El día de ayer 28 de abril de 2025, los canadienses acudieron a las urnas en una de las elecciones parlamentarias más decisivas de las últimas décadas. Hasta hace apenas unos meses, se proyectaba un cambio contundente en el rumbo político del país. La aplastante ventaja que los sondeos atribuían al Partido Conservador de Pierre Poilievre parecía anunciar una nueva era largamente esperada. Sin embargo, en una vuelta inesperada del destino, el Partido Liberal, liderado ahora por Mark Carney, logró reponerse y consolidarse como el vencedor. La famosa advertencia de George Santayana resuena hoy con especial fuerza: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.
Canadá no llegó a esta elección como una hoja en blanco. Los últimos años bajo gobiernos liberales dejaron huellas profundas: una crisis de asequibilidad que elevó el precio de la vivienda a niveles históricos, una sobrecarga de los servicios públicos frente a una inmigración masiva mal gestionada, y un impuesto al carbono que golpeó especialmente a la población de clase media y baja del país norteamericano. Todo esto desembocó en una insatisfacción creciente que, para finales de 2024 y principios de este 2025, parecía incontenible. Muchos canadienses, cansados de promesas incumplidas y de políticas que no resolvieron sus preocupaciones más básicas, buscaban un cambio real. En ese contexto, el liderazgo de Pierre Poilievre parecía ofrecer una alternativa sólida.
Sin embargo, la política, como la historia, es de vez en cuando caprichosa. La salida de Justin Trudeau y la llegada de Mark Carney ofrecieron a los liberales una imagen de renovación interna que hizo que muchos canadienses volvieran a confiar rápidamente en el partido. Además, actores externos como la guerra comercial y las controvertidas declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump insinuando una anexión de Canadá como un posible Estado #51, alteraron las prioridades del electorado. En este nuevo clima de tensión internacional, la defensa de la soberanía nacional pasó a primer plano, y Carney (con su perfil de estadista moderado y experiencia financiera) supo capitalizar ese sentimiento; presentándose como un garante de la estabilidad frente a amenazas externas. Esto a pesar de que Poilievre también fue muy contundente y sostuvo una postura firme en defensa de Canadá y se ha manifestado abiertamente en contra de las amenazas y políticas de Trump.
En paralelo, el proyecto político de Pierre Poilievre proponía soluciones claras a muchos de los problemas que aquejan a Canadá desde hace años. Su programa se resumía en cuatro ejes fundamentales: “Axe The Tax” (eliminar el impuesto al carbono que encareció la vida de millones), “Build The Homes” (construir más viviendas para aliviar la crisis inmobiliaria), “Fix The Budget” (reparar el déficit fiscal que arrastra el país desde hace varias administraciones), y “Stop The Crime” (combatir el aumento de la criminalidad que preocupa a tantas comunidades). No obstante, en un contexto dominado por temores externos y llamados a la unidad nacional, este plan de reconstrucción interna no logró movilizar al número de votantes que muchos proyectaban. Aunque su enfoque respondía directamente a necesidades palpables de la ciudadanía (como el acceso a la vivienda, el costo de vida, la seguridad y la responsabilidad fiscal), la narrativa del momento terminó favoreciendo a quienes ofrecieron continuidad y firmeza ante amenazas externas, más que transformación estructural interna.
Así, la que parecía ser una oportunidad histórica para corregir errores del pasado y trazar un nuevo rumbo, terminó diluyéndose. No por falta de propuestas, sino porque las circunstancias, imprevisibles como a menudo lo son, modificaron las prioridades en un muy corto plazo.
Más allá de simpatías políticas, resulta inevitable sentir una cierta decepción. No porque la democracia haya “fallado” (al contrario, los canadienses acudieron a las urnas en paz y con el deseo sincero de construir su futuro), sino porque, una vez más, las lecciones del pasado parecen haber sido relegadas al olvido.
Canadá enfrenta enormes desafíos: el encarecimiento del costo de vida, la saturación de sus ciudades, las tensiones sociales, y la necesidad urgente de reencauzar su crecimiento económico de forma sostenible. Queda por ver si quienes han recibido la confianza de los votantes lograrán corregir las rutas equivocadas o si, como tantas veces enseña la historia, se repetirá el ciclo de errores que ya se había prometido superar.
La esperanza en el cambio es legítima, pero la memoria es imprescindible para que ese cambio no sea apenas una ilusión pasajera.
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El autor es estudiante universitario del Bachillerato Bilingüe en Relaciones Internacionales en la Universidad Latinoamericana de las Ciencias y la Tecnología (ULACIT).