¿Por qué Fabricio Alvarado no es un aliado del liberalismo clásico ni de la nueva derecha costarricense?

En el panorama político actual, Fabricio Alvarado se proyecta como una de las figuras más visibles del sector conservador en Costa Rica. Sin embargo, la pregunta que todo ciudadano con pensamiento crítico debería hacerse es: ¿representa realmente Fabricio Alvarado una visión auténticamente conservadora o liberal de derecha?

Para responder, es necesario comprender qué significa conservadurismo dentro de la tradición del liberalismo clásico. El auténtico conservadurismo liberal —aquel que surgió como defensa del orden espontáneo, la libertad individual y la limitación del poder político— no busca imponer una moral religiosa mediante el Estado, sino proteger el ámbito de la conciencia personal frente a toda forma de coerción.

Friedrich A. Hayek, en su ensayo “Por qué no soy conservador” (apéndice de Los fundamentos de la libertad), advertía con claridad:

“El conservador teme al cambio, mientras que el liberal lo acepta como la condición de la libertad.”

Y añadía con agudeza:

“El conservadurismo no ofrece dirección alguna al cambio, y su oposición sistemática a la evolución puede llevarlo a aliarse con las fuerzas del poder estatal que deberían ser limitadas.”

Justamente en este punto radica la distancia entre el pensamiento liberal clásico y el discurso político de Fabricio Alvarado. Su visión, más cercana al moralismo teocrático, tiende a sustituir el paternalismo progresista por un paternalismo religioso. En ambos casos, se trata de una forma de estatismo: un poder que pretende decidir por el individuo bajo la excusa de protegerlo.

El liberalismo clásico, en cambio, parte del principio de que el Estado no debe ser el guardián de la virtud, sino el garante de la libertad. Como recordaba Lord Acton, uno de los pilares del pensamiento liberal:

“El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”

Por eso, delegar al Estado la función de imponer valores morales o religiosos no fortalece la sociedad: la debilita, porque destruye la autonomía moral del individuo y convierte la fe en instrumento político.

La nueva derecha cultural, inspirada en pensadores liberales, no busca restaurar un orden religioso, sino reconstruir los fundamentos morales de la civilización occidental desde la libertad y la responsabilidad individual. Fabricio Alvarado, en cambio, se mantiene en los márgenes de una vieja derecha que confunde la defensa de la fe con el uso del Estado como púlpito.

Como advirtió Hayek:

“El deseo de hacer el bien con el poder es una tentación fatal que siempre ha llevado a los hombres a ejercer una coerción que destruye la libertad.”

No es nueva derecha liberal quien eleva el poder y rebaja a la persona. Fabricio Alvarado representa esa vieja derecha estatista. La libertad —inseparable de la dignidad humana— no se proclama desde la tarima del Estado: se garantiza poniendo límites al poder y primacía a la persona.

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