En medio del funeral del papa Francisco, el primer pontífice jesuita, el primer latinoamericano en ocupar la silla de Pedro, el mundo católico —y más allá de él— se detiene a reflexionar sobre el legado de un líder que rompió moldes y desató emociones. Francisco fue, sin duda, el Papa de los pobres, de los migrantes, de los descartados del sistema. Un pastor que eligió el nombre del santo de Asís no por azar, sino como declaración profética de su misión.
Su papado estuvo marcado por una cercanía sincera con los sectores más vulnerables, por una opción preferencial por los marginados y por un lenguaje sencillo, comprensible, incluso para los alejados de la fe. Supo hacer de la ternura un acto político y de la misericordia un programa pastoral. Despertó simpatías más allá del mundo católico, incluso en ámbitos seculares.
Fue amado por su humanidad, por su coherencia personal, por su sonrisa que conquistaba.
Sin embargo, a la vez que fue un Papa que inspiró, también fue un Papa de claros límites. En temas como el divorcio, el celibato sacerdotal, el acceso de las mujeres al ministerio ordenado o la plena inclusión de los creyentes homosexuales, sus posturas se mantuvieron en el margen de lo simbólico. Las reformas en estos terrenos, más que sustanciales, fueron gestuales, reflejando intenciones antes que decisiones doctrinales. Su opción fue la del discernimiento, no la de la ruptura.
Francisco fue un Papa de transición. Abrió caminos, dejó preguntas en el aire y generó tensiones dentro de una Iglesia que aún lucha por entender su lugar en el mundo contemporáneo. Su pontificado no cerró ciclos, sino que sembró posibilidades.
Hoy, mientras se apagan las luces del Vaticano para rendirle el último adiós, su figura queda inscrita como la de un líder profundamente humano, profundamente cristiano. No hay duda de que se seguirá la tradición de sus últimos antecesores y será declarado santo con rapidez.
Un Papa amado, sí, pero también un Papa que, como todo ser humano, deja asuntos sin resolver.
La historia sabrá juzgarlo con la perspectiva que dan los años. Por ahora, queda el testimonio de un hombre que quiso hacer de la Iglesia una casa abierta, aunque a veces las puertas no se abrieron del todo.
Descansa en paz papa Francisco. Fuiste consecuente en tus ideas.