Costa Rica acaba de presenciar uno de los espectáculos más bochornosos de la política nacional: el patético intento de levantar la inmunidad del presidente Rodrigo Chaves. Un circo de proporciones bíblicas en el que la oposición, en su infinita torpeza, volvió a demostrar que es incapaz de articular una estrategia mínimamente seria. Vendieron el show como una cruzada por la transparencia, pero lo que vimos fue otro episodio de politiquería barata, otra metida de pata monumental, otra bala que terminó rebotándoles directo en la frente.
Treinta y cuatro votos a favor suenan impresionantes… hasta que uno recuerda que la Constitución pedía 38. Esa es la magia del sistema: una minoría disciplinada vale más que una mayoría de payasos descoordinados. Lo advertí antes: el caso carece de sustento técnico y nunca iba a prosperar.
Desde el primer día de gobierno de Rodrigo Chaves, sus detractores han hecho de todo para bajarlo: conspiraciones mediáticas, berrinches legislativos liderados por el PLN y un Poder Judicial cada vez más salpicado por intereses políticos. ¿Resultado? Ninguno. Cada ataque, lejos de debilitar al presidente, lo fortalece cada que abren la boca. Y no porque el pueblo lo vea como un mesías, sino porque los costarricenses ya no soportan el tufo rancio de la política tradicional. Golpe tras golpe, lo único que han logrado es que la gente diga: “si estos politiquillos de siempre lo odian tanto, entonces seguro algo bueno está haciendo”.
Pero lo de esta semana fue histórico en la categoría de la torpeza política. El Partido Unidad Social Cristiana, con Juan Carlos Hidalgo al mando, decidió lanzarse al vacío sin paracaídas y sin siquiera revisar si había piso abajo. Para ponerlos en perspectiva: primero avalaron un aumento de +2% del FEES, después se arrastraron sin pudor ante Rodrigo Arias en el Congreso, y ahora, como si no fueran ya suficientemente patéticos, intentaron convertir la Constitución en un juguete de feria para sacar rédito electoral barato.
Peor aún, en su patético intento de “marcar distancia” con el oficialismo, terminaron abrazados al cadáver político de Liberación Nacional. Lo que Hidalgo vendió como independencia terminó siendo una copia barata del libreto verdiblanco, al punto de sonar como un eco desganado de Álvaro Ramos. En la práctica, Hidalgo se diluyó tanto que ya ni se distingue del montón y su apoyo aparece en el margen de error. La fractura fue tan grande que terminó expulsando a media bancada de su campaña y dijo que no formarían parte de su gobierno. Yo también quisiera ese positivismo.
El resultado fue (para sorpresa de nadie) vergonzoso: presionaron a su propia bancada para un intento ridículo de destitución simbólica, sin tener asegurado ni el voto de la abuela. Hidalgo es, en mi opinión, un candidato pésimamente asesorado, un político sin olfato político como dicen por ahí. Incluso les recuerdo que el caballero fue fundador del PLP, ahora liderado por Eli Feinzaig y compañero, que en un nuevo acto de miopía política, decidieron votar a favor del levantamiento de la inmunidad del presidente, como si no llevaran ya una seguidilla de fracasos encima: se desploman en las encuestas, pierden a la mitad de su fracción, renuncian dirigentes en todas partes, y aún así insisten en seguir la misma ruta al abismo. Como bien dice el dicho: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Ahora bien, Nueva República, aunque en su momento cometió el error de respaldar al liberacionista Rodrigo Arias para presidir la Asamblea, esta vez supo leer con mayor claridad el clima político. Al no sumarse al intento de levantar la inmunidad del presidente, demostraron que han aprendido de sus errores. Esta decisión, más allá de si se comparte o no en lo ideológico, posiciona a Nueva República como una fuerza que, sin enfrentarse directamente al oficialismo, evita que el rodriguismo monopolice todo el respaldo electoral, como debería funcionar una sana democracia: con contrapesos firmes, no con oposición por deporte.
Muy distinto es el caso del Partido Liberación Nacional, que desde hace tiempo dejó de creer en la democracia cuando esta dejó de servirle. Acostumbrado a monopolizar el poder durante décadas, porque tras tres derrotas electorales consecutivas, ha decidido convertirse en un obstáculo sistemático para cualquier gobierno que no controle. No les interesa construir ni proponer, solo sabotear, bloquear e irrespetar la voluntad del pueblo cada vez que esta no los favorece. Más que oposición, se han convertido en una maquinaria de revancha política.
Lo más ridículo del caso verdiblanco es que Figueres, tras su derrota electoral, ya había dictado línea desde el día uno: “con Chaves no se habla, con Chaves no se coopera”. Ni siquiera se había sentado el presidente en la silla y ya estaban cerrando la puerta. Y claro, cuando la ciudadanía los ve comportarse como una secta, lo único que piensan es: “estos no quieren gobernar, quieren sabotear”. Pero seamos honestos: Liberación Nacional tiene su propia dinámica. Es un partido con un voto cautivo, casi tribal. Sus bases son leales al punto de que podrían postular un burro con corbata con bandera verdiblanca y aún así sumarían miles de votos.
La oposición, en su miopía infinita, pensó que un escándalo de treinta mil dólares iba a incendiar al país. Creyeron que el pueblo iba a salir con antorchas a pedir la cabeza del presidente por lo que se siente como un vuelto comparado con el Cementazo, la Trocha y el caso Diamante. Pues no, señores: el electorado tiene memoria y está harto de que los mismos de siempre quieran venderle humo barato como si fuera justicia divina.
Treinta y cuatro votos a favor de un ridículo histórico. Treinta y cuatro diputados que se prestaron al circo: Jonathan Acuña, Rocío Alfaro, Sofía Guillén, Antonio Ortega, Ariel Robles, Priscilla Vindas, Kattia Cambronero, Gloria Navas, Johana Obando, Rodrigo Arias, Dinorah Barquero, José Joaquín Hernández, Óscar Izquierdo, Alejandra Larios, Luis Fernando Mendoza, Katherine Moreira, Rosaura Méndez, Francisco Nicolás, Paulina Ramírez, Kattia Rivera, María Marta Padilla, Pedro Rojas, Sonia Rojas, Montserrat Ruiz, Geison Valverde, Danny Vargas, Andrea Álvarez, Gilberto Campos, Eliécer Feinzaig, Luz Mary Alpízar, Vanessa Castro, Carlos Felipe García, Alejandro Pacheco y Daniela Rojas.
Ahí están, con nombre y apellido, los que pensaron que podían convertir la Constitución en juguete electoral. Un aplauso irónico para ellos, porque su “gesta heroica” pasará a la historia como uno de los fracasos más patéticos de la política nacional. Y como cereza en el pastel, dos diputados independientes simplemente no aparecieron. Con esos dos presentes y votando a favor, al menos habrían maquillado el fracaso. Pero no: Luis Diego Vargas que se retiró de la sesión y Cynthia Córdoba que planificó un viaje a Suiza brillaron por su ausencia.
En cambio, la sensatez estuvo en los 21 que votaron en contra: Gilbert Jiménez, Carolina Delgado, Yonder Salas, José Pablo Sibaja, Fabricio Alvarado, Olga Morera, David Segura, Ada Acuña, Waldo Agüero, Daniel Vargas, Alexander Barrantes, Manuel Morales, Paola Nájera, Jorge Antonio Rojas, Horacio Alvarado, Carlos Robles, Melina Ajoy, Leslye Bojorges, Rosalía Brown, María Marta Carballo y Pilar Cisneros. Ellos sí entendieron algo que la oposición olvidó: que no todas las batallas se deben pelear, y que lanzarse al vacío sin paracaídas solo deja un espectáculo bochornoso.
La oposición costarricense aún no ha comprendido una de las reglas más básicas del ajedrez político: no todas las batallas se deben pelear, y saber cuándo ceder es tan estratégico como saber cuándo atacar. En su obsesión por enfrentarse al oficialismo en cada oportunidad, aunque sea con argumentos débiles o con fines puramente electorales, han terminado desgastándose y perdiendo legitimidad. La política no se trata de ganar titulares por confrontar, sino de construir una narrativa coherente y creíble. Al final, lo único que han logrado con su inmadurez táctica es regalarle al gobierno la bandera del cambio.
Dejaron que el oficialismo monopolizara el electorado anti-PLN, ese segmento enorme que rechaza la vieja política, porque nunca supieron cómo representarlo con convicción. Y mientras no entiendan esto, seguirán siendo los mejores aliados del mismo poder que dicen querer debilitar.