El 2025 ya está aquí y para Costa Rica eso significa que llegó el año preelectoral. En una época donde ahora todos creen que pueden llegar a la silla de Zapote, un tema que es de discusión entre las personas es el hecho de definir lo siguiente:
¿Qué hace que un presidente sea un buen presidente? ¿Cuál es la cualidad más importante que cualquier candidato a la presidencia debería tener?
Voy a contestar esto de la manera más clara posible usando ejemplos históricos:
Algunos dicen que es el liderazgo. Sí, el liderazgo es esencial. Napoleón Bonaparte fue un líder y estratega nato, capaz de levantar a una nación entera y conquistar Europa. Pero su ambición desmedida se convirtió en su ruina. En su obsesión por la victoria, subestimó el invierno durante la invasión al Imperio ruso en las las guerras napoleónicas y condujo a gran parte de su ejército a la destrucción (para que se hagan una idea, de los 600,000 soldados que iniciaron la campaña, solo alrededor de 35,000 regresaron con vida). Más adelante esa misma ambición lo condujo a la arrogancia y, finalmente, a su caída. Exiliado y derrotado, dejó un legado de grandeza teñido de tragedia. ¿De qué sirve un liderazgo colosal cuándo ni siquiera la ambición puede controlarse?
También se dice que es la justicia. Si, es importante que un presidente sea justo. Augusto Pinochet asumió el poder tras un golpe de Estado con la promesa de restaurar el orden y la estabilidad en Chile, tras años de caos político y económico. En su mandato, impulsó reformas que transformaron al país en un modelo de crecimiento en América Latina, atrayendo así trayendo inversiones extranjeras y promoviendo el crecimiento a largo plazo. Pero su sentido de “justicia” se tiñó con sombras. Bajo su régimen, miles de voces fueron silenciadas, víctimas de desapariciones y torturas. En su intento de imponer el orden y silenciar la oposición, sacrificó la libertad y la dignidad de muchos. ¿Puede un presidente ser llamado justo si se tiene indiferencia hacia el sufrimiento de los demás?
Finalmente, otros dirían que es visión. Sí, tener una visión clara sobre lo que se quiere es fundamental. Ferdinand Marcos tenía una visión de grandeza para Filipinas: convertirla en un faro de desarrollo en Asia. Durante su gobierno, construyó infraestructura masiva como carreteras, hospitales, escuelas y proyectos que prometían prosperidad. Su lema de una “Nueva Sociedad” inspiró esperanzas de modernidad. Pero su visión se camufló en corrupción y nepotismo. Bajo el manto de progreso, acumuló poder absoluto, imponiendo la ley marcial y enriqueciendo descaradamente a su familia mientras el pueblo sufría (se estima que robó entre 5 y 10 billones de dólares). Su visión, aunque grandiosa, terminó aplastada por su fraudulento actuar y el descontento que generó su caída. Una visión ávida no sirve de nada si de paso se destruye aquello que se busca elevar a costa del pueblo.
Así que, tenemos a uno que con su liderazgo estremeció al mundo conquistando gran parte de un continente, pero no pudo conquistar sus propias ambiciones; a otro que por su crueldad y falta de humanidad careció de una comprensión profunda sobre el impacto que la represión estaba causando en su propia patria; y uno que construyó una visión de una nación grande, pero se perdió en la codicia y corrupción. ¿Qué les faltó a todos ellos?
La respuesta es muy sencilla: sabiduría.
La sabiduría es lo que diferencia a un líder competente de un gran líder. Es la sabiduría la que entrelaza todas las cualidades esenciales para estar en una posición de extrema responsabilidad. Sin ella, la justicia se vuelve ciega, el liderazgo pierde rumbo, y la visión se convierte en un sueño vacío. Todo está conectado. La sabiduría no solo guía las decisiones difíciles, sino que también da forma a otras virtudes esenciales: la integridad que inspira confianza, la resiliencia que permite resistir las tormentas de estar en el poder, y las habilidades blandas para negociar y trabajar en equipo sin sacrificar principios.
Un presidente sabio no solo tiene el liderazgo para inspirar y movilizar, la justicia para actuar con equidad y piedad, y la visión para desear un futuro prometedor, sino también la humildad para reconocer sus límites. Entiende qué conocimientos posee y cuáles no. Sabe cuándo escuchar a los demás sin dejarse manipular, porque la sabiduría no es ceder ante las voces externas, sino discernir cuáles valen la pena ser escuchadas. Tampoco permite que la sed de poder y riqueza esté por encima del bienestar colectivo y los principios éticos.
De la sabiduría brota la empatía para comprender a los gobernados, la capacidad de comunicar con claridad y propósito, la firmeza para tomar decisiones cruciales, y el arte que transforman un mandato en un legado. Es la sabiduría la que permite a un líder aprender del pasado, adaptarse al presente y construir un futuro en el que todos puedan prosperar. Ella hace que, desde un presidente, alcalde, diputado, rey, emperador, hasta el CEO de una empresa o el capitán de un equipo de fútbol sea bueno en su labor y deber.
Cuando hay corrupción moral en una nación, su gobierno se desmorona fácilmente. En cambio, con líderes sabios y entendidos viene la estabilidad.
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El autor es estudiante universitario del Bachillerato Bilingüe en Relaciones Internacionales en la Universidad Latinoamericana de las Ciencias y la Tecnología (ULACIT).