Las contraculturas son simulacros de mundo. Un romano culto de tiempos de Séneca jamás hubiera creído que una secta de chusma zarrapastrosa acabaría dominando el mundo durante siglos.
Pero no nos vayamos tan atrás, movámonos unos milenios: Rennie Davis era ese individuo desaliñado que se desnudaba y abogaba por la paz y el amor mientras las clases trabajadoras se hacían un pudín de sangre en Vietnam. Actualmente, Rennie Davis es un referente del capitalismo progresista que combina la superchería new age con los negocios y las narrativas de motivación.
Acá, no hace mucho, la prensa oficialista y una buena parte de las élites políticas y académicas solían descalificar a quienes participaban en las movilizaciones contra la reforma fiscal y contra el acuerdo con el FMI.
Les reprochaban su modo visceral y violento a la hora de interpelar a esa guaria morada etérea que conocemos como “la institucionalidad costarricense”.
Les reprochaban su incapacidad de observar normas básicas de sintaxis y ortografía.
Les reprochaban sus rezos en medio de un bloqueo.
Les reprochaban su sobrepeso, sus dirigencias añosas, sus dentaduras apocadas.
Les reprochaban, sin más, sus formas.
Sucede que esos hombres y mujeres, de cierto modo, protagonizaban una suerte de Combo polo, un Combo gacho. Y eso, por supuesto, no le gustaba a la prensa oficialista y a una buena parte de las élites políticas y académicas.
¿Por qué?
Probablemente porque les aterraba la posibilidad de que esos hombres y esas mujeres, más temprano que tarde, terminen ocupando puestos de poder, convocando cadenas de televisión, pagando consultorías, redactando carteles de licitación, decidiendo pauta publicitaria y girando órdenes de gasear y garrotear manifestantes.
La gente como yo, hace veintiún años, comenzaba sus estudios universitarios y participaba entusiastamente de las protestas contra el proyecto del Combo. La gente como yo, hace veintiún años, le aplaudía a Ottón Solís cada vez que llegaba al pretil con saco, corbata y botas amarillas. La gente como yo, hace veintiún años, jamás imaginó que los compas que se topaba en los bloqueos constituían la pupa ominosa de la que surgirían las larvas que hoy dirigen el país: la prensa oficialista y una buena parte de las élites políticas y académicas.
En ¡Que viva la música!, Andrés Caicedo se refiere a su generación en estos términos: “Todo estaba innovado cuando aparecimos. No fue difícil entonces, averiguar que nuestra misión era minar los cimientos de esta sociedad”.
Hace veintiún años distábamos de tener tan iconoclastas pretensiones: bastaba una canción de Silvio, una birra en Taurus, Ice sí, Combo no y poner a Marx a jugar hacky y a repartir condones rosados frente a Catalonia.
Es más, éramos tan ingenuos que escuchamos la misma música que nuestros profesores y les obedecimos en todo. Leímos sus libros y nos embriagamos con sus historias de dudosa militancia.
Nos dijeron que el país estaba mal y nosotros, desde nuestro rabioso confort, les creímos.
Nos dijeron que debíamos centroamericanizarnos y nos centroamericanizamos. Nos dijeron que debíamos acabar con el bipartidismo y pusimos al PAC en el poder.
Es un hecho: nos faltó cancha, nos faltó ser como Caicedo.
—
Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.
