En años pasados que no volverán, de seguro; la gente no pensaba y menos acostumbraba botar en plena calle el menaje usado de su casa, no obstante; hoy día, el ciudadano “última generación” lanza sin recato lo que en su hogar ya no sirve, con preferencia sobre los rieles del ferrocarril; sin embargo, hay excepciones; como la de un indigente, el cual con una paciencia Franciscana; junta camas, roperos mesas, puertas, sillas y sillones y muy ordenadamente los coloca al frente de una tienda cerrada, desde hace mucho tiempo; su tarea la cumple con tamaña cabalidad que los deshechos se parecen a un verdadero hogar, pero en una acera; hecho que no llama la atención de nadie, le regalé un vetusto mueblecito de mi casa para completar el “arredramiento” lo recibió en silencio y al mismo tiempo; tal vez por agradecimiento, me entregó un sobre de papel muy en buen estado; que por prudencia abrí en el acto y; comprobé de que contenía un rollito de papel que a la postre identifiqué como un guion de teatro, muy empírico; cuyo protagonista de la obra, sin firma; brincaba de alegría por haber, según él; descubierto un misterioso medicamento, que como una vacuna después de inyectado; lograba la felicidad total del ser humano inmune a cualquier tipo de violencia, por antonomasia y con una pizca de duda me vino a la mente; una excelente obra del Nobel de la Literatura don José Saramago, quien creó un pueblo donde sus habitantes no morían nunca.
Al día siguiente, deseoso de entrevistar a un posible “dramaturgo”; ya había desaparecido junto a su “precario”, que al final de cuentas, no dañaba a nadie, sólo encontré el viejo libro del “Quijote de la Mancha” de un tal Miguel de Cervantes; que estaba leyendo cuando me dio el rollito de papel.
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