¿Qué nos pasa, Costa Rica?

» Por Lic. Rafael Ángel Rodríguez Salazar - Director Legal, La Firma de Abogados CR

Foto: Karla Pérez
Foto: Karla Pérez

Es contradictorio y hasta ridícula, la forma en que un hecho delictivo, frustrado con una actuación de seguridad, es percibido por la sociedad. Que el acto sea ejecutado en buena lid, no justifica la decadencia en que nuestra sociedad ha caído. Por un lado, los ciudadanos se dicen hartos de la corrupción y los malos gobiernos, y por otro muchos de estos mismos ciudadanos están acabando con la paz social al convertirse en cómplices de la delincuencia y al adoptar como valores los de las organizaciones criminales. Esta expresión que pudiera parecer exagerada y lejana parece se ha convertido en una realidad cotidiana.

Ya no hay ni temor de Dios, ni respeto a la autoridad del estado, ni respeto a la dignidad humana. Esos son los delincuentes en Costa Rica de nuestra época. Esa es la nueva estirpe de criminales capaces de matar bebés, violar niñas y niños, desaparecer personas, secuestrar y prostituir a jovencitas, traficar con órganos, robar sin temor a matar y matar por precio. Esos seres “humanos” son hijos de familias costarricenses que pudieran vivir al lado de nuestra casa, ocupar el lugar de junto en el transporte público, ir al mismo cine o restaurante al que llevamos a nuestros hijos. Lo importante ya no es la venta de lo robado o el tráfico de droga, sino la corrosión del tejido social que esas conductas generan y que a unos les trastorna la consciencia y a los demás nos roba la paz.

Nos preguntamos y cuestionamos: ¿Quién es el que permitió la delincuencia que vemos hoy?  La descomposición social es un proceso generalizado y tiene su máxima expresión en las prácticas delictivas. Decimos, con normalidad, que la sociedad de hoy día, no es la misma de hace algún tiempo, la educación, los juegos, la convivencia y la forma de ser de las familias, son diferentes. La mayoría de los nuevos hogares, están compuestos por parejas en que ambos trabajan o bien hogares sin apoyo de padre o madre, donde la consecuencia se ha reflejado en la formación de los hijos que han crecido al cobijo de la televisión, los avances de la tecnología y de la calle, sin guía, carentes de límites y de referentes morales que les permitieran incorporarse a la sociedad armados con valores para defenderse y defender las buenas conductas.

La violencia no es innata, es adquirida. Así como podemos sembrar odio, podemos sembrar amor, parafraseando a Nelson Mandela. Estamos aprendiendo como sociedad, la cultura de la violencia y de lo que se trata ahora es de articular y desarrollar la cultura como diversidad, como tolerancia y eje firme y transversal de ver la cultura como espacio de cohesión social. El reto hoy día, es impulsar una cultura dialógica que exprese y permee una nueva forma de integración social, donde educación y socialización no sean la mera yuxtaposición entre la ideología y el discurso.

Al mismo tiempo, tenemos que visualizar el rol que hoy día cumplen los medios de comunicación, en tanto expresión de cultura de masas, como ingrediente nodal de la cultura del espectáculo en la dimensión de la violencia y descomposición social. No se trata de construir el argumento de que los medios solo reflejan la realidad, los hechos y que ellos esbozan como noticias. Más allá de ahí, hay que trascender lo que se dice y cómo se dice y la manera como manipular, desinformar y ocultar “personajes y hechos”, que hacen que, en una gran parte de la población, en su imaginario, se recreen como efecto demostración.

Un criminólogo, como un sociólogo, podría decir que en los últimos años la variedad, multiplicidad y dimensión del comportamiento desviado, reflejados en los niveles de violencia y descomposición social, nos indica la enorme innovación de los actores en los distintos tipos de delitos: el sicariato; el narcotráfico; el microtráfico; ladrones que andan con niños; hombres que andan con mujeres atracando; personas que llegan a tu casa fingiendo ser de una institución oficial para robarte; personas que llaman a tu casa para decir que un familiar tuyo está enfermo, que le pasó un accidente y… el ladrón que te deja sin  el vehículo y los políticos que son como semáforos en verde para la corrupción y la falta de ética; alumbran con su demostración y su delito de cuello blanco a los demás, ante la ausencia del pago de consecuencias.

Frente a esta realidad del crecimiento de la violencia, de la descomposición social, muchos hablan de cambiar los políticos, pero no de política. De lo que se trata es de cambiar de políticos y de política. Para ello y conociendo los vectores que generan esa violencia y descomposición, tenemos que empujar, construir nuevos mecanismos con una política criminal, que coadyuven con la existencia de compromisos, de solidaridad y de una nueva forma de confianza.

Es responsabilidad de la sociedad y en ello coadyuvar el Estado, de participar en reducir los delitos de oportunidad, la percepción de inseguridad y aumentar la cohesión comunitaria con intervenciones organizadas desde la sociedad con proyectos urbanos de calidad y desarrollar estrategias de prevención de la violencia y el delito con modelos de gestión colaborativos e interdisciplinarios, entre los diversos profesionales y actores vinculados.

El espejo de esta cruel realidad que hoy día vivimos, es que la violencia como comportamiento desviado, como subcultura del desviado, se está transformando en la cultura dominante, en la cultura de la cotidianidad, en determinadas áreas: la corrupción, la simulación, el cinismo, el hedonismo, el relativismo, la permisividad. Un comportamiento desviado donde más allá de la explicación sociológica, el componente psicológico como explicación del comportamiento desviado, se ha redimensionado en los últimos años. De ahí que el umbral de asombro ante determinados hechos siga aumentando y ya como sociedad, nos preguntemos: ¿Que nos pasa Costa Rica?

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