En lo que fue una de las tomas de posesión más mediáticas en los últimos años, casi pasó desapercibido que Donald Trump firmó un número récord de decretos presidenciales e inició una política comercial que ha intensificado la tensión global. Dentro de esas políticas se encuentran el aumento de aranceles con países con los que tiene déficit comercial, la renegociación de tratados comerciales para buscar condiciones más favorables, incentivos fiscales para empresas nacionales, la revisión de prácticas comerciales desleales con otros países y otras medidas que dicen buscar reducir la dependencia de otros países en áreas críticas para la seguridad nacional y promover la industrialización y el desarrollo tecnológico nacional. Estas medidas, que buscan “repatriar” los capitales estadounidenses, se suman a la utilización de los aranceles aduaneros como herramienta de persuasión ante conflictos diplomáticos.
Ante este escenario, es oportuno plantearse la necesidad de desarrollar una estrategia que permita a un país como Costa Rica impulsar un modelo económico que diversifique las relaciones comerciales y una economía con fuerte arraigo industrial.
Dependencia comercial con Estados Unidos
Al ser Estados Unidos nuestro mayor socio comercial, no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que estas medidas no lleguen a impactar nuestra economía. Recordemos que «si Estados Unidos estornuda, a Costa Rica le da gripe». Según estimaciones a octubre de 2024, la balanza comercial con Estados Unidos de ese trimestre registró el primer superávit desde 1987, aunque el balance de los últimos años es negativo. Ya sea que este superávit se mantenga o no, el gobierno estadounidense revisará a detalle la relación comercial con todos sus socios, pudiendo tener efectos adversos para nuestro país. Esto sin contar los beneficios fiscales que podrían desincentivar la inversión extranjera en el país. Según un estudio de The Economist, Costa Rica es el segundo país con mayor vulnerabilidad a estas políticas.
Es saludable que un país busque que su economía sufra los menores riesgos posibles ante los cambios políticos en el mundo. El modelo económico costarricense ha estado centrado en la atracción de inversión extranjera directa (IED) y la exportación de bienes y servicios, aprovechando la dinámica económica que premiaba aquellas jurisdicciones que ofrecieran incentivos fiscales. Pues bien, conviene tomar las nuevas dinámicas económicas y geopolíticas como una oportunidad para, al igual que en la década de los 90, ajustar nuestra economía y reducir su vulnerabilidad.
Tendencia mundial al proteccionismo e integración por bloques
Con el nuevo gobierno estadounidense promoviendo una fuerte inversión doméstica y la repatriación de capitales, así como potencias globales respondiendo a las órdenes ejecutivas de Trump con la imposición de medidas arancelarias fuera del marco multilateral de comercio, se consolida una tendencia al proteccionismo, es decir, a priorizar los mercados e industrias locales. Esta tendencia se verá fortalecida gracias a otra tendencia política: la contracción del mundo en grandes bloques geopolíticos .
Para nuestro caso aparece un posible socio comercial natural que hemos descuidado y que podríamos aprovechar. América Latina es una de las regiones más ricas en recursos naturales del mundo y, junto a su creciente desarrollo, representa una oportunidad única para la integración regional. Argentina, Bolivia y Chile, por ejemplo, conforman el llamado “triángulo del litio” con más del 50 % de las reservas mundiales de este mineral, tan importante para la industria tecnológica actual. Venezuela posee un 18 % de las reservas mundiales de petróleo, esperando ser explotado. Brasil, por su parte, el gigante agrícola que está en un muy buen momento económico, es también uno de los que aboga por la integración económica de la región latinoamericana.
Algunos de estos países están en una situación de dependencia y fragilidad económica con Estados Unidos, muy similar a la nuestra. Para muestra, la guerra de aranceles que sufrió Colombia por una diferencia migratoria, que pudo haber ocasionado un impacto devastador en esa economía en un corto plazo, en un sector económico clave como el floricultor.
Esto abre la oportunidad de impulsar una agenda de integración económica en la región que, principalmente, ayude a aliviar y prevenir los impactos que tendrán en nuestras economías estas medidas comerciales. Además, seguiría en consonancia con la conformación de bloques comerciales en el mundo, que permiten realizar negociaciones más favorables para nosotros, como en el reciente tratado de libre comercio entre MERCOSUR y la Unión Europea.
¿Hacia dónde debe apuntar Costa Rica?
En la época de posguerra en Costa Rica, optamos por un modelo de sustitución de importaciones que evidenció los efectos negativos que tiene el proteccionismo excesivo, la dependencia total de subsidios del Estado y la falta de diversificación de nuestra industrialización. Al centrarse en sectores cercanos a las esferas de poder de ese momento, no se permitió una industrialización robusta. Con la crisis económica de los 80, optamos por el modelo de IED que ayudó a atraer multinacionales y desarrollar sectores de alto valor agregado, pero que ha resultado en una casi nula transferencia tecnológica, la creación de una economía paralela (la economía de zonas francas) que crece distinto al resto de la industria nacional, fuga de capital que se genera localmente y la acentuación de la desigualdad en el país.
Costa Rica debe apostar por un modelo de industrialización que permita reducir la vulnerabilidad económica del país y, a su vez, consolidar un crecimiento económico que se traduzca en desarrollo, que parecen similares, pero no son lo mismo. No obstante, los anteriores intentos, como el modelo de sustitución de importaciones, han dejado claro que, para que un país pueda llevar con éxito un proceso de este tipo, se debe establecer un plan estratégico que sea medible en el tiempo, que genere información para la toma de decisiones de política pública y que permita reforzar o sustituir las medidas según lo demanden los resultados obtenidos en un período de tiempo determinado.
Esta estrategia para la industrialización también debe considerar un modelo de detección de industrias potenciales para que el Estado tenga seguridad de que la inversión realizada en determinadas políticas en favor de dichas industrias siga criterios técnicos y de alta probabilidad de éxito. Asimismo, debe incluir una base de financiamiento sostenible y que suponga la menor carga posible en las finanzas públicas, lo que podría lograrse mediante el redireccionamiento de los recursos de la banca estatal que, en vez de seguir criterios comerciales para el otorgamiento de crédito, siga criterios sociales y estratégicos que permitan el desarrollo de la industria local.
Las Zonas Económicas Especiales (ZEE) son un gran ejemplo de política pública que podríamos replicar. A diferencia de nuestras zonas francas, cuyo objetivo primordial era la atracción de inversión extranjera y la generación de empleo, las ZEE buscan la industrialización, innovación y transferencia tecnológica a través de la negociación e integración con empresas y proveedores locales. Además, están diseñadas para el desarrollo de sectores específicos de interés y capacidad nacional. Estas ZEE deben tener como requisito esencial que se enfoquen en la transferencia de conocimiento y los encadenamientos productivos con actores locales.
Oportunidad en la incertidumbre
Para convertir un escenario de potencial afectación económica en una oportunidad de dar el salto al desarrollo económico y social, es necesario que los actores políticos y económicos tengan una visión estratégica y pragmática, que piense en los potenciales beneficios a largo plazo. El mundo está cambiando. Lo que una vez fue una economía globalizada hoy busca reducir la vulnerabilidad de la cadena de suministros y fomentar la integración mediante bloques regionales. En un escenario de incertidumbre como este, las decisiones políticas deben ser pragmáticas.