El conflicto entre Israel y Palestina trasciende una mera disputa territorial; reducirlo a esa simplificación es ignorar siglos de historia y tergiversar la realidad. Los judíos tienen raíces profundas en esta región, donde se asentaron hace más de 4000 años, convirtiéndolos en los auténticos nativos de la zona. Decir que robaron la tierra es equivalente a proponer que los pueblos indígenas de América Latina deberían ser despojados para beneficiar a los colonos europeos. Negarles su derecho ancestral es borrar su identidad y patrimonio cultural.
Ahora bien, la Real Academia Española define el sionismo como el simple Movimiento político judío centrado en la creación y defensa del Estado de Israel. Sí, hasta ahí, pero esta definición ha sido difamada a conveniencia por grupos de izquierda radical en Occidente, movidos por prejuicios y antisemitismo disfrazado. El sionismo no es ni racista, ni genocida, ni colonialista, ni imperialista, ni opresor, ni terrorista, ni injusto, ni expansionista, ni fascista. Los hechos son claros: desde su independencia en 1948, Israel ha ofrecido en repetidas ocasiones acuerdos de paz, que han sido sistemáticamente rechazados, ya que muchos líderes en Medio Oriente no buscan la coexistencia, sino la destrucción de Israel.
El islamismo radical no es simplemente otra interpretación religiosa; es una ideología totalitaria que alimenta el odio y la violencia. Según un estudio de Pew Research, un 51% de los palestinos encuestados tenían una opinión positiva de Osama bin Laden, una figura que, para muchos en Occidente, personifica el terrorismo moderno. Él fue el fundador y líder de al-Qaeda, la organización terrorista responsable del atentado a las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, que resultaron en la muerte de casi 3000 personas.
Además, en un informe de Gallup, se encontró que un 65% de los palestinos creían que la violencia contra Israel estaba justificada, una aceptación preocupante de la violencia como herramienta política. Esto muestra que el conflicto no es una cuestión de disputas fronterizas, sino una manifestación profunda de hostilidad que se nutre de décadas de adoctrinamiento y extremismo fundamentalista en la región.
El grupo terrorista Hezbolá, que opera con una mezcla de influencia política y militar en Líbano, disfruta de un 55% de opiniones favorables entre los musulmanes jordanos, y un 52% entre los musulmanes en Líbano. Este apoyo es aún más abrumador entre los chiítas libaneses, donde un 94% ve a Hezbolá con buenos ojos. En cuanto a Hamas, el grupo terrorista que gobierna en Gaza, los musulmanes jordanos se destacan como los más fervientes simpatizantes del grupo extremista, con una opinión favorable del 60%.
Estos grupos no están luchando por la paz, sino por perpetuar la violencia. Hamas, Hezbolá y otros actores terroristas en la región tienen como único objetivo la destrucción de Israel, y sus simpatizantes no son simplemente “activistas”, sino cómplices en perpetuar un conflicto violento que arrasa con la vida de miles de personas.
Mientras tanto, los grupos anticapitalistas y “solidarios” que apoyan estos grupos terroristas no se dan cuenta de lo que realmente defienden. En los países bajo el control de estas ideologías radicales, las mujeres no tienen derechos. En lugares como Gaza, Siria o Irán, las mujeres no podemos salir sin la compañía de un hombre, no podemos elegir nuestras propias vidas ni tomar decisiones sobre nuestros cuerpos. Nos han arrebatado nuestra libertad y nuestra dignidad. ¿Y por qué? Porque es la cultura de los regímenes, controlados por el islam radical, que apoyan a estos grupos terroristas. Es irónico, incluso absurdo, que las federaciones estudiantiles como la FEUCR y la FEUNA, se empeñen en defender a quienes promueven un régimen donde las mujeres, como yo, no podemos vivir libremente, sin miedo a todo tipo de abusos y vejaciones.
Quieren que sigamos mirando a otro lado mientras Hamas y sus aliados utilizan a su propio pueblo como escudos humanos y destruyen todo lo que se les pone en el camino, incluidos los derechos básicos de las personas que dicen defender. Los campamentos pro Palestina en universidades no son más que un escenario donde se adoctrina a jóvenes desprevenidos con una narrativa distorsionada que justifica el terrorismo, sin importar el costo humano.
Pero, ¿qué pasa cuando esta agenda pro-terrorismo llega a amenazar nuestras vidas aquí, en Costa Rica? Los movimientos “solidarios” con Palestina no son una casualidad. Los que apoyan estas causas y atacan a los que defendemos la verdad histórica, no están interesados en el diálogo ni en la paz. Ellos quieren imponer su visión del mundo, y no dudan en utilizar tácticas violentas y amenazas para silenciarnos. En este clima de intimidación y hostilidad, no solo ponen en riesgo nuestra libertad de expresión, sino que también ponen en peligro nuestras vidas.
El apoyo a estos movimientos no es un acto de solidaridad, sino un acto de complicidad con el terrorismo. En lugar de ser un refugio para el debate intelectual y el respeto a los derechos humanos, las universidades se han convertido en campos de adoctrinamiento de ideas radicales. Los que defienden estos grupos están eligiendo el lado equivocado de la historia, y deben asumir la responsabilidad de sus acciones. No hay nada “solidario” en apoyar a los que buscan la destrucción de la vida humana con el propósito de imponer su visión del mundo, o incluso su religión.
La solidaridad real se basa en la paz, el respeto y el entendimiento, no en ser simpatizante del terrorismo por moda. La aceptación y promoción del terrorismo NO ES UNA CAUSA NOBLE, es una amenaza directa para cualquier sociedad que defienda la paz, la seguridad y el respeto a la vida humana.