Política de choque y difamación: ¿Será posible otra alternativa?

» Por Dr. Guillermo Flores – Profesor de teología y de cultura contemporánea

La estrategia de choque y de difamación se ha convertido en la fórmula común de hacer política. Siendo que uno ve esta práctica, no solo en nuestro país, sino en otras naciones también, uno se pregunta si esa es la manera normal de hacer política. Y, francamente, si la cantidad establece la norma, uno pensaría que ciertamente esa es la manera de tratar los asuntos públicos. Pero ¿será posible otra alternativa?

Aunque adelante propondré que debemos cambiar esta manera de hacer política, sin embargo, a estas alturas del juego, uno no debe ser idealista pensando que el método del conflicto y del insulto personal va a cambiar. Por el contario, creo que se va a ahondar. Se va a agudizar porque la realidad es que el actual gobierno tiene razón en muchos de sus planteamientos. Entre otras cosas, el estado necesita una reforma. El Ejecutivo, que está atrapado en la telaraña de la burocracia estatal, que no le permite avanzar iniciativas o proyectos importantes, considera que es urgente hacer los cambios en las leyes del país. Por otro lado, viene la reacción de quienes piensan que el modo del gobierno para hacer realidad las reformas del estado no es el mejor, sino que hay que ir institución por institución y que, además, no les gusta el estilo del presidente. Me parece que, una discusión que debe ser totalmente política para el bien del país se ha convertido en un choque personal entre las partes y en un asunto de cálculos políticos con miras al futuro. Esto no va a cambiar. El peligro de esto es una extrema polarización, incapaz de negociar.

Lo cierto es que nuestro país necesita, entre otras medidas, resolver los problemas inmediatos de salud, seguridad, servicios públicos, etc.; hacer un plan que incluya una solución y transformación integral del estado y sus funciones a largo plazo, y no solo estar poniendo parches cada cuatro años; crear una cultura de negociación y de consensos que nos permita ponernos de acuerdo como país en los retos y en las soluciones a los desafíos y oportunidades que tenemos;  y,  en cuarto lugar, reeducar a la población para vivir positiva y saludablemente dentro de los cambios de la nueva realidad cultural, pluralista y tecnológica en la que vivimos y en la que vivirán nuestras siguientes generaciones. Es decir, formar a un nuevo costarricense con lo mejor de nuestra identidad histórica y consciente de la nueva realidad en la que vivimos. Esta es la ruta de estado a seguir. Esta es la propuesta en este artículo. Esto es complejo. No es fácil. No existen soluciones mágicas. Pero se puede.

Si no hacernos algo ahora de manera integral, el peligro del modelo venezolano actual o el de Bukele son amenaza latentes. Nuestra formación democrática costarricense no nos debería permitir llegar a esos extremos. Nosotros no hacemos política de esas maneras. Tenemos que hacer y demostrar que nuestra democracia funciona.

Con todo y sus defectos, nuestro país sigue siendo hermoso y con un futuro prometedor. Creo que contamos con las reservas de cerebros capaces de darle un nuevo rumbo al barco nacional. Lo que pasa es que muchos de nosotros hicimos carreras profesionales y nos retiramos a lo privado. Yo, por ejemplo, jamás pensé estar escribiendo este artículo, excepto porque creo que el país necesita que juntos repensemos un proyecto de consenso nacional hacia el futuro.

Cuando digo que contamos con las reservas de cerebros y de manos dentro del país, no me refiero a políticos ni a personas del gran público que ya están contagiados con el virus de los extremismos ideológicos o con la cultura de choque. La realidad política y las necesidades de los habitantes son complejas y no podemos pretender resolverlas con una sola llave ideológica reduccionista. En este sentido, por ejemplo, es indispensable superar la dicotomía entre un estado de solidaridad social o de estímulo a la producción económica privada. Ambas cosas son necesarias. Si no prendemos el motor de la economía y la industria no habrá trabajos ni fondos para la solidaridad social. Y, como éste, hay otros temas en los que nos hemos polarizado sin necesidad. La realidad es mucho más multifacética que lo limitado de nuestras doctrinas políticas o religiosas fragmentarias y dogmáticas. Y, precisamente, en esta misma línea, yo soy una persona de fe en Dios, con todo, creo que la religión cuando se marida con ideologías políticas fragmentarias de cualquier signo le hace poco bien a una nación.

Lo que creo que necesitamos son hombres y mujeres de buena voluntad, libres de odios y de radicalismos políticos o religiosos cuyo único deseo sea sacar adelante al país. Que sean personas serenas, soñadoras, sabias y con ímpetu conquistador. Muchos crecimos disfrutando las bendiciones de vivir en un país imperfecto, ciertamente, pero alegre, tranquilo y generoso. ¿Será que ahora podemos hacer algo por nuestra patria? Les invito a conectarnos para abrir un foro de análisis, conversación y para discernir lo que sigue.

La respuesta a la pregunta del comienzo es que sí es posible crear una alternativa a la política de choque y de difamación. Tomará tiempo. Hay que reeducar. Hay que redefinir la política una vez más alrededor de los principios de servicio, respeto, consensos, colaboración y bondad. En el fondo, todo esto tiene que ver con un problema más profundo que es el de la naturaleza humana, que no es el momento para considerar aquí. Pero si no cambiamos a la persona en su esencia, no podremos cambiar su conducta política y en todas las dimensiones de la vida humana. Y, cuando hablo de cambiar la esencia no me refiero solo a cambio moral (sentido del bien y del mal), sino también a ajustes de idearios y del alma costarricense. Hay que reeducar para la bondad, la producción, la responsabilidad y para la vida cívica y democrática. En esto el ministerio de educación juega un rol fundamental. Quiera Dios iluminarnos y darnos sabiduría en este momento histórico en la vida de nuestro país. Nosotros tenemos la palabra.

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