Vuelve el ruido electoral, las precandidaturas, los discursos bonitos y los abrazos de campaña. Empieza la carrera por el 2026 y con ella regresa el espectáculo: frases prefabricadas, promesas recicladas, sonrisas falsas y caravanas de “cercanía” que no llegan ni a los pueblos más necesitados ni a la gente que ha sido olvidada una y otra vez por los gobiernos de turno. Y uno se pregunta: ¿cuánto más vamos a tolerar?
El pueblo está cansado, harto incluso, de una política que juega con las ilusiones de los más pobres, de una clase política que aparece cada cuatro años y luego se esconde tras escritorios, títulos y asesores. No es un secreto que quienes viven en los márgenes –en la frontera sur, en la montaña, en las comunidades indígenas, en las costas, en los pueblos rurales donde no llega ni la señal del celular– no han sido prioridad para nadie. Y sin embargo, cuando hay elecciones, todos los candidatos se acuerdan de ellos.
Pero ya no estamos en tiempos de ingenuidad. Hoy, la gente exige más que discursos bonitos. Exige resultados. Exige que no se le mienta más. Porque mientras algunos pelean por candidaturas dentro de partidos, otros luchan cada día por poner comida en la mesa. Mientras los políticos diseñan estrategias de campaña, hay pueblos enteros que siguen esperando una carretera, un centro educativo en las zonas más necesitadas, acceso a internet, agua limpia o menos cortes de agua o una oportunidad de empleo real.
Y lo más preocupante: pareciera que a nadie le duele. Pareciera que los partidos están más ocupados en ganar que en gobernar bien. Más enfocados en la foto que en el fondo. Más interesados en conseguir poder que en usarlo para transformar vidas. ¿A qué estamos jugando?
La política, esa herramienta tan poderosa cuando se usa con propósito, se ha vuelto para muchos solo un trampolín. Y eso hay que decirlo sin miedo. Porque es tiempo de dejar la hipocresía y hablar claro. No podemos seguir permitiendo que la política sea un espacio solo para oportunistas. La política necesita vocación, compromiso, conocimiento y sentido de país. Y también necesita humildad para reconocer que no todo está bien y que hace falta mucho más que marketing para cambiar las cosas.
Este año, personalmente, decidí hacerme a un lado. No porque no crea en la política, sino porque la respeto demasiado como para prestarme a una farsa sin contenido. Pero que me haga a un lado no quiere decir que deje de trabajar por mi país. Desde el aula, desde el emprendimiento, desde el diálogo y también desde este teclado, seguiré impulsando los cambios que Costa Rica necesita en innovación, educación, reactivación económica y emprendimiento de base territorial.
A los que quieren gobernar, les pido respeto por el pueblo. A quienes van a votar, les pido conciencia, memoria y responsabilidad. Los pueblos más golpeados del país no pueden seguir siendo utilizados como plataforma de campaña. La Zona Sur, la frontera, las comunidades indígenas, los pequeños agricultores, los jóvenes que abandonan sus estudios por falta de oportunidades, los adultos mayores que esperan por un gobierno de verdad, todos merecen respeto. Todos merecen que se les gobierne con seriedad.
La política no es un juego de poder. Es un acto de servicio. Y el que no entienda eso, no merece dirigir ni una junta de vecinos.
Los olvidados también votan. Y esta vez, pueden hacer la diferencia.