Los esfuerzos del planeta por erradicar el hambre en el 2030 aún tienen un gran camino por recorrer. La cantidad de personas que padecen de hambre a nivel mundial representa el 11 por ciento (795 millones) de la población total, y casi 160 millones de niños menores a 5 años con retrasos en su crecimiento.
El hambre es más peligrosa que la misma pobreza y se cree que para el año 2050 la población mundial llegue a 9.000 millones de personas, una cifra que inquieta de cara a la demanda de recursos por parte del mundo entero.
El Banco Mundial en una investigación independiente afirma que la tecnología es mucho más eficaz para combatir el hambre que otras herramientas como las micro-finanzas, reformas de tierras o aumentar el terreno cultivable.
La diversidad biológica agrícola y sus recursos genéticos proporcionan la materia prima que tanto las comunidades rurales como los científicos utilizan para mejorar la productividad y la calidad de los productos agrícolas, combinando el uso de tecnologías tradicionales y nuevas tecnologías.
Estos recursos naturales limitados y perecederos son la base de la seguridad alimentaria mundial. Además, constituyen una reserva de adaptabilidad genética para el futuro, que permitirá a futuras generaciones adaptarse a los cambios ambientales y necesidades humanas imprevisibles.
Está claro que la adopción de las tecnologías evaluadas aumentaría la producción de alimentos de manera sustancial, disminuiría los precios de los alimentos y aumentaría la seguridad alimentaria, incluso bajo condiciones de cambio climático
Sin embargo al consumismo desenfrenado e insostenible, así como la deshumanización creciente de la agricultura, y las recetas únicas y a menudo simplistas expedidas por los grandes centros de decisión mundial, han reducido la influencia del Estado, y han incrementado la influencia del Mercado en la toma de decisiones socio-económicas importantes, con el desmantelamiento de las capacidades nacionales y locales de producir sus propios alimentos (sobre todo en países con agricultura de subsistencia y en áreas donde los pequeños agricultores abastecen a la población a nivel local).
No existen soluciones mágicas para afrontar la crisis alimentaria, pero es preciso replantearnos nuestro sistema de vida. Tal vez no sea tan importante crecer, producir y consumir más y más deprisa, sino desarrollar una sociedad más feliz y más solidaria con la naturaleza y con todos.
La seguridad alimentaria, constituye un gran reto y también una oportunidad única para construir un mundo justo, sostenible, en armonía con el ambiente, solidario con todos los seres humanos, sin hambre y sin pobreza.
Por último nuestra generación ha arrebatado a la naturaleza el volante de la evolución y ahora sería irresponsable eludir el hacia donde vamos. Esto no es una alternativa sino una necesidad para la supervivencia de nuestra propia especie.