En 1933 cuando Hitler se postuló como canciller de la República de Weimar nadie pensó que su discurso lleno de odio y antisemitismo fuese suficiente para ganar la contienda y colarse en el máximo puesto político que un alemán podía aspirar, sorprende aún más el hecho de que el Führer, como se auto-proclamaría posteriormente, ni siquiera era alemán, su nacionalidad era austriaca.
La retórica de Hitler si bien era su insumo principal, los factores que más jugaron a su favor fueron el uso del terror, y sobretodo la manipulación del miedo: Alemania venía de perder La Gran Guerra (1914-1918); de enfrentar serias sanciones en el tratado de Versalles firmado el 28 de junio de 1919, donde se le condenaba como única culpable de la guerra; y de una crisis que había devaluado su moneda al punto que para ir a comprar pan se tenían que llevar canastas para cargar el dinero en 1929. Aunado a esto, la paranoia causada por las grandes hambrunas que Stalin había provocado en Ucrania donde murieron por inanición 3 millones de personas, daba la sensación que podrían acercarse a los alemanes; y con una fuerza militar reducida al mínimo, la sensación de amenaza estaba latente y a la orden del día.
Hitler sabía que los alemanes le temían a dos cosas: al hambre y al comunismo; el Führer mezcló su discurso contra el bolchevismo con antisemitismo, culpando a los judíos de los males alemanes y acusándolos de asociarse al comunismo; a esta fusión la llamó “judeo-bolchevismo”. Por ende él hambre, la amenaza de invasión y el comunismo era culpa de la minoría judía de Alemania, representada solo por el 0,77% de su población total. Había que expulsarlos de Alemania.
Este manejo del temor como retórica constructiva y la búsqueda de culpables de los males de la nación en agentes externos para lograr unidad nacional, son bien sabidas por los caudillos que utilizan el odio como carburador de sus políticas. Trump sabía que ante el resurgimiento de la amenaza de la Yihad en el Medio Oriente y su incursión en Europa, sus coterráneos respiraban temor y angustia ante un posible nuevo 11 de septiembre. El avance del Estado Islámico por Irak, Libia y Siria, además de los grupos como Boko Haram que daban su afiliación al grupo terrorista, sumó cientos de miles de votos para el Republicano.
Además de esto, las graves cuotas de desempleo que viven los estadounidenses fueron manejadas por Trump y sus acólitos para culpar a un elemento “subversivo” y que ante la “América blanca y confederada”, representaban el mayor problema para conseguir trabajo: los inmigrantes. Principalmente de mexicanos que, según los señalamientos del ahora presidente de los Estados Unidos, “nos están matando económicamente”, además siguió diciendo qué “México manda a su gente pero no manda lo mejor. Está mandando a gente con un montón de problemas. Están trayendo drogas, el crimen, los violadores (…)”. Por increíble que nos parezca fue con estos postulados que desde el 20 de enero del 2017 la Oficina oval y la Casa Blanca está presidida no por un político, estadista o diplomático; sino por un empresario ávido de poder, sin la más mínima experiencia en el manejo de crisis y amenazas bélicas, de alguien acostumbrado a alzar los decibeles cuando se le antoja lograr algo. Trump será el comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo, y además el representante de su país en reuniones tan importantes como la del G8, o mediador en conflictos tan delicados como el palestino israelí. Aunque Netanyahu afirmó que “El presidente electo Trump es un verdadero amigo del Estado de Israel y espero con ansias trabajar junto a él en cuestiones de estabilidad, seguridad y paz en la región” no será de ninguna manera un buen consejero o socio en cuestiones de geopolítica y búsqueda de paz.
Más allá del discurso de Trump -y de sus posibles implicaciones en la estabilidad mundial- y de las comparaciones que se hagan con la Alemania nazi y Adolf Hitler, queda un enorme sinsabor de que los ciudadanos de la primera economía mundial, y la mayor potencia nuclear, haya votado por un candidato a todas luces megalómano, misógino, xenófobo y racista, como abiertamente y sin pudor lo expresó Trump en plena campaña.