Por Subel Bhandari y Pratibka Tuladhar (dpa)
Katmandú, 28 abr (dpa) – Prabhat Samphang busca febrilmente un toldo… y también un poco de paz interior. Bajo sus pies volvió a temblar hoy la tierra, mientras del cielo caía una fuerte lluvia. No se atreve a regresar a su casa en la capital nepalí Katmandú, por miedo a que se venga abajo.
“Ahora tengo que pagar 5.000 rupias (unos 50 dólares, 45 euros) por una lona, cuando normalmente costaría sólo unos cientos de rupias”, cuenta. En medio del debastecimiento, el mercado negro se ha disparado.
Como la mayoría de los nepaleses Shamphang no se había hecho con una lona antes del sismo, pese a que su país se sitúa en la frontera de dos placas tectónicas y los sismólogos llevaban advirtiendo del peligro de un gigantesto terremoto desde hacía años.
En la mayoría de las casas tampoco había una despensa de provisiones de emergencia como latas de conserva, ni tampoco palas ni pastillas potabilizadoras de agua.
Es más, con frecuencia las viviendas están construidas con sencillos ladrillos u hormigón de mala calidad y por consiguiente extremadamente frágiles.
Samphang tampoco recibió lonas del gobierno. Incluso los funcionarios reconocieron que no estaban preparados para el sismo. “No hay duda: nos falta de todo”, reconocía Laxmi Dhakal, portavoz del Ministerio del Interior. En todo el país se agotan las reservas de alimentos y agua. “El gobierno está bajo una enorme presión porque la demana de la gente es muy alta, pero nuestros recursos son limitados”.
Algo en lo que está de acuerdo el mismo ministro del Interior, Bam Dev Gautam. “No tenemos medios suficientes y necesitamos más tiempo para llegar a todos”, señaló.
E incluso cuando hay recursos, la movilización es un obstáculo. La mayoría de la gente tiene demasiado miedo a abrir tiendas o fábricas, lo que daría salida a algunos suministros.
En algunas zonas la policía está distribuyendo agua con sus propios coches, mientras se forman largas colas frente a las pocas gasolineras abiertas.
Pero en muchos lugares la gente no puede esperar. Rajendra B.K. cuenta que su localidad natal Sindhukot, en el distrito de Sindhupalchok está completamente destrozada. “Pero el gobierno no ha enviado equipos de rescate allí, hemos tenido que llevar nosotros mismos los heridos a Katmandú”, cuenta. Su tío murió bajo los escombros de su casa.
El gobierno tenía presente la prevención contra catástrofes, señalan cooperantes internacionales. En Nepal cada 16 de enero se celebra el día nacional de la seguridad contra terremotos, una jornada en la que ONG y algunos funcionarios del gobierno salen a las calles a repartir folletos en los que se explica cómo hay que correr a un espacio abierto en caso de terremoto. Pero la mayoría de los habitantes de Nepal no sabían cómo prepararse para una catástrofe de este tipo o qué hacer después de la huida.
Tampoco el único aeropuerto internacional de Nepal estaba preparado, hasta el punto de que ha tenido que rechazar aviones cargados de ayuda. Tampoco pueden salir de Nepal quienes lo desean. “Trabajamos en turnos de entre 12 y 16 horas”, cuenta un controlador en condición de anonimato. “Sencillamente el aeropuerto no tiene capacidad para atender a tantos pasajeros”. Con frecuencia los ocho aviones que puede acoger el aeropuerto vuelan en círculo sobre el país esperando permiso para aterrizar.
Nepal pensó en tomar precauciones pero nunca las tomó, resume Kunda Dixit, periodista del diario “Nepali Times”, que ahondó en profundidad en la cuestión de la gestión de catástrofe y el desarrollo sostenible.
Incluso en tiempos normales, Nepal, un país que lleva desde hace años con un gobierno inestable, no tiene suministro eléctrico las 24 horas del día. “Un desastre de esta dimensión sería un reto para cualquier gobierno del mundo, pero especialmente para un pobre país montañoso sin grandes recursos y apenas carreteras”, opina Dixit.