Por Raquel Miguel (dpa)
Madrid, 26 feb (dpa) – Televisiones apiladas que proyectan imágenes de cuerpos en denuncia de la prostitución, esculturas enigmáticas de bricolage tecnológico, cómics que censuran el racismo o una ilusión de pintura derramada… así de diversas son las propuestas de Colombia, el país invitado este año en la feria de arte contemporáneo ARCOmadrid en la capital española.
Una diversidad de propuestas para “resistir el impulso de encontrar una línea común” de “colombianidad”, explica en entrevista con dpa Juan Andrés Gaitán, el curador colombiano encargado de seleccionar a las 10 galerías -ocho de Bogotá, una de Medellín y otra de Cali- y los 20 artistas para representar al país invitado en la sección ArcoColombia. La feria, que abrió el miércoles sus puertas, continúa hasta el domingo.
“El punto de partida fueron los artistas”, explica Gaitán, que ha seleccionado a un grupo de creadores jóvenes (de entre 20 y principios de los 40 años) que aún no han tenido una proyección más internacional y que “muestran un arte muy diferente de lo que se acostumbra a ver de arte colombiano, menos en línea con temas políticos y sociales que las generaciones anteriores”.
“El arte colombiano se lee muy comúnmente a través de ciertos paradigmas estéticos y hay una gran generación operando en sentidos diferentes”, cuenta el curador, que actualmente dirige el Museo Tamayo de Ciudad de México.
“Que Colombia sea un país que vive violencia y narcotráfico no quiere decir que no se pueda hacer arte sobre otras cosas. Hay quienes investigan más el individuo, la sociedad, la mujer o temas centrales que no caben en esas grades alegorías de la violencia”.
Es el caso de Jorge Magyaroff, que propone en ARCOmadrid llamativas instalaciones pictóricas de colores en el stand de la galería El Museo, con una pulsión más interna sobre el proceso de creación artística; o de Ícaro Zorbar, que en la galería Casas Riegner expone una instalación en la que una cinta pasa frente a un ventilador al tiempo que suena una ópera, un reflejo de lo que Gaitán llama “bricolaje tecnológico”. “Es la tecnología que llega a Colombia de forma fragmentada y retrasada, llegan las piezas y cada cual va armando su instrumento”, explica Gaitán.
Pero ello no significa que esos nuevos artistas no tematicen el conflicto y la violencia, sino que muchos lo hacen desde una narrativa actualizada. “Toca buscar nuevos esquemas o paradigmas para entender la realidad actual de la violencia, que no es la misma que la de hace años. Hay que hablar del conflicto pero en términos actualizados para que el conflicto no vaya más rápido que nosotros”, señala el curador. “Ha cambiado la violencia urbana, la relación con el cuerpo y muchas otras cosas”.
Y en esa dirección apuntan propuestas como la de Carolina Caycedo, que proyecta en el espacio de la galería Instituto de Visión un mural sobre la construcción de la represa en el valle del río Magdalena, “un fenómeno brutal que genera una enorme destrucción, pero totalmente legal porque es un proyecto del Estado”.
También el artista de Medellín Pablo Gómez explora sobre la destrucción con su propuesta de una empresa de demolición que creó de verdad para hacer una alegoría del progreso en torno a la pregunta: ¿Cuánto hay que destruir para construir y progresar?
O de Edwin Sánchez, que en su obra que puede verse en la galería Valenzuela Klenner presenta una pieza sobre la prostitución de menores en el barrio de Santa Fe en Bogotá, donde convergen guerrilleros, narcos, policías o civiles y donde se cierra los ojos ante esa realidad. El artista opta sin embargo por una perspectiva diferente: la de la convergencia demográfica que genera la prostitución en ese barrio de la capital colombiana.
Otro de los artistas que trabaja sobre una lectura actual de la violencia es Iván Hurtado, de La Oficina, de Medellín, que en su obra “Cómo construir una ciudad abandonada” se adelanta a las negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla reflexionando ya sobre el posconflicto con una serie de trabajos sobre las minas antipersona, que representa en formatos de colores.
“Es una reflexión sobre qué ocurrirá después, porque tendrán que decir dónde estás esas minas”, cuenta a dpa el artista, con una amplia trayectoria en la que ya ha tratado otros aspectos del conflicto en Colombia.
Interesante es también la obra “Darktown” de Liliana Angulo, que edita cómics estadounidenses del siglo XIX tapando con bloques de color comentarios que considera racista en una forma de censurar también el racismo en Colombia.
Un tema muy diferente al de la artista Suntuosa, que propone pornografía en hilos en la galería Doce Cero-Cero, o de Adriana Marmorek, que quiere “destejer el concepto equivocado del amor y reinventarlo”, según explica a dpa en el estand de LA Galería de Bogotá.
Un ambicioso proyecto que lleva a cabo a través de una máquina que capta a tiempo real mensajes de las redes sociales que contienen la palabra “amor” para imprimirlos y destruirlos ante los ojos del público.