Sentados en círculo, al calor de una hoguera, ya los primeros humanos de la prehistoria se integraban para organizarse, para compartir sus experiencias, para hacer planes y transferir conocimientos de una generación a otra. La conexión humana, la empatía y la comprensión fueron y son fundamento del trabajo colaborativo y fermento de las ideas más sobresalientes, desde obras de arte revolucionarias, hasta hallazgos científicos visionarios.
Hoy, pese a la vertiginosa velocidad de la digitalización y el trabajo a distancia, sigue existiendo esa necesidad primigenia de crear comunidad, de aprender y enseñar, porque la experiencia humana es eje de nuestro bienestar.
Para nadie es secreto que el intercambio netamente virtual es incapaz de reemplazar la experiencia de integrarnos físicamente como equipo. En este sentido, la “nueva normalidad”, mediada por el intercambio a distancia, debe contemplar también salidas para satisfacer la natural urgencia de unirnos personalmente para alcanzar metas y objetivos.
Por otra parte, quienes tienen la fortuna de contar con un entorno ideal para hacer su trabajo desde casa, tienen mayor factibilidad de alcanzar un nivel de productividad deseado, sin embargo, esa no es la condición de muchas personas que trabajan desde sus hogares.
Bajo este contexto, las organizaciones estamos frente a dos requerimientos: uno es satisfacer la necesidad emocional de los colaboradores de trabajar en grupo; el otro, es brindarles adecuadas condiciones infraestructurales y espaciales para hacer sus tareas.
¿Qué pasa entonces, cuando el trabajador cuenta con las facilidades para reunirse físicamente con su equipo? ¿Qué sucede si las empresas liberaran a sus colaboradores del agobio de una soledad no solicitada, en la cual, el trámite de los encuentros virtuales se reduce al escenario de programar reuniones, silenciar micrófonos y esperar el turno mientras la mente verdaderamente está centrada en la preparación del próximo almuerzo en casa?
A través de nuestra experiencia en WeWork, hemos advertido que la mayoría de las organizaciones que han dado un exitoso paso adelante en cuanto a la modalidad virtual, están claras en dos aspectos: en primer lugar, que no hay necesidad de volver al acartonado modelo de oficina centralizada y, en segundo, que un buen colaborador puede ser productivo en cualquier lugar si cuenta con condiciones para desempeñarse, ya sea contar con una sala de reuniones cómoda y luminosa para intercambiar opiniones; o una conectividad que lo libere de la ansiedad de sufrir un servicio de internet inestable.
En WeWork sabemos que, de la vasta experiencia investigada tras el obligado “trabajo en casa” que muchos colaboradores vivieron en el 2020, la limitación del intercambio humano y el confinamiento de los trabajadores a su espacio doméstico causó gran ansiedad, depresión y estrés, algo que no pasó inadvertido para líderes organizacionales sensibles que se preocupan por la salud mental de sus colaboradores.
El mayor aporte que los líderes organizacionales pueden hacer por los trabajadores es devolver la “humanidad” al espacio laboral, sin perder de vista las oportunidades que ofrece una virtualidad gestionada con inteligencia y propósito. Los tomadores de decisión tienen la alternativa hoy de poner su atención sobre las personas, permitirles intercambiar opiniones y puntos de vista en un entorno controlado y óptimo para el trabajo cara a cara, tal como lo puede ofrecer un espacio colaborativo dotado de las mejores condiciones infraestructurales para garantizar un alto desempeño laboral.
Sin duda, es momento ideal para dar ese salto cualitativo a un modelo híbrido y flexible en el cual el trabajo virtual no pierda su intrínseco sentido social. La conexión humana es mayor cuando las partes salen de sus entornos particulares y viven una experiencia colectiva, cuando los colegas se retan naturalmente a brindar lo mejor de sí como resultado de una interacción directa.
Es claro que el entorno de trabajo actual ya no es lo que solía ser, la vida laboral de hoy es más que eso, es una página en blanco para dejar plasmado el potencial de un modelo de desempeño híbrido capaz de maximizar las oportunidades tecnológicas en favor de la productividad, la eficiencia y el desempeño; pero capaz también de abrazar nuestra naturaleza humana colectiva, hacer de la empatía una experiencia de aprendizaje y de la interacción humana una posibilidad de progreso constante.
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