La muerte y la resurrección de Cristo hay que situarlas dentro de la metanarrativa de redención divina, como es revelada en las Sagradas Escrituras. Esta metanarrativa incluye la creación, caída (desobediencia de Adán y Eva), redención y consumación. El plan redentor de Dios nos es solo salvar “almas individuales después de la muerte”. Su megaproyecto de redención trata acerca de reclamar y sanar a toda la creación que, en lenguaje del Nuevo Testamento, “ahora gime y está con dolores de parto, esperando la liberación y manifestación de los hijos de Dios”.
Pero para entender este plan divino de redención, los lectores de hoy debemos hacer un esfuerzo por quitarnos los lentes iluministas-racionalistas de nuestra tradición filosófica occidental. Un principio básico de interpretación literaria consiste en entender cualquier obra antigua dentro de su contexto histórico-cultural y en sus propios términos. Implica entender la cosmovisión que comunican sus historias reales, sus metáforas y símbolos. No imponerle nuestros prejuicios occidentales ni nuestros paradigmas conceptuales. Después de interpretar la obra en sus propios términos, podemos hacer la crítica literaria, histórica o social.
La Biblia es un documento de origen hebreo que los cristianos occidentales hemos hecho nuestra herencia espiritual también. La interpretamos dentro de categorías cristianas. Con todo, es necesario hacer el esfuerzo por entenderla dentro de categorías y metáforas de la visión de “salvación” procedente del mundo hebreo-bíblico (pecado, pacto, sacrificio, rescate, exilio, restauración, mesías, perdón, consumación, etc.).
Pues bien, con respecto a la presencia del mal dentro de la creación divina, los autores bíblicos asumen que el mal entró en el mundo a través de la desobediencia de la primera pareja humana (Adán y Eva), por provocación del tentador. Por su parte, los escritos apócrifos apocalípticos como el libro de Enoc, entre otros, son más explícitos diciendo que el mal fue introducido en la tierra por los demonios. En lo que las Sagradas Escrituras son abundantes es en reconocer la realidad del mal y de las fuerzas cósmicas detrás de él y los efectos devastadores sobre los humanos y sobre la creación entera. ¿Cuál es la solución a este problema de la realidad del mal?
Para los escritos del Nuevo Testamento la Ley de Moisés, la monarquía israelita y otras instituciones hebreas fueron medidas figuradas, remediales y temporales mientras llegaba la solución verdadera: la salvación de las personas y del mundo por la muerte y resurrección de Jesucristo, el mesías de Israel y de todo el mundo.
Cuando analizamos los rostros del mal en el mundo, podemos identificar al mal natural que son huracanes, erupciones volcánicas y otros fenómenos de la naturaleza que causan muerte y dolor, aunque en su ciclo natural de vida tengan otros propósitos. El mal físico, es decir enfermedades, deformaciones congénitas, etc. El mal moral, a saber, todo tipo de perversiones y actos en contra de la voluntad de Dios y del bien común. El mal social que se relaciona con injusticias sociales personales o estructurales (sistémicas) que lesionan a personas o a grupos. Y, el mal cósmico, o sea, fuerzas espirituales y metafísicas como el pecado, espíritus del mal y la muerte.
Todo esto que acabo de describir como “rostros del mal” en términos de categorías occidentales, en lenguaje teológico se llama culpa y opresión. Culpa debido a las acciones pecaminosas como resultado de la inclinación al mal, herencia del pecado original. Opresión, ya que el mal en sus diversas formas es una fuerza que aprisiona. Produce esclavitud individual, social y cósmica. Priva de la libertad y de la felicidad. El mal produce dolor, injusticias personales y sistémicas y afecta el funcionamiento de la creación. Además, infecta el corazón de las personas para hacer actos perversos a todo nivel. ¿Cómo ser libre de culpa, de opresiones y cómo sanar y restaurar a toda la creación de los efectos del mal?
Es precisamente aquí donde en lenguaje teológico hablamos de salvación. Salvación de personas y de toda la creación. Porque el megaproyecto redentor de Dios consiste en salvar y sanar a toda su creación, llevándola más allá de su belleza prístina original.
Y es, justamente aquí, donde entran los actos redentores de Cristo del viernes y del domingo santo. Como dije en otro artículo, partiendo de imágenes de la herencia espiritual hebrea, el viernes santo fue una muerte sacrificial. “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El Cordero de Dios que muere en lugar del pecador. Esta muerte sacrificial proveyó el medio de perdón y salvación de la culpa del pecado. Pero el domingo de resurrección es triunfo sobre los poderes de la muerte. Muerte en sentido literal y, también, en sentido teológico como los poderes que privan la vida plena.
Cuando aplicamos esto a la espiritualidad cristiana del diario vivir, un fiel necesita la obra del viernes santo (perdón de pecados) y la del domingo de resurrección (victoria sobre adicciones, injusticias y sobre el mal vivir que conducen a la muerte física, social y espiritual).
Habiendo entendido lo anterior, entonces, la muerte y la resurrección de Cristo fueron tanto un sacrificio como una batalla cósmica contra los poderes del mal (simbolizados por la muerte). La resurrección de Cristo es la confirmación de la victoria decisiva de Dios sobre el pecado, la muerte y sobre los poderes que esclavizan a las personas y a la creación. En lenguaje bíblico estos poderes se llaman pecado y principados y potestades. En términos apocalípticos, esas fuerzas malignas son representadas con bestias siniestras, engendros del averno. Pero el domingo de resurrección es el golpe contundente de la derrota segura de esas potestades tenebrosas.
Lo dicho hasta aquí, ubica la muerte y la resurrección de Cristo dentro del gran esquema de la salvación a nivel personal y cósmica. Espero haya sido entendido.
Adicionalmente, para la teología del Nuevo Testamento, la resurrección de Cristo fue una vindicación y confirmación de que Jesús fue quien dijo que era. Fue una defensa contundente ante quienes lo aprisionaron, lo escupieron y lo condenaron en el juicio religioso judío como ante quienes ordenaron su ejecución en el juicio civil romano. Además, la tumba vacía es una declaración teológica categórica de que Jesucristo era y es Señor, no la religión tradicional judía ni el César romano. Que en toda la creación solo hay un Señor. Que el pueblo de Dios no dobla sus rodillas ante ningún ídolo personal, ideológico o religioso. Todos son ídolos pies de barro y de papel. Solo Jesucristo ha triunfado sobre los poderes de la muerte y del mal. Solo él merece el honor y la adoración radical.
Escritural y teológicamente, la resurrección de Cristo, también, garantiza la resurrección de todos los redimidos en el día final. Por eso, “todo aquel que cree en él, no morirá eternamente, sino que ha pasado de muerte a vida”. Su resurrección es una primicia, una muestra por adelantado de que, así como el Padre resucitó a su Hijo, con ese mismo poder nos resucitará en el día postrero. La muerte no tiene la última palabra para los discípulos de Cristo.
Cuando bajamos al plano de la espiritualidad cristiana, la resurrección de Cristo significa nueva vida. Un nuevo comienzo. Un nacer de nuevo. Esto está representado en el sacramento del bautismo cuando las Escrituras dicen que el bautizado ha pasado a “novedad de vida”, de muerte a vida. Al emerger del agua, el bautizado resucita a nueva vida.
Para concluir deseo hacer dos aplicaciones prácticas. Entendido el domingo de resurrección como dejar atrás la muerte, la tumba vacía implica que hoy hay muchas tumbas que aprisionan la vida de muchas personas. Esas tumbas podrían ser adicciones, violencia doméstica, machismo o un sentido de depresión y derrota. Ahora es tiempo de que muchos salgan de sus tumbas espirituales, también.
Aplicando esta revelación al plano nacional, Costa Rica está pasando por un viernes de narcotráfico, inseguridad y deterioro social generalizado. Fuerzas del mal y de muerte quieren tenerla en una tumba de derrota y desesperación. Pero este país hermoso tiene muchas promesas todavía que realizar. Es un cuerpo social enfermo, cierto, quizás moribundo, pero la resurrección es más potente que la muerte. Este país necesita un milagro de resurrección. Debemos unirnos con la gracia divina para juntos realizar ese milagro. Necesitamos un nuevo modelo de sociedad que sea próspera y solidaria. Productiva y fraternal.
Quizás, algunos tienen desde su niñez una herencia cristiana, (cualquiera sea la tradición cristiana en la que fueron formados), y ahora están atrapados bajo los tentáculos de la muerte moral y espiritual. El milagro de la resurrección espiritual está disponible para ustedes, también.
En el gran esquema de la redención, la muerte de Cristo es sacrificial para perdón de pecados y el domingo de resurrección es victoria sobre los poderes de la muerte y del mal. Domingo de resurrección es dejar nuestras tumbas vacías. Salir de aquello que nos oprime y secuestra la vida. Domingo de resurrección es esperanza. Domingo de resurrección grita al mundo y a los poderes que Jesucristo es quien dijo que era, y que él, y solo él es el Señor, para gloria del Padre. Como tal, vino a reclamar a su creación humana y natural para sanarla y redimirla plenamente. Ahora busca personas de buena voluntad para que se unan con él en ese megaproyecto redentor que empieza ahora y culmina en la eternidad.