Como costarricense y padre, me pregunto qué ejemplo damos a nuestros hijos cuando el presidente de la República reacciona con insultos ante las preguntas de la prensa. ¿Qué aprenden los niños cuando ven al máximo líder del país llamar “basura” a lo que otros dicen o piensan? Lo que debería ser una lección de templanza y respeto se convierte en un triste espectáculo de ira y descontrol.
La inteligencia emocional no es un lujo para quien gobierna, es una necesidad. Liderar implica autocontrol, empatía y capacidad de escuchar incluso lo que incomoda. Cuando el poder se deja dominar por el enojo, se desmorona la autoridad moral. Rodrigo Chaves, al responder con agresividad a los periodistas, no solo perdió los estribos: perdió una oportunidad de enseñar grandeza.
Muchos interpretan su tono desafiante como valentía, pero a menudo la furia es la máscara del miedo. Miedo a perder el control de la narrativa, miedo a que la verdad incomode, miedo a que el poder se erosione. En un país donde la palabra presidencial pesa, cada gesto, cada palabra, puede construir o fracturar la confianza ciudadana.
Costa Rica ha sido ejemplo de diálogo, de respeto, de democracia que se cuida con las palabras tanto como con las leyes. Cuando un presidente descalifica a la prensa, descalifica al pueblo que tiene derecho a preguntar. Porque en democracia, quien cuestiona no es enemigo: es parte esencial del equilibrio.
José María Figueres dijo una vez en campaña: “Si votan por él, lo verán salir de Casa Presidencial con esposas en las manos.” Ojalá esas palabras no sean proféticas, pero la historia demuestra que los liderazgos construidos sobre el enojo terminan devorados por él.
La fuerza de un gobernante no se mide por el volumen de su voz, sino por la serenidad con que enfrenta la crítica. Ojalá el presidente Chaves lo recuerde antes de que su legado quede reducido a eso: a un grito en el parqueo, a un gesto de miedo confundido con poder.