La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Astaná el 3 y 4 de julio, marcó un momento crucial para la organización, reuniendo a líderes de diez países miembros: China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Irán y el recién incorporado Bielorrusia. El evento se centró en fortalecer la cooperación multilateral en áreas como: seguridad, economía, cultura y política, reflejando la creciente importancia de la OCS en el escenario geopolítico global
La OCS se fundó en 2001 sobre la base de los Cinco de Shanghái, que surgió luego de que Kazajistán, Kirguistán, China, Rusia y Tayikistán firmaran en 1996 un acuerdo sobre el fomento de la confianza en la esfera militar y la reducción de fuerzas en fronteras comunes. En 2001, tras la adhesión de Uzbekistán, el organismo cambió su nombre a la Organización de Cooperación de Shanghái. Hoy, el valor del comercio global de los miembros de la OCS ha crecido de $667 mil millones en 2001 a $8.04 billones en 2022, según las estadísticas del gobierno chino, cubriendo alrededor del 80% de la masa euroasiática, sumando una población de más de 3.5 mil millones de personas y participando del 32% del PIB mundial, 20% de las reservas de petróleo del mundo y el 44% de su gas natural.
La cumbre de Astaná no solo reforzó la cooperación entre los miembros, sino que también destacó el papel de la OCS como bloque geopolítico y geoeconómico significativo. La inclusión de Bielorrusia y el fortalecimiento de los lazos con países observadores y socios, como Türkiye y Qatar, reflejan la estrategia de expansión y diversificación de alianzas que podrían alterar las dinámicas regionales y globales.
En definitiva, este es un claro ejemplo de cómo en medio del proceso activo de desglobalización en el cual se encuentra nuestra civilización, los regionalismos, y, sobre todo, los enfoques de “regionalismo cerrado” o bloques-membrana, surgen como opción de liderazgo alternativo. La OCS como bloque geopolítico con enfoque en seguridad o los BRICS+ como bloque geoeconómico, irrumpen en el anfiteatro internacional desafiando la otrora hegemonía dialéctica euroatlántica abanderada por un menguante Estados Unidos.
Uno de los logros significativos de esa cumbre fue la finalización del proceso de adhesión de Bielorrusia como miembro de pleno derechos. Esta expansión refleja la intención de ampliar su influencia y fortalecer vínculos en la región euroasiática.
Culminaron con la Declaración de Astaná, documento que reafirma los principios de la organización y establece directrices para futuras cooperaciones en áreas clave como: seguridad, comercio, inversión, energía y la protección del medio ambiente.Complementariamente, aprobaron 25 documentos, incluyendo resoluciones sobre la cohesión en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y otros desafíos de seguridad, haciendo un llamado a mirar la agrupación como una “comunidad con destino compartido”. Se destacó la decisión de designar a Qingdao, China, como la capital cultural y turística de la OCS para 2024-25, subrayando el papel de la cultura en la integración regional.
En cooperación económica y comercial, acordaron intensificar esfuerzos, promoviendo iniciativas para facilitar el comercio y la inversión entre los miembros. La digitalización y el comercio electrónico fueron áreas destacadas, con China liderando varias iniciativas para impulsar la transformación digital en la región, así como la cooperación en conectividad energética, infraestructura de transporte (carreteras y ferrocarriles), desarrollo portuario y tecnología. Un punto clave fue el proyecto de la Ruta de Transporte Internacional Trans-Caspio (TITR) o Corredor Central, que atraviesa China, Kazajistán, el Mar Caspio, Azerbaiyán y Georgia. Recientemente, China, Uzbekistán y Kirguistán también acordaron construir un corredor ferroviario que conecte a los tres países como parte de la iniciativa “la Franja y la Ruta” (BRI). Adicionalmente, frente a los desafíos del cambio climático y los avances tecnológicos, especialmente el auge de la inteligencia artificial (IA), buscan cooperar en la gestión sostenible de los recursos hídricos, fomentar la economía digital y sincronizar gradualmente el sistema aduanero electrónico. Asimismo, aceleran un plan para construir su propia estructura financiera, con la inclusión de mecanismos de pago y el uso de monedas locales en las transacciones comerciales dentro del bloque. En esta línea, el proyecto mBridge chino, que avanza con firmeza, ha sumado recientemente a Arabia Saudita, lo que podría convertirlo a mediano plazo en un análogo de SWIFT.
El sistema mBridge, basado en la cadena de bloques (‘blockchain’) y respaldado por Pekín, permite enviar dinero globalmente sin depender de los canales tradicionales basados en el dólar. La creación involucra al Banco Popular de China, la Autoridad Monetaria de Hong Kong, el Banco de Tailandia, el Banco Central de Emiratos Árabes Unidos y el Centro de Innovación del Banco de Pagos Internacionales.
Como se aprecia con estos resultados, la desglobalización ha llevado a un resurgimiento del interés en formar bloques regionales que puedan actuar de manera autónoma en el escenario global. La OCS, con su enfoque en la cooperación multilateral, representa un modelo de cómo las regiones pueden unirse para abordar desafíos comunes sin depender excesivamente de las dinámicas globales dominadas por las potencias occidentales.
En seguridad, la OCS actúa como un contrapeso a las alianzas militares tradicionales como la OTAN, ofreciendo un foro para la resolución pacífica de conflictos y la cooperación en seguridad. La inclusión de países observadores y socios de diálogo permite a la OCS extender su influencia y abordar amenazas que cruzan fronteras, pero, en definitiva, genera “roce” y “tensión” en el entramado de las relaciones diplomáticas, ya que países etiquetados por occidente como “belicosos” o estigmatizados como contrarios a los principios y reglas de “comunidad democrática”, son los que están planeando nuevas alternativas en el engranaje de desarrollo global. Esos desarrollos forzarán a corto plazo, a que esas fuerzas dicotómicas tengan que sentarse a dialogar para generar un punto de encuentro o “sana distancia”, a pesar de los muy recientes conflictos de intereses en Ucrania, Taiwán o Medio Oriente.
La cumbre de la OCS en Astaná reafirmó la relevancia de la organización en un mundo en constante cambio. A medida que la globalización da paso a un nuevo paradigma de regionalización, el seguimiento y análisis de la evolución de bloques como la OCS serán cruciales para entender las futuras dinámicas geopolíticas y geoeconómicas.