En las sociedades machistas, el cuerpo de las mujeres es percibido como un objeto para el entretenimiento y el disfrute de los hombres. Cuando una mujer, que puede ser desde una niña hasta una adulta mayor, es cosificada de esta manera, se atenta contra su dignidad y se le violentan una serie de derechos. Su condición humana en todas sus dimensiones queda reducida a un cuerpo, o a partes de éste.
La violencia sexual hacia las mujeres se expresa de diferentes formas: abuso sexual, acoso sexual callejero, hostigamiento sexual en el ámbito laboral y de estudio y la violación, las que deben comprenderse como producto del lugar de supuesta inferioridad en las mujeres y lo femenino son ubicadas en nuestras culturas patriarcales.
Según diversos estudios realizados, estas expresiones de violencia sexual están motivadas fundamentalmente por un asunto de poder, y no necesariamente por atracción o deseo sexual. El móvil es la sensación de poder resultante de abusar, acosar o violar a la víctima, por degradar o humillar a quien se percibe como inferior y al servicio del propio placer.
Un elemento de suma importancia a destacar, es que este tipo de conductas se han considerado tradicionalmente como naturales o propias de los hombres, que son quienes incurren en éstas la inmensa mayoría de las veces. Esto, a su vez, está en relación con la idea de que son las mujeres las que deben de cuidarse para evitar ser víctimas de alguna de estas formas de violencia, y a que se consideren muchísimas veces responsables cuando resultan serlo.
Sin embargo, un número importante de investigaciones indican que es el aprendizaje social el que da origen, por lo menos en la mayoría de los casos, a este tipo de conductas. En otras palabras, esto quiere decir que la violencia sexual hacia las mujeres no es innata en los hombres, sino que responde a la forma en que aprendemos a concebir a las mujeres y a lo femenino en nuestras sociedades. Al no tratarse de algo innato, la responsabilidad por una conducta sexualmente violenta hacia una mujer debe depositarse totalmente en quien la comete. Si es algo aprendido, puede ser desaprendido.
Lo anterior evidencia la importancia del replanteamiento a fondo que los medios de comunicación deben hacer con respecto a la forma en que exponen o utilizan el cuerpo de las mujeres, en términos de los estereotipos sexistas que podrían estar reforzando. Deben asumir una postura ética y responsable con respecto al impacto que esto tiene en la vida de las mujeres.
Durante la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en 1995 en Beijing, China, se reconoció como primordial el papel que tienen los medios de comunicación en la erradicación de los estereotipos de género presentes en el imaginario colectivo de nuestras sociedades, y que están en la base de las múltiples formas de discriminación y violencia que las mujeres sufren cotidianamente.
Algunas de las recomendaciones que se derivaron es que los medios de comunicación incorporen en enfoque de género en su quehacer, y la igualdad de género como un asunto al que hay que prestar especial atención dadas sus profundas implicaciones sociales. También, la divulgación de los roles no machistas que ejercen las mujeres en términos de la diversidad de contribuciones que realizan a la sociedad.
Como ciudadanía, es nuestra responsabilidad exigir a los medios de comunicación un accionar respetuoso de la dignidad humana; en todos los sentidos y hacia todas las personas. Debemos asumir el poder que está en nuestras manos de aportar al mejoramiento continuo de nuestra sociedad.
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