necesitan, que más bien hay que olvidarse de esas organizaciones que nacieron y se desarrollaron en condiciones políticas del pasado, y que en el siglo XXI no tienen ninguna utilidad para construir la sociedad del bienestar general. Al contrario, deberíamos ser creativos en la búsqueda de alguna fórmula que permita su sustitución.
Seguir pensando en los partidos políticos, con un 83% de personas sin afiliación partidaria como lo muestra la encuesta del CIEP de la Universidad de Costa Rica de setiembre 2024, es como querer volver a implantar las cabinas telefónicas que había en las esquinas de las ciudades y que sucumbieron, porque ya no eran útiles, las nuevas tecnologías se las tragaron, y se quedaron sin clientes. En mi opinión los partidos políticos actualmente no sirven, ni los viejos, ni tampoco los nuevos, ni los tradicionales ni los que aparecen, es decir ninguno. Tratar de arreglarlos o repararlos no tiene sentido, es perder el tiempo. Aquellos que fueron más o menos buenos, parece que dejaron de serlo, y aquellos que irrumpieron portando el slogan del cambio, prometiendo superar a los viejos, tampoco cumplieron las expectativas. Hay que pensar entonces de modo diferente, y no seguir recurriendo a organizaciones moribundas del pasado que ciertamente construyeron su historia, pero que terminó, porque los tiempos ya no están hechos para ellas. El paradigma de la intermediación política debe cambiar. Si no se tiene claro eso, seguiremos atorados. La gente por múltiples razones siente que los partidos políticos han fallado, y no los ve como alternativa para la creación de bienestar.
Entiendo que hay quienes siguen afirmando reiteradamente, que los partidos realizan la función de intermediarios, articulando los intereses de los ciudadanos, para transformarlos en políticas públicas desde el ejercicio del poder. Ese enunciado ya no corresponde con la realidad. Los partidos políticos lo que hacen ahora es articular como nunca antes, los intereses, no de los ciudadanos en general, sino de algunos de ellos, llamados más exactamente minorías, usando eso sí, la colaboración generalmente de mayorías desesperadas, que sirven como andamio formal para legitimar desde el poder sus privilegios fundamentales. Por eso vemos constantemente que los partidos que llegan al poder fracasan en mejorar las condiciones de vida de la población, pero en cambio terminan siendo muy exitosos mejorando las condiciones económicas de grupos reducidos. Por eso crece la desigualdad.
Lo usual es que los partidos fortalecen y defienden los intereses de sus cofradías, y de quienes financian sus campañas y sus accesos al poder. Hay que decirlo con todas las letras en negrita y resaltado. “Los partidos están creando desde el ejercicio del poder, más malestar que bienestar, más frustración que esperanzas, y más desigualdad en todo el mundo.”
Los partidos se convirtieron en rehenes de los poderes fácticos, aquí y en todas partes. “Dime cómo se financia tu partido y te diré quién manda ese baile”. Por eso hay una gran desconexión de los partidos con la mayoría de la ciudadanía. Se percibe que ellos representan un orden político corrupto, alejado de las verdaderas demandas y necesidades de la gente.
Por otra parte, hay que entender que la sociedad del siglo XXI está rompiendo todas las formas de intermediación, y los partidos políticos no son la excepción. La gente ya puede comprar sin ir al supermercado, puede enterarse de lo que pasa en el mundo simplemente viendo su computadora o su celular, puede pagar directamente sus cuentas sin ir al Banco, puede ver cine en su móvil sin ir al cine, en fin puede también hacer política sin necesitar un partido, y espero que pronto en Costa Rica como ya ocurre en otros países, los ciudadanos también de manera independiente, tengan la posibilidad de representar a su país y a sus comunidades sin pasar necesariamente por los partidos.
Por eso creo igualmente que hay que romper el monopolio de acceso al poder que tienen los partidos políticos, pues eso va contra los derechos humanos. La Convención de Derechos Humanos establece que todos los ciudadanos tienen derecho a elegir y a ser electos. Es un derecho humano y un derecho político. En Costa Rica resulta que todos podemos elegir, pero solo pueden ser electos a puestos de representación popular aquellos que estén dentro de un partido. Ese condicionante no va con las necesidades y realidades del nuevo mundo. El siglo XXI exige acabar con esas ataduras. El mundo se ha ensanchado, y esas cadenas jurídicas deben romperse, en especial, cuando atentan contra los derechos humanos o los derechos políticos.
Se me dirá que la relevancia de los partidos depende de su robustez y de su calidad, de sus centros de estudio, de su arraigo popular y de su organización interna. Es probable que así sea, y que conforme con esos parámetros haya unas organizaciones que sean mejores que otras, pero esas aspiraciones no encuentran asidero en la realidad, pues los partidos exhiben una frondosa burocracia, y están tan saturados de actos de corrupción, de conflictos y confrontaciones internas que les impide estudiar y actuar eficientemente como los operadores democráticos, que anhela un sistema político sano. Los acontecimientos del mundo van a altísima velocidad, y los partidos aún caminan en carreta. Los intereses de la gente caminan por un lado, y los intereses de los partidos transitan por calles separadas de la gente. Sus pronunciamientos sobre los eventos van siempre atrasados. Por eso, en todas partes, y desde luego también en Costa Rica, los partidos tienen un alto índice de descrédito político. La gente ya no vota por partidos. Tan cierto es, que por ejemplo, en nuestro país hubo partidos nuevos que decían haber nacido para quedarse, sin embargo fallecieron tan pronto con las primeras de tanteo, dejando más pena que gloria.
Sabemos que vivimos en un mundo, donde la gente desea que las organizaciones y las cosas simplemente funcionen bien, y si no funcionan no sirven, no son útiles y dejan de existir. Así es el nuevo mundo de pragmático. Lo que no sirve, mejor que no estorbe. En el caso de los partidos, la pregunta es; ¿están los partidos realmente funcionando bien, representando las necesidades, aspiraciones e intereses de la ciudadanía en general? La respuesta parece contundente; los partidos no están llenando ese propósito.
Es evidente además, que los partidos políticos en general dejaron de ser portadores de ideologías políticas consistentes, de debate, de congruencia interna, de unidad en propósitos y de valores. Están vacíos de contenidos y ayunos de pensamiento político. No tienen ideas nuevas. No contribuyen a la solución de los problemas del presente, ni tampoco alumbran el porvenir. Muchos se refugian en el pasado recordando sus líderes, y otros siguen hablando del cambio, pero sin definir claramente en qué consiste ese cambio. Hay distintos partidos que llegan al poder llevando sobre sus hombros liderazgos que simplemente buscan sustituir élites, haciendo más de lo mismo, profundizando la deuda pública, hipotecando el futuro de las generaciones, creando expectativas de reducir desigualdades, costos de vida, pobreza, profundizando la corrupción, filas en la seguridad social y demás promesas, que nunca cumplen. Seguro estoy equivocado, pero esa es la realidad que veo.
Tanto los partidos llamados grandes, como los pequeños que proliferan como abejones de mayo, aquellos llamados estables, como los llamados “partidos uber” que transportan nuevos inquilinos al poder, los tradicionales y los nuevos que reproducen los vicios de los tradicionales, todos padecen de los mismos problemas, divisiones y polarizaciones internas, ausencia de proyectos viables, falta de financiamiento democrático, carencia de una visión país, falencias éticas, designación autoritaria de candidaturas hasta en desfiles, y ausencia de rigor técnico en sus propuestas. ¿Queremos entonces seguir apostando a ese paradigma?
¿No deberíamos pensar más bien en concebir trajes nuevos para sustituir los trajes apolillados y viejos, como diría Jorge de Bravo?
A menudo pienso que el verdadero futuro de la humanidad está en la colaboración y no en la competición y menos en la división. Sin embargo los partidos políticos actuales lo que gestionan es esencialmente la confrontación y las disputas estériles de sus intereses.
Aunque en el espectro político nacional haya más de 50 partidos ya inscritos para el proceso del 2026, muchos creados por sus fundadores pensando en negocio y rentabilidad, y otros nacidos y mantenidos con las mejores intenciones del mundo, mi conclusión es que ellos son innecesarios para la gobernabilidad, y tampoco deberían tener el monopolio de la representatividad.
Por el contrario, el desafío es más bien pensar, cómo sustituir los partidos por otras formas de representación y participación más acordes con las realidades y necesidades de la gente y del siglo XXI. Eso exige por supuesto que seamos creativos, disruptivos, y que pensemos qué tipo de sociedad, de sistema político y administrativo debemos tener, y cómo visualizamos el Estado del futuro, el cual probablemente sea muy diferente de la versión que conocemos en la actualidad. Hay que apostar por un nuevo paradigma, que se centre más en la colaboración política que en la competencia, más en las agendas políticas que en los extensos programas de gobierno de los partidos, más en las cualidades de las personas que en las maquinarias electorales, más en la política de lo concreto, que en la política de lo abstracto, más en la autogestión del poder, que en la burocratización y la cofradía partidaria.
Algunos insistirán que más bien debemos hacer entre muchas cosas, como fortalecer los partidos haciendo reformas en el capítulo respectivo del Código Electoral vigente, reducir la fragmentación, apostar más por la educación política, establecer normas más estrictas de financiamiento, y de comunicación electoral, ser rigurosos con no permitir personajes ni organizaciones corruptas que corran los procesos electorales, fortalecer atribuciones del Tribunal Supremo de Elecciones. Crean que he valorado todo eso, sin embargo pienso que remendar lo que no sirve, lo que no funciona, lo que no compatibiliza con los nuevos desafíos de la nueva era que ha emergido, es perder un tiempo valioso que podríamos dedicar mejor, a que nuestras neuronas produzcan creativamente nuevas maneras de gestionar lo político electoral, con el fin de que la ciudadanía participe del poder con propósitos más eficientes, transparentes y democráticos. Creo que es prioritario innovar , en vez de remendar organizaciones que ya no responden a la nueva realidad.
En lo personal tengo algunas ideas para plantear un recambio de los partidos por un nuevo paradigma jurídico político electoral que sea más funcional a los intereses de la ciudadanía. Sin embargo eso será materia de otro artículo.
Me gustaría por lo pronto, que usted que me lee, se anime a ser creativo y disruptivo, y formule sus propias ideas, respecto a cómo podría concebir una democracia sin partidos. La verdad es que para provocar un intercambio productivo, no se necesita que tengamos las mismas ideas, sino tan solo, el mismo respeto.