Aproximación a la cuestión práctica de ser progresista.
Agradezco esta hora de reflexión a que nos convoca el Partido después de una contundente reprendida, una amonestada fuerte que nos diera el pueblo en las elecciones anteriores.
Llama la atención que nos amonesten a nosotros, que creímos ser, por 20 años, el único partido de centro, con conciencia social, el partido progresista, con fuerte arraigo en los sectores populares, que creímos haber enfrentado a los partidos de las elites económicas y absolutamente conservadores.
Hemos fallado y debemos revisarnos profundamente y con detalle porque no estamos siendo percibidos como el partido que pretende una Costa Rica solidaria, equitativa y justa. Fácil es engañarnos.
En el pasado el PAC fue el representante de los agricultores y de su defensa por una competencia justa en el mercado nacional, el PAC fue el partido de la defensa del Estado y de las instituciones solidarias y de servicios universales, desde luego sin abusos y con eficiencia.
Se nos percibía como firmes defensores de las formas cooperativas y solidarias de crear riqueza de manera colectiva con distribución del ingreso.
Se nos reconocía como los defensores de la educación pública en medio de la oleada privatizadora y el gremio magisterial así nos lo reconocían.
Fuimos el partido que fortaleció el régimen municipal y que hizo que Costa Rica saltará décadas en infraestructura regional y municipal.
Fuimos el partido que el 2014 pacificó socialmente a Costa Rica que se debatía en medio de una enorme conflagración social.
¿Qué hicimos para desligarnos de esas bases con las cuales trabajábamos juntos en la construcción de esa Costa Rica progresista? ¿Qué hicimos para que las y los costarricenses nos desconocieran y nos vieran extraños? O ¿qué nos hicieron para ponernos motes que no merecemos y que calaron en las mentes de electorado? También es válido reflexionar y discutir sobre ¿qué dejamos de hacer?
Esta derrota electoral es multicausal y compleja. Hay que analizarla, pero eso será en el congreso ciudadano.
Como partido tenemos que unirnos alrededor de una visión de país compartida, que tiene que ser ideológica, con principios definidos, con límites de acción o cómo lo han llamado antes con líneas rojas que no se puedan siquiera majar.
La fragmentación política que vive Costa Rica exige acuerdos y los exigirá, pero los acuerdos no pueden ser cualquiera, no pueden generar la pérdida de identidad del partido, no pueden ser al precio de asumir los costos políticos de acciones que no compartimos, el partido en la acción política no puede desdibujarse, no puede traicionar principios. El precio que pagamos si nos desdibujamos es muy caro: la pérdida de apoyo.
Los partidos políticos canalizamos y representamos intereses, sensibilidades, identidades, visiones de mundo. Se nos vota y se nos elije por esa razón: para representar. Si llegados al poder creemos que podemos dejar de lado la plataforma de propuestas y sensibilidades por las que se nos votó y hacemos la política gubernamental en otra dirección, incluso hasta contraria a la que planteamos en campaña y defendimos a lo largo de nuestra historia, entonces perderemos nuestra base social, como le ha pasado a muchos partidos (¿piénsese en el PUSC, y también en el PLN, hasta que punto el PAC no surgió del descontento con esos partidos?). En síntesis, la ciudadanía que vota a un partido no le da un cheque en blanco para que una vez en el gobierno, el representante electo haga lo que le venga en gana.
El progresismo que profesamos no puede ser solo progresismo identitario, tiene que ser estructural, holístico, como bien lo señaló Don Luis Guillermo Solís.
El progresismo conjuga dos condiciones eminentemente complementarias: 1) la reivindicación del ser humano, en su condición de igualdad intrínseca, como objeto último del quehacer sociopolítico y 2) la lucha por la igualdad de oportunidades en su máxima expresión desde una perspectiva social integral.
Pero esto puesto así puede llevarnos a falsos acuerdos: en lo concreto necesitamos como partido, fijar un trazo limítrofe ante las disyuntivas de carácter ideológico, para dirigirnos en las bifurcaciones decisorias con seguridad de unión.
Ahora ¿qué implica o cuáles son las consecuencias de “ser progresista” en cada caso específico? Por ámbitos específicos, es posible aplicar el imperativo progresista en diversas dimensiones del quehacer humano, a saber, en lo cultural, en lo económico, en lo tributario, en lo fiscal y en lo ambiental, por mencionar algunas.
Además, el concepto en sí, demanda un ámbito indisociablemente práctico, en virtud de su naturaleza social.
La cuestión económica y el progresismo.
Costa Rica presenta desde hace muchos años un sistema económico que está concentrando brutalmente la riqueza y el ingreso, existen mecanismos generados y perfeccionados en las leyes y la política pública para que esto sea así. No es el funcionamiento inexorable, inevitable de la economía el que lo produce, son las políticas implementadas.
La producción real crece y lo hace más rápido que el crecimiento de población, eso implica que el PIB per cápita crezca, pero crece la pobreza, crece la desigualdad.
No podemos hablar de justicia social, por ejemplo, si persiste un grupo de semejantes que viven en las más mancilladas condiciones de privación material, casi de intergeneracional y en tendencia creciente, mientras que otros viven en las más vulgares opulencias y más dispendiosas riquezas. La diferencia en sí, no es un problema, el problema es el exceso.
Por otro lado, los mercados son imperfectos, en nuestro país, en su mayoría tienen características de infradesarrollo: poca profundidad, asimetrías de información, características y tendencias oligopolísticas o monopolísticas, los grandes participantes tienen capacidad de incidir negativamente en los esquemas de formación de precios en contra de los pequeños.
Las imperfecciones flagrantes de estos mercados, afectan principalmente a las personas más vulnerables, a través de limitaciones de acceso a la salud, a la justicia, al crédito, a la educación, etc. Todas ellas condiciones para el progreso humano.
Las medidas concerniente a estas reformas no deberían tener ninguna resistencia de los partidos conservadores, pues es la base misma de la economía de mercado, sin embargo, la falta de apoyo interno, sí que es una muestra de debilidad para dar la batalla frente a los grupos que gozan del privilegios extraer miles de millones a los costarricenses.
Necesitamos hacer una reestructuración profunda de los mercados. Hasta 6 puntos del PIB se nos están yendo en sobreprecios, encareciendo la vida de las personas, encareciendo los procesos productivos, restándole dinamismo a la economía, generando desempleo, empobreciendo a las pymes:
El mercado financiero que cobra de más en vivienda, en crédito de consumo, en crédito productivo, a la deuda pública. Los premios nobel: Stiglitz, Mazuccatto, Piketty. Krugmann, no pueden estar equivocados. Y tenemos grandes actores del Estado operando allí, pero en contra del Gobierno y la sociedad. Y otros mercados distorsionados e injustos:
Mercados de insumos agrícolas
Mercado de medicamentos.
Ahora el reglamento a Ley contra la usura
El sobreendeudamiento de las personas
Mercados agrícolas
El mercado de los abarrotes
Esto es básico, es técnica y ciencia económica; ni siquiera estamos hablando de ideología. Hay que enfrentar sin miedo y con decisión a las estructuras de poder fáctico y poder económico de los que gozan de los privilegios de la inacción del Estado.
La cuestión tributaria y el progresismo.
En línea con lo anterior, uno de los mecanismos más útiles para realizar política pública en favor de las personas más vulnerables es el componente redistributivo de la planificación fiscal.
Un buen sistema tributario, es una herramienta importante para insertar justicia en la distribución del ingreso nacional.
Atendiendo el problema de la desigualdad, debemos recordar que, si bien la vida la percibimos como una carrera, no es una carrera atlética en donde gana el participante que logre atravesar prologando su cabeza, la línea final; no, esta carrera se gana hasta que el último de nosotros y nosotras, logre atravesar la meta.
En nuestro país adolecemos de un sistema tributario trastocado, no modifica en absoluto la distribución del ingreso.
Aun con esa condición, se proponen nuevos impuestos que deterioran aún más esa inequidad (impuestos a los salarios con el mote de renta global). Sobre todo, habiendo amplios sectores y agentes económicos que disfrutan de exenciones que, con el paso del tiempo, se han vuelto más y más injustificadas, lo cual aunado a los niveles de elusión y evasión, complementan la tormenta perfecta para una bajísima moral fiscal.
La progresividad fiscal es la máxima o la condición bajo la cual, el peso de un impuesto recae en mayor medida sobre las personas de mayores ingresos, básicamente lo que otrora se llamaba “impuesto directo”, como las reformas de don Alfredo González Flores.
Los progresistas no podemos creernos el chantaje que las empresas que están ganando cuantiosas sumas en Costa Rica se van si no se les exonera. El privilegio de producir en un país que les da seguridad, personas altamente educadas, infraestructura, paz social, seguridad jurídica, etc, y que además, hay que exonerarlos de cualquier contribución al Estado, es inaudito.
Por otra parte un ajuste fiscal nunca puede quedar supeditado únicamente a una ecuación contable, a costa de quitarles la comida y el apoyo básico a los grupos más vulnerables.
No estoy abogando por la irresponsabilidad fiscal, pero no se puede recortar presupuestos en programas sociales imprescindibles para los más necesitados, mientras esquivamos imponer los estándares OCDE en renta mundial o normas anti elusivas que permiten el impago de 1,5 p.p. por año, a mientras se aprueban leyes para que la elusión se acreciente.
Lo anterior se vuelve una demanda moral, sobre todo cuando se puede echar mano de otro tipo de recursos, repito: la elusión y la evasión son pasmosas.
Los micro, pequeños y medianos empresarios, así como los asalariados no pueden eludir impuestos. Esa es una prerrogativa reservada para quienes pueden acceder a los sofisticados servicios de los grandes bufetes que conocen que, hecha la ley, hecha la trampa y hablan de “optimización fiscal”, con todo descaro y sin sonrojarse.
Entonces, bajo estos condicionantes, resulta imprescindible observar, como un todo, el sistema tributario a la luz de este imperativo categórico denominado “ser progresista”.
Cualquier reforma tributaria debe ser progresiva, hacia arriba y hacia abajo.
Cualquier ajuste fiscal no puede ser a costa del deterioro de los programas de apoyo a los más vulnerables.
Cualquier ajuste fiscal no puede ser frenando inversiones altamente rentables económica y socialmente.
No puede ser vendiendo las empresas públicas que nos permiten tener bienes y servicios de acceso universal y con solidaridad en los costos y que pueden traccionar cadenas de valor que podrían reactivar la economía y mejorar la calidad de vida (ejemplo: RECOPE y la cadena del biodiesel y el etanol), o aprovechar todo el potencial del sector público para incidir en el desarrollo nacional (ICE en el desarrollo de infraestructura compleja y en el desarrollo del sistema ferroviario eléctrico).
Los Derechos Humanos y el progresismo.
Los derechos humanos atraviesan un proceso de cambio basado en el principio de no-regresividad. Tal consideración aplica, repito, no solo a los derechos relativos a la cuestión fundamental de la dignidad, sino también a los derechos económicos, sociales y culturales. Todos ellos en un estadio en el que no podemos comparar si un derecho lo hace constituirse en un mejor derecho que otro.
Tanto el respeto irrestricto de las decisiones sexuales de las personas, sus formas de vida y demás, son condiciones cuya defensa radica en garantizar la capacidad de cada uno, de decidir en libertad y bajo ningún tipo de coacción, su forma de vida.
Aplica de la misma manera para el respeto irrestricto de la forma de culto y el respeto activo implica defender la posibilidad del otro, aunque su forma de culto difiera de la mía, o no tenga ninguna.
Asimismo, en cuanto a los que tienen contenido socioeconómico, no podemos permitir seguir promoviendo esquemas de moderna esclavitud: de vivir para trabajar, de la pena perpetua por deudas, de la usura.
El cambio tecnológico permite producir más con menos recursos y debe ser para que la humanidad tenga más vida libre para disfrutarla.
Los progresistas, tampoco podemos estar siempre absortos e inactivos frente a las injusticias que provienen de las privaciones materiales, el solo hecho de permanecer detenidos ante la necesidad de los y las demás, resulta una forma de agresión a la dignidad humana misma y va en contra de lo que es ser, verdaderamente, progresista.
El ambiente y el progresismo.
El ambiente, la casa común, aquí aplica también el principio de no regresividad. Sobre todo, cuando se observa el medio como solamente el espacio desde donde, mediante transformación previa, extraemos y satisfacemos nuestras necesidades siempre crecientes.
Lo cierto es que el entorno merece no menos que su propia dignidad.
Pero además debemos considerar un elemento de equidad intergeneracional en el que la preservación resulta preponderante a los efectos de garantizar a las generaciones futuras, no menos posibilidades de las que nosotros mismos hemos tenido.
Similarmente sucede con nuestros agricultores, quienes diariamente sufren los embates de contratos leoninos que vienen de las grandes compañías transnacionales que no operan en legítima competencia, sino que se aprovechan de su tamaño y sus necesidades y ligereza, para pagarles con hambre.
Tales cuestiones, al progresista le resultan inaceptables.
Participación ciudadana y progresismo
El progresismo está orientado a darle la mayor profundidad posible al sistema democrático y a la gestión política del Estado. Esto significa un impulso decidido de formas de consulta y participación (no asistencialista ni clientelar) de la ciudadanía, tanto de manera individual, como por medio de la interacción con la ciudadanía organizada. Ello nos lleva a combinar formas más sólidas de rendición de cuentas en el funcionamiento de la democracia representativa, como el fortalecimiento de las formas directas de participación de la ciudadanía en las distintas etapas de formulación, ejecución y evaluación de las políticas públicas, en lo que hoy se denomina gobierno abierto. En esta era de la sociedad de la información y del creciente acceso a la virtualidad, la profundización de la participación ciudadana en la política y en la gestión del Estado debe ser bandera del progresismo.
Finalmente.
¿Cuándo se es progresista?
Se es progresista cuando se reconocen y se lucha por reivindicar, las hondas diferencias culturales, las terribles asignaciones de roles que hemos hecho en nuestra sociedad y que han puesto injustamente sobre los hombros de las mujeres, el cuido de los menores y los adultos mayores.
Se es progresista cuando las necesidades del otro, se sienten como propias. Cuando la voz del partido es la voz, es el grito de los que no se escuchan.
Se es progresista cuando resulta inaceptable que la diferencia se castigue con temor, con coacción y exclusión.
Se es progresista cuando, aunque el estilo y esquema de decisiones de vida del otro difiera esencialmente del mío, se procure defender su derecho a ejercer tales decisiones en plena libertad.
Se es progresista cuando duelan en la carne las injusticias que se cometen en contra de nuestros productores nacionales, que son quienes sostienen verdaderamente el plato en nuestra mesa, día con día.
Se es progresista, cuando despierta todas las alarmas y resulta inaceptable, el permitir que se persigan metas puramente fiscalistas a costo de poner sobre los hombros de las familias pobres y los trabajadores y trabajadoras, los ajustes fiscales.
Se es progresista cuando no se le quiera entregar porciones de nuestros recursos naturales a quienes solo persiguen el lucro, sin importar equidades o preservaciones.
Se es progresista cuando se piensa en el futuro y no solo en el avariciosos cortoplacismo del lucro urgente.
Se es progresista cuando la política económica se hace, poniendo en el centro a las personas y no el capital. Es decir, la persona siendo el objeto último de toda política pública.
Se es progresista cuando alzamos la voz ante los patrones, aun presentes de esclavitud, que persisten en nuestro diario vivir; desigualdad, usura, privilegios de eludir, de usufructuar con el ambiente.
En fin, ser progresista implica una revisión constante de nuestras acciones y lo que hemos dado por sentado, a luz del avance en la dignidad y el bienestar humanos.
Algo hemos hecho muy mal para que el pueblo nos haya dado la reprimenda que nos dio en las pasadas elecciones.
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