Mujeres buenas y sanas mueren con frecuencia a manos de sus compañeros o excompañeros sentimentales en nuestro país. Mujeres hijas, madres, hermanas, sobrinas, amigas, tías; mujeres a las que se desprende brutalmente de sus más preciados arraigos con este mundo, de sus sueños y más profundos anhelos.
Hoy por hoy es imposible tratar de entender la más extrema y trágica expresión de la violencia contra las mujeres sin su relación con el machismo; ese que nos hace creer que las mujeres son naturalmente vulnerables y por lo tanto dependientes, que deben estar bajo la protección y control de un hombre, que deben vivir por y para éste y su familia.
El que condiciona nuestra percepción de las mujeres como seres inferiores, y los sentimientos de desprecio y odio hacia éstas y hacia lo femenino. El machismo se evidencia cuando, por ejemplo, cuestionamos moralmente y criticamos a aquellas que decidieron no adecuar sus vidas, ni poner sus cuerpos al servicio de lo que les impone la sociedad; cuando llegamos a la conclusión de que si a una mujer la violaron fue porque de alguna manera u otra se lo buscó; al sostener, sin la menor empatía pero con una alta dosis de cinismo que, si una mujer fue asesinada por su compañero sentimental, fue porque algo tuvo que haber hecho…
Gracias a lo anterior, cada vez que muere una mujer asesinada se envía el mensaje a niñas y niños que la violencia hacia las mujeres de alguna forma u otra está justificada; a los hombres que, ante determinadas circunstancias, la violencia es un mecanismo válido para solucionar problemas de pareja, para dar algún alivio a nuestro vulnerable e impotente ego de macho. Cada vez que muere una mujer asesinada, se envía el mensaje a las mujeres de que lo más seguro es obedecer, no provocar, solo asentir.
Las diferentes formas de violencia que se dirigen hacia las mujeres, la forma en que se justifican y la indiferencia generalizada hacia las mismas son un síntoma claro y contundente de que nuestra sociedad está profundamente enferma.
Es alarmante como para mucha gente es un asunto ajeno, lejano; cuando en realidad es algo en lo que estamos inmersas, nos involucra y afecta a todas las personas. La misma violencia machista que motivó el asesinato de una mujer, es la que está de base cuando a otras las acosan sexualmente en la calle día tras día; cuando se insiste que existen por naturaleza roles diferenciados para mujeres y para hombres fundamentados en relaciones desiguales de poder; en que es lógico que a las mujeres les paguen menos por hacer lo mismo que los hombres porque su rol principal no es ser proveedoras; en que es de esperar que a las mujeres las acosen sexualmente en el trabajo porque así son los hombres; en que las mujeres no deben tener altos puestos de liderazgo porque no pueden descuidar sus roles naturales de madres y soporte emocional del hogar.
Y son los mismos principios y valores machistas que utilizamos para educar a nuestros niños, niñas y adolescentes, para tratar y valorar a quienes nos rodean desde la vida adulta hasta la vejez; que hacen que entre hombres nos matemos y dirijamos altas dosis de violencia hacia nosotros mismos.
No hay nada tan irracional como la violencia, ni tan esperanzador como cuando alguien decide, con absoluta determinación, luchar contra ésta.
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