En los últimos años nuestro contexto sociocultural ha experimentado grandes transformaciones (económicas, políticas y culturales) en gran medida el progreso tecnológico, y las nuevas formas de producción industrial y de consumo, como también la incorporación definitiva de la mujer al mercado laboral, y el fenómeno de la globalización.
Estos factores han configurado un entramado social sin precedentes dentro del cual surgen novedosos planteamientos, por ejemplo; los adolescentes de hoy están liberados de las épocas en que se les regañaba en demasía y se les corregía con la faja, aunado al desinterés de los padres y su poca disposición de dejar sus vidas laborales y sociales para dedicar un poco de calidad de tiempo a sus hijos.
El mundo que los jóvenes deben enfrentar, que es gran parte el que nosotros ayudamos a construir. Tradicionalmente los padres, han sido el principal referente en la transmisión de valores, porque asumían la enseñanza de las normas psicológicas que marcan la actitud personal y social de sus hijos.
Mientras tanto, desde el sistema educativo se complementaba este aprendizaje desde su contexto social, ofreciendo los refuerzos necesarios para afianzar la labor familiar, para promover la adquisición de aquellos referentes que determinen una conducta individual y social adecuada que permita al sujeto formar parte de una sociedad justa y respetuosa.
Esto supone un riesgo para la sociedad porque los valores son imprescindibles y la actual crisis que vivimos, nos obliga a fortalecerlos para que la influencia cultural no los perjudique, ya que los principios éticos y morales que regían hasta no hace mucho el comportamiento de las personas están en decadencia.
La adolescencia es una etapa en la que se está dejando de ser niño, pero en la que aún no se es adulto, aunque se comienzan a dar los primeros pasos para una independencia y en donde se pasa por ese ineludible período de rebeldía contra los padres, las reglas y todo lo establecido.
Sin duda alguna vivimos en tiempos de incertidumbres, desfallecimientos, y de desencantos en donde muchos jóvenes en Costa Rica y el mundo, no necesitan una lista de valores abstractos a conquistar sino personas concretas que encarnan esos valores, personas concretas que les sirven de señales para descubrir el verdadero camino.
Esta claro que el mundo ha evolucionado demasiado en poco tiempo, y el no trabajar o conseguir empleo posibilita la aparición de todos los vicios, malos hábitos, y malas compañías, etcétera lo que hace necesario la revisión de este modelo de desarrollo en una sociedad con una población en crecimiento.
Esto explica de alguna manera la rebeldía y apatía de la juventud que ve en esas barreras una sociedad que se caracteriza por la competitividad, rentabilidad y tendencias individualistas en vez de colectivas, que provocan solamente y a cualquier precio el bienestar personal por encima de la dignidad del sujeto como modelo social.
Finalmente, los jóvenes se enfrentan ante una confusión de valores de muy difícil comprensión. Estudiar para prepararse para un futuro, trabajar para lograr la satisfacción de lo que pueda necesitar, ha dejado de ser, en gran parte, un horizonte pensable y deseable. La inestabilidad del tiempo que se vive, reflejada en la pantalla, invade su vida y colorea su pensamiento.
—
Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.
