He sido testigo, y también víctima, de un fenómeno cada vez más evidente en nuestro país: el surgimiento de ejércitos de troles digitales cuyo único propósito es atacar a quienes se atreven a opinar diferente. Bastó con expresar mis ideas sobre la realidad nacional y mencionar a los innombrables Rodrigo Chaves y Laura Fernández para que apareciera una avalancha de cuentas anónimas, con mensajes coordinados, insultos y desinformación. No buscan debatir ni intercambiar ideas; buscan intimidar, cansar y callar.
Este tipo de manipulación no es inocente. Es una estrategia calculada para controlar la conversación pública, moldear la percepción ciudadana y sofocar el pensamiento crítico. Detrás de esas cuentas falsas hay intereses políticos que temen a una sociedad que analiza, que pregunta, que exige. Cuando la crítica se castiga con odio y burla, cuando se responde a la opinión con ataques personales, dejamos de ser una democracia sana y nos convertimos en un público cautivo de la propaganda.
Las llamadas granjas de troles son la nueva cara del autoritarismo digital. No son ciudadanos opinando; son herramientas de poder. Se esconden tras nombres inventados, fotos falsas y discursos repetidos que buscan dividir y desalentar. Quieren que el ciudadano común, agotado de la agresión, elija el silencio como refugio. Y en ese silencio, el poder gana. Porque cuando el pueblo deja de hablar, el poder deja de rendir cuentas.
Pero opinar sigue siendo un acto de valentía. La libertad de expresión no es un lujo, es un deber cívico. No debemos permitir que nos amedrenten, ni que las redes se conviertan en espacios donde el miedo gobierne la palabra. Hoy tenemos en nuestras manos herramientas como el internet y la inteligencia artificial, capaces de informar, de conectar, de hacer visible lo que algunos quieren ocultar. Depende de nosotros usarlas para construir conciencia, no para repetir consignas.
Quienes intentan silenciar las voces críticas lo hacen porque temen a la verdad. Temen a la reflexión, a la duda, al pensamiento libre. Por eso, cada vez que opinamos, cada vez que denunciamos, cada vez que analizamos con fundamento, ejercemos el poder más temido por los manipuladores: el poder de pensar.
A los innombrables y a sus ejércitos digitales les digo sin temor: nadie me va a callar. Porque en una época donde manipular es fácil, pensar sigue siendo un acto de resistencia. Y Costa Rica necesita, más que nunca, ciudadanos que piensen, que cuestionen y que no se rindan ante el ruido del odio disfrazado de opinión.